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Kate Bishop y Yelena Belova se encontraban en uno de los últimos pisos de un edificio que estaba en construcción, contiguo al apartamento que ocupaban desde hace cuatro días. Era casi el atardecer cuando estaban practicando combate entre ambas. 

—Por favor Yel, terminemos la sesión —pidió cansada la arquera.

—¡Oh, Kate! ¿Ya te has cansado? ¡Qué débil! 

—¿Débil? Llevamos días entrenando casi 4 horas diarias sin parar —exclamó Kate mientras aplicaba técnicas de ataque—. Tengo derecho a estar cansada y, también tengo sed.

—Nunca había escuchado a una campeona quejarse tanto —provocaba Yelena a la ojiazul.

—¡Ugh! Eres una rubia muy molesta. 

—No, tú naciste para ser la persona más molesta del mundo. 

—¡Pff! Querrás decir que soy la persona más encantadora del mundo. 

—¡Ja! Sobrestimas tu confianza, niñita —se burló la ojiverde. 

—¡Ugh! Volviste con eso —se quejó la arquera al escuchar el apodo inicial de la joven viuda negra.

Kate puso todo su esfuerzo en vencer a la espía, lo cual logró minutos después, pues sabía que golpearle en dónde una vez clavó una de sus flechas, era uno de sus puntos débiles y también que le copió un movimiento que solía realizar en las batallas y entrenamiento. 

—Como recordatorio: Soy Kate Bishop —enunció orgullosamente y le tendió la mano a la rusa. 

Yelena mostró una sonrisa ladeada y al tomar la mano de la pelinegra, la echó al suelo, se colocó encima de ella e inmovilizó sus brazos. 

—Y yo no soy alguien que derrotas fácilmente, Kate Bishop —declaró la ojiverde arqueando las cejas. 

La arquera frunció el ceño, estaba cansada y se sentía algo derrotada, sin embargo, ver el rostro de Yelena sobre el suyo y su acento ruso, causaban un remolino de sensaciones y pensamientos en su cabeza. Por una parte, no se sentía ofendida porque la rubia la vencía de nuevo, sentía una mayor ofensa porque la rusa le causaba un gran nerviosismo, sensación que rara vez le pasaba y que últimamente le ocurría y terminaba siendo torpe frente a ella. Y por otra parte, sólo deseaba seguir contemplando, por más tiempo, los hipnóticos ojos verdes y ese rostro delicado de cerca.

—¡Jesús, Yelena! A veces odio que seas rusa y rubia y bonita y con ojos lindos y sarcástica y letal y…

Yelena sonreía cada que la pelinegra agregaba más adjetivos que la describían. 

—Suena más a que tienes envidia de mí —la interrumpió—. Soy una guapa viuda negra ¡Qué decirte!

Ambas comenzaron a reír por el tono chusco que había pronunciado la espía. Al terminar las risas, Yelena observó atentamente a Kate en silencio, mirada intensa que percibió la ojiazul causando que sus mejillas se pintaran de un ligero rubor rojizo. 

—Hace… eh… calor —se excusó para que Yelena no sospechara el nerviosismo que le estaban provocando sus ojos. 

La joven viuda negra apartó su mirada para tomar la botella de agua. 

—Es cierto, tienes sed ¿verdad? —la rubia abrió la botella y no esperó ninguna respuesta para derramar el líquido en el rostro de la ojiazul. 

—¡Ah! ¡Eres una idiota, Yelena Belova! —expresó molesta limpiando su húmeda cara y persiguiendo a la ojiverde para regresarle, de la misma manera, la amabilidad que había hecho.

Mirada Atlantica | KatelenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora