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Kate Bishop despertó, tomándose un poco de tiempo para recordar que estaba en una habitación de motel y percatándose que estaba abrazando a la rubia ¿Yelena y ella durmieron acurrucadas? Retiró su brazo, con cuidado de no despertar a la espía, y miró al techo intentando reprimir su sonrisa por haber dormido, por primera vez, junto a la chica que le gustaba. Cada que cambiaban de departamento, usualmente, había dos recámaras con una cama y cuando sólo había una habitación, realizaban un volado con una moneda para determinar quién dormiría en el sillón, nunca existió la necesidad de compartir sábanas. Dormir junto a Yelena, le hacía ilusión a Kate aunque, igualmente, se reprochaba por besar a la rubia en un mal momento. La realidad era que le había robado un beso, sus acciones antes de pensar volvieron a ganarle y no hubiera querido que pasara así: tan impulsivo, tan corto tiempo y en medio de una conmoción. Se encontraba confundida porque Yelena se tensó cuando tocó sus labios, sin embargo, tampoco le reprochó aquel acto y sólo la abrazó con fuerza, como el sentimiento de las olas del mar cuando se aferran a la orilla de la arena. Varias cuestiones rondaban en su cabeza: ¿Yelena sentiría atracción hacia ella? ¿Podría algún día que le devolviera el beso? ¿Por qué estaba fantaseando si ni siquiera sabía lo que la ojiverde sentía? Más que cualquier atracción y fantasía hacia la rubia, debía enfocarse en lo importante: proteger a su rusa. Si estaba a su alcance, no permitiría que nadie le hiciera daño, nadie la volvería a controlar mentalmente. Ese tal John Walker se convirtió en un asunto personal de Kate Bishop, más le valía a ese imbécil evitar encontrarse en el mismo lugar que la arquera porque lo haría pagar. 

La joven viuda negra, en ese momento, giró su cuerpo, abriendo lentamente los ojos y encontrando a la sonriente arquera. 

—¡Buenos días! —saludó Kate contenta. 

—¿Cómo eres muy feliz desde que amaneces? —preguntó somnolienta, frotándose los párpados— Es muy molesto.

—Y tú eres una gruñonsita rusa  —rió la pelinegra tocándole la punta de su nariz originando que ésta se arrugara de manera tierna mientras ampliaba una leve sonrisa—. ¿Dormiste bien?

Yelena debía admitir que haber estado abrigaba por los brazos de Kate y sentirla cerca mientras trataba de dormir, le resultaba cómodo, permitiéndole descansar las pocas horas de sueño que pasaron. La rubia asintió sin decir palabra, desearía seguir durmiendo de esa forma: junto a la arquera. 

—¿Cómo estás? —cuestionó la pelinegra con tono apacible segundos después, volteando su cuerpo y apoyándose sobre su brazo derecho para mantener su cabeza en la palma de la mano y fue tomando con suavidad la mano izquierda de Yelena. 

La joven rusa enfocó su mirada a la mano de la arquera y jugueteó con ella delicadamente, juntando cada una de las puntas de los dedos contra los de la ojiazul, trazando con sutileza las líneas marcadas de la palma de la mano y por último, unió sus manos acariciando la tersa piel de Kate con su dedo pulgar. La pelinegra respetó el silencio de Yelena y disfrutó de ese momento cálido y cercano, sin prisa para una contestación inmediata.

—Gracias por preocuparte por mí —contestó minutos después en un tono leve. 

La ojiazul observó que Yelena volvió a jugar con sus dedos, sin embargo, podía percibir cierto desánimo en la faz de la rubia. 

—¿Quieres hablar? —se atrevió a preguntar.

Yelena posó sus ojos en los de Kate por unos segundos y, después, bajó su mirada a sus manos entrelazadas. 

—No pude salvarlas —respondió con desaliento soltando las manos de ambas y cambiando de posición para quedarse mirando el techo.  

—No es tu culpa, Yel. Tú las liberaste —alentó Kate—. Nadie esperaba a una viuda, sin decisión propia, con malas intenciones. 

Mirada Atlantica | KatelenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora