Capítulo 22. Mirarnos bajo las olas

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Ese día fue bastante divertido. Raúl cayó en la cama rendido. Decidió hacer una videollamada a Sergio antes de dormir, necesitaba verle. Al tercer tono, su imagen apareció en pantalla. Estaba tumbado en lo que parecía su habitación, con una camiseta blanca de tirantes. Conversaron durante una hora contándose todo lo que habían disfrutado, riendo y atesorando esos pequeños momentos en los que parecía que la vida mejoraba un poco.

—Lo de quitarte la camiseta justo cuando digo que me voy a dormir lo has hecho aposta, ¿no?— dijo Raúl con una sonrisa.

—Qué va. Bueno, tal vez sí— rio— Esta cama es enorme, demasiado para mí solo. Me gustaría tanto que estuvieras aquí, sin ropa y haciendo retumbar las paredes.

—No me digas esas cosas, que ni siquiera hemos hecho nada todavía— hizo pucheros.

—Imagínatelo. Los dos fundiéndonos entre las sábanas, comiéndonos el uno al otro como si fuese nuestro último día juntos. Te deseo tanto— su voz era un susurro provocativo.

El fotógrafo deslizó la mano por debajo de sus calzoncillos, masturbándose con cada palabra sensual que Sergio le decía, mientras él hacía lo mismo al otro lado de la pantalla. Reían, hablaban, se excitaban, se miraban en silencio viendo cómo disfrutaban, sudaban, volvían a reír...

—Incluso así ha sido asombroso. Espero que la próxima vez, seas tú quien me haga todo esto— sonrió.

—Me gusta el rollo este de amantes— comentó el modelo.

—Esto de tener sexo online y nada físico, no te creas que me hace especial ilusión.

Sergio volvió a reír y Raúl sintió que se le derretía el corazón al escucharle. Estaba excesivamente enamorado de aquel chico. Eso le aterraba.

Finalizaron la videollamada. El fotógrafo se asomó a la ventana de la habitación desde donde se veía la luna. Se apoyó en el marco, contemplándola en la inmensidad del cielo.

—Mamá, le amo de una manera inimaginable. Pero sé que antes o después, se irá porque no podrá con esto. Solo quiero que sea feliz porque él lo es todo, aunque no sea conmigo— tragó saliva intentando deshacer el nudo que se le había creado en la garganta. — Te echo de menos...

Volvió a la cama y hundió la cara en la almohada, intentando que el mundo desapareciera por un rato.

Los días pasaban rápido, como todos esos momentos en los que eres feliz. Los padres de Santana habían llegado a la ciudad y estaban a punto de hacer su aparición en la casa. Su hija fue a buscarles mientras los chicos limpiaban todo antes de que volviera. Era la hora de comer, por lo que Rafael preparó una paella. Aunque sabía cocinar, solía hacer cosas rápidas en su día a día para no entretenerse demasiado. Sonó el timbre, Raúl y Javi esperaban en la entrada mientras su amigo terminaba con la comida.

— ¡Mis niños, qué grandes estáis! No sabéis lo que me alegra veros— gritó entusiasmada Araceli, la madre de la morena.

Dio dos besos a los chicos seguido de un fuerte abrazo que casi les deja sin respiración. Después, Juan les estrechó la mano también ilusionado. Al conocerse desde la infancia, eran como una segunda familia. Fueron muchas las tardes que merendaban con ellos o hacían los deberes. Algún fin de semana, iban de excursión por los pueblos cercanos. Eran los pocos buenos recuerdos que tenían de aquella época, no obstante, estaban agradecidos por vivir aquello y poder escaparse de su dura realidad.

Araceli escrutó la estancia con la mirada, buscando al otro chico. No encontró rastro de él por ninguna parte. Miró a su hija y esta enseguida lo entendió. Fue a la cocina donde agarró la mano de Rafael para llevarle al salón. Con el lío de la comida, no se había dado cuenta de que ya habían llegado. Aparecieron en el salón y un brillante destello apareció en los ojos de la mujer.

Abrázame como si nadie nos vieraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora