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Una semana y media había pasado desde el trato que pactaron. Ese día, con Yelena a un lado de ella como si de una supervisora se tratara, Kate llamó desde un teléfono público a su madre para avisarle que su celular había quedado sin batería y que no estaría en su apartamento y tampoco la visitaría por un tiempo indefinido, ya que se encontraba en un retiro espiritual en un lugar lejano. Yelena colocó una pulsera negra y delgada en la muñeca de la arquera, le comunicó que era un rastreador por lo que sí pretendía escapar, lo sabría. La chica de morado no objetó.

Aquellos días en dónde durmieron en dos departamentos vacíos en ciudades distintas, Kate Bishop descubrió que dormir en el suelo permitía descansar mejor su espalda, también se sorprendió al saber que la inactividad le parecía aburrida y le generaba mucho sueño, practicaba su puntería con una moneda o distintos objetos pequeños contra las paredes de concreto y realizaba calentamientos como si fuera a un campeonato de artes marciales o gimnasia. También descubrió que Yelena robaba laptops fácilmente que, de hecho, la chica de ojos azules le propuso comprar un computador portátil o una tablet propia y la rubia se negó a ello, también que la joven viuda negra salía por las tardes o noches del apartamento y regresaba algunas veces por la madrugada y que la rubia sollozaba en algún momento de la noche. Kate Bishop pensaba que si lograba entablar al menos una mínima y buena relación de comunicación, podría persuadir a Yelena Belova de declinar la misión con su mentor.

Sin embargo, la relación era algo reñida, ya que la arquera era muy parlanchina lo que molestaba a Yelena, quien le exigía que estuviera en silencio, cosa que sólo duraba 5 minutos.

—Eres insoportable —dijo Yelena con algo de fastidio. 

—¡Claro que lo soy! —admitió Kate Bishop— Me la paso aburrida la mayor parte del día. Y dormir y levantarme para volver a la misma rutina, es frustrante… tú al menos sales de aquí—añadió segundos después. 

—Es asunto personal… y no —señaló a la arquera sabiendo que insistiría en que le contara sobre sus salidas nocturnas— no cuestiones más. 

Kate Bishop bufó y cruzó sus brazos.

—Deberías de tomar como asunto muy personal la comida —sugirió—. Es horrible. 

—Esto está lejos de ser un restaurante cinco estrellas —informó Yelena comiendo su ramen.

—Con tener una estufa, como la que está aquí sin usarse… Yo puedo hacerlo de 7 estrellas. 

—Sí, claro —expresó con sarcasmo. 

—Perdón, ¿Estás dudando de mi habilidad en la cocina? Bien, sé que es difícil de creer que pueda ser buena, porque ¿Cómo es posible que una persona sea buenísima en todo? 

—Tu sobreconfianza es detestable —Yelena puso los ojos en blanco. 

—Anda, te lo demostraré. Sé que no me permitirás ir sola al supermercado, así que vamos juntas. 

—No.

—Por favor. Tú sólo llevas el carrito.

—No y deja de insistir. 

—Está bien, yo llevaré el carrito. 

—No, Kate —mencionó con más firmeza.

—Yelena, admite que lo que comemos es insuficiente para satisfacernos al cien por ciento.

Yelena la miró unos segundos y respondió. 

—Es verdad lo que dices, pero no iré al supermercado. 

—¿Por qué no?

—¿Por qué tienes que cuestionar todo y ser tan insistente? —pregunto fastidiada.

Mirada Atlantica | KatelenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora