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Kate Bishop desayunaba su cereal favorito, gracias a que Yelena lo había comprado la noche anterior cuando la arquera preparaba la cena y se percató que faltaba queso crema y la espía se ofreció a salvar la cena pasando al súper y conseguir el ingrediente. Desde que cambiaron de apartamento la noche que salieron de casa de los adorables ancianitos, había más momentos en los que Yelena la buscaba y la abrazaba, abrazo que la arquera le devolvía con mucho afecto. Parecía que a Yelena le reconfortaban los abrazos, porque era algo que había perdido durante la mayoría de su vida.

—¿Disfrutando tu tazón de azúcar? —preguntó Yelena sentada en una silla en el balcón limpiando sus botas.

—Sí, y también disfrutando de la vista —respondió Kate que estaba contemplando a la rubia desde la mesa situada en el extremo del pequeño balcón.

Yelena se permitió mirar hacia el horizonte dónde sólo podía observar los edificios altos cercanos que obstruían el sol del amanecer.  

La arquera rió levemente pues creía que Yelena era una espía excelente, pero le causaba gracia que la rusa no podía percatarse de alguno de los elogios que provenían de una persona que se sentía atraída por ella. Suponía que la ojiverde pasaba por desapercibido ese tipo de situaciones porque no había tenido esa experiencia tan normal como cualquier otra persona. Aunque las pocas veces que se atrevía a elogiarla con la evidente intención de coqueteo, la joven arquera sabía respetar y tampoco diría o haría algo que la incomodara. Según Kate Bishop su autocontrol lo mantenía, de nuevo, dominado: mientras el rostro de la rubia no estuviera cerca del suyo, mientras evadiera las miradas profundas de la espía...

—A veces eres rara, Kate Bishop —expresó dándole una rápida mirada y volviendo su atención a su zapato casi limpio pues el panorama de los grises edificios era para nada admirable—. Probablemente tú seas la causante que los vecinos sepan que está amaneciendo, porque tu sonrisa brilla como el sol desde este balcón.

… Y mientras la arquera pudiera ocultarse cuando Yelena Belova la asaltaba con sentencias tan directas y que las pronunciaba tan natural y sin intenciones dobles. Kate Bishop se atragantó con el cereal provocándole una tos severa, levantándose rápidamente de la silla dirigiéndose al baño, seguida de Yelena. 

—¿Estás bien? —preguntó la rubia detrás de la puerta. 

Kate recuperándose de la abrupta tos, se echó agua en la cara. 

—Yelena, no puedes decir ese tipo de cosas… tan temprano —mencionó agitada apoyándose en el lavamanos. 

—Ya no puedo decirlo, te ahogaste con el cereal —dijo con simpleza.

—¡Jesús, Yelena! Eres algo idiota —chilló la ojiazul. 

—¿Soy yo la que se ahoga con una dosis de azúcar colorida?

—¡Ugh! Estoy bien ¿Sí? —informó la arquera calmándose— Vuelve a limpiar tus botas. Yo tomaré una ducha. 

—Bien, voy a echarles un último vistazo a las chicas —avisó la rubia— Prepara tu arco y flechas, Robin Hood. 

El día avanzó rápido y en la brisa fresca del anochecer, la joven viuda negra y la joven arquera se encontraban en posición para liberar a tres chicas. 

—¿Estás diciendo que sólo están vigilando el techo, así como estatuas? 

—Sí, no hay nadie importante y salen de allá —señaló la ojiverde un edificio alto y lejano.

—¿Y por qué ejecutamos hasta ahora la misión? Debió ser muy aburrido sólo verlas ahí de pie…

—Porque es un comportamiento extraño que debía analizarlo —interrumpió—. Bien, flecha a las armas, golpeo, flecha a las navajas, golpeas y antídoto. 

Mirada Atlantica | KatelenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora