Capítulo 4. El regalo más grande

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El sol caía, la gente regresaba a sus casas y las luces de las farolas estaban a punto de encenderse. Santana se puso la chaqueta porque empezaba a refrescar mientras Sergio subía la cremallera de la suya. Después de la gran tarde que pasaron juntos, querían finalizar el día viendo el atardecer sentados en el césped del Palacio Real, el lugar favorito de los chicos. Raúl sacó su móvil para fotografiar el paisaje, también a sus amigas, que querían inmortalizar el momento. Se hicieron un selfie los cuatro juntos, después el modelo se tumbó en la hierba mientras las chicas seguían a lo suyo. El fotógrafo se sentó a su lado, mirándolas con una sonrisa.

— ¿No quieres ninguna foto para tus redes sociales? Aprovecha, hoy no te cobraré— dijo sin apartar la vista de sus amigas.

—Prefiero que me las haga un profesional, no un niñato que ha terminado de estudiar hace dos días— inquirió con tono despectivo.

—Perdone usted, señor curtido en mil batallas. Olvidé que solo me sacas un año, por supuesto que eres más adulto y maduro que yo— contestó Raúl con tanto sarcasmo que hizo enfadar a Sergio.— Lo que tienes de guapo, también lo tienes de insufrible.

El modelo se sentó también, así era más cómodo discutir.

—Eso mismo podría decir yo de ti, ¡imagina lo enormemente insufrible que eres tú!— gritó y se calló de repente al darse cuenta de lo que acababa de soltar.

El fotógrafo le sostuvo la mirada, sin poder evitar mostrar al menos media sonrisa. El modelo maldijo por lo bajo mientras las chicas se sentaban junto a ellos y contemplaban el atardecer, las vistas desde allí eran impresionantes. Raúl se mordió el labio inferior para evitar sonreír, acababa de discutir con él, pero estaba viendo el atardecer a su lado. Santana le agarró la mano.

—Te quiero mucho, mi niño. No me faltes nunca— la chica le apretó con fuerza como intentando mantenerle ahí para siempre.

Su mejor amigo la abrazó. Llevaban toda la vida contemplando ese tipo de escenas que a día de hoy, todavía la emocionaban y sacaban su lado sensible.


Pasó el fin de semana, por lo que tocaba volver al trabajo. Raúl dedicó la mañana del domingo a estar tumbado en el sillón viendo una serie mientras comía palomitas hasta que su amigo Rafael se acopló y cambió al fútbol. No había quien le aguantara cada vez que había un partido, estaba la mitad del tiempo gritando e insultando al árbitro como si le fuese a escuchar. Aunque debía admitir que algunos comentarios le hacían gracia.

En la tarde, se acercaron a la librería de su amigo Javi. Aquel chico se sacó la carrera de medicina con las notas más altas para contentar a sus padres, pero lo que verdaderamente le apasionaba era estar entre libros. Su abuelo fue el dueño de aquel lugar y el culpable de su pasión por la lectura. Antes de fallecer, le dejó la librería a su querido nieto que tantas horas había pasado allí sumergido en mil historias. Decidió seguir sus pasos, dedicar su vida a lo que realmente le hacía ilusión sin importar que en cualquier otro trabajo pudiera ganar más dinero. Era un chico bastante simple que no necesitaba mucho para ser feliz. Por desgracia, su familia no lo veía así y tuvo una fuerte discusión con sus padres cuando les comentó qué quería hacer con su vida. No lo entendieron, pero como él ya era mayor de edad, realizó su sueño a pesar de todo.

Raúl le admiraba por ello, además, aquella librería era fascinante. Había todo tipo de libros, desde modernos hasta antiguos; merchandising que apenas se podía encontrar en otra parte, decoración ambientada en algunos escenarios; baratos, como los de tamaño bolsillo y más caros, al igual que los físicos de tapa dura o ediciones limitadas. Tenía también un hilo musical y una vez al mes, hacía una semana temática donde se disfrazaba de un personaje. Era un lugar mágico, bastante exitoso. Una librería, cuatro paredes pero al mismo tiempo, un sitio para soñar.

Abrázame como si nadie nos vieraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora