Capítulo 32. Always and forever

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Aunque hacía frío, las calles de Madrid estaban llenas de gente. Un rayo de sol asomaba discreto entre las nubes. Los carteles de la Gran Vía anunciaban sus espectáculos mientras que por las aceras, podía verse a gente vendiendo sus dibujos de Disney hechos con spray. Rafael llamó a un taxi, que se detuvo delante de los hombres que siempre se encontraban en aquella zona vestidos de rockeros. Cuando por fin llegó a casa de Santana, esta le abrazó nada más verle. No se dio cuenta de las heridas hasta que no se separó de él. Le invitó a pasar y le ofreció un plato de pollo al ajillo que había preparado. En el momento que la chica estaba a punto de empezar con las preguntas, él sacó una caja de bombones que llevaba escondida en su chaqueta.

—Muchas gracias— dijo en voz baja. La abrió y le miró con ojos brillantes. — ¿Por qué no has ido al hospital?

—Era más importante verte— respondió con calma.

—Primero va tu salud, después el resto— susurró. Quería gritarle, aunque sabía que con él eso no funcionaba.

—Tú antes que nadie. Tú antes que yo mismo. Porque si no estás, me da igual morirme. Esta vida solo tiene sentido contigo— le sostuvo la mirada y vio cómo sus ojos se llenaban de comprensión.

Santana tragó saliva. Necesitaba respuestas que tal vez nunca llegarían, pero era peor quedarse con la duda que intentarlo. Rafael comenzó a comer. Después de tantas horas sin alimentarse, estaba hambriento.

—Cuéntame dónde has estado y por qué tienes esas heridas. Sabes que no me meto en tu vida, pero... —sollozó—. Quiero saber con quién estoy realmente.

El chico la miró con sus ojos azules que eran capaces de acariciarle el alma. Había llegado el momento de decirle la verdad. Apartó el plato, luego se levantó para llevarla hasta el sofá. Comenzó a confesarle todo: lo que ocurrió con sus padres, la ayuda de su abuelo, los negocios, cómo destruía cada cosa que Ciprian conseguía, cambiar la vida de esas mujeres, los ataques inesperados a sus amigos, el tiroteo en la fiesta, el secuestro de Clara... Santana se echó las manos a la cara, horrorizada. Rafael no era de llorar, pero en ese instante empezó a hacerlo. La morena le abrazó con fuerza, entendiendo por fin lo que hacía.

—Siento tantísimo que pases por esto. Ahora sé por qué nunca antes hablaste de ello. Solo te pido que tengas mucho cuidado, por favor. No soportaría perderte. Fuiste el único que vio algo bonito en mí cuando el resto me miraba como si fuese un monstruo. Perdón por no darme cuenta antes— su voz sonaba triste.

Rafael la atrajo más hacia sí para tenerla más cerca. Ella era lo que más necesitaba en el mundo.


Esa misma tarde, el grupo que seguía en la capital, quedó en El Retiro para hablar sobre el videoclip. El frío no era impedimento para pasar un rato juntos mientras comentaban lo que tenían planeado. Abundaban los abrigos, guantes y algún que otro gorro de lana para proteger las orejas. Se dirigieron a las escaleras situadas en la zona del estanque, colocándose lo más cerca posible los unos de los otros para darse calor.

Ya estaban todos al tanto de lo sucedido con Clara. Íker no podía creer que sus antiguos compañeros de trabajo en realidad fueran una banda de narcotraficantes que habían abierto una peluquería para blanquear el dinero. Nunca se llevó demasiado bien con ellos, sin embargo, le costaba imaginarles así. Dejaron el tema de lado y Rocksy empezó a contarles que había pedido permiso al ayuntamiento para poder grabar en la calle. Así sería todo más realista, además evitaría tener que pagar un local. Santana les habló de su idea, que a todos les pareció perfecta. Excepto a Íker.

— ¿Me estás diciendo que yo solo saldré al final?— una brisa de aire sacudió su rostro.

—Pondremos escenas tuyas preparando los instrumentos o algo así entre medias de las historias. Como si fueses un alma solitaria que al final consigue encontrar el amor— sonó levemente exasperada.

Abrázame como si nadie nos vieraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora