[ ACT FOURTEEN ]

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No me dejes.

No me dejes.

No me dejes.

La voz de Katy era un eco en su mente.

Sabía que ella estaba llorando en su hombro, pero estaba tan cansada que no se sentía capaz de mover los labios para responderle y decirle que todo estaba bien. El dolor en su cuerpo y todo lo que había resistido había arrebatado cada simple gota de energía que le quedaba.

Si antes no estaba segura de que estaba muriendo, ahora definitivamente sí. Podía sentirlo en cada esquina de su cuerpo, en cada respiración, en cada latido. Se sentía débil y demasiado agotada. La sangre jamás había dejado de brotar en su cuerpo, e incluso si la presión aplicada había calmado las cosas por unos minutos, solo había pausado lo inevitable. La muerte de Saphire.

Jamás creyó que aquel día llegaría. O al menos no tan pronto y de esa manera.

Quería quedarse en vida, abrazar a Katy y besar a Shaun. Pero a esas alturas no creyó que fuera posible. El sueño estaba comenzando a ganarle, e incluso si intentó resistirse, eventualmente cerró los ojos y se dejó llevar.

Lo siento, papá.

Lo siento, Katy.

Lo siento, Shaun.










Una luz blanca y radiante le nubló la vista. Saphire cubrió sus ojos con sus brazos hasta que esta finalmente bajó su intensidad, dejando que ella mirara a su alrededor. Era una especie de habitación blanca, sin nada en ella. Solo dos puertas pintadas del mismo color. No sabía cómo había llegado ahí, ni qué le había pasado. En otra situación estaría demasiado alterada por estar ahí, pero en ese momento solo podía sentir calma y seguridad.

—Pequeña —una voz grave y masculina se hizo presente en el lugar.

A Saphire se le pusieron los pelos de punta. Conocía esa voz, por su puesto que sí. Había memorizado esa voz, se había odiado a sí misma cuando casi la olvida. De pequeña, se quedaba dormida con esa voz leyéndole algún cuento. Sintió ganas de llorar al volver a oírla después de tanto tiempo.

Se giró lentamente, con una que otra lágrima nublándole la vista, y sintió como el aire abandonaba sus pulmones en un jadeo.

Su padre estaba ahí.

Había permanecido igual de joven que la última vez que Saphire lo vió. Una sonrisa cálida surcaba su rostro y usaba unas prendas blancas que resaltaban sus ojos oscuros. Su cabello estaba igual, él estaba igual. Mientras que Saphire había crecido, él se había quedado así para siempre.

—Papá.

Ella corrió a sus brazos con lágrimas en las mejillas y lo estrechó con fuerza entre sus brazos. Escondió su rostro en el cuello de su padre y aspiró su aroma. Como lo había extrañado. Una increíble sensación de familiaridad y felicidad la recorrió de pies a cabeza mientras Feng reía por lo emocionada que estaba. Solo pudo pensar que había extrañado demasiado esa risa, esos abrazos, ese aroma. Lo había necesitado por años y no se había dado cuenta.

—Mi pequeña fénix —murmuró Feng, con su barbilla apoyada en la cabeza de Saphire. Ella soltó un sollozo y se aferró más a él.

Antes de irse y a abandonarlo para que lo mataran, se le olvidó preguntarle muchas cosas. Como por ejemplo, cómo debía ser, qué debía decir. Debería haber tomado nota a todas y cada una de sus sabias palabras, porque durante toda la ausencia de Feng en su vida, había necesitado muchas de las charlas que solían tener acerca de la vida. Incluso si ella era muy pequeña e ingenua como para entenderlas.

𝑩𝑶𝑹𝑫𝑬𝑹𝑳𝑰𝑵𝑬  | 𝑺𝑯𝑨𝑵𝑮-𝑪𝑯𝑰Donde viven las historias. Descúbrelo ahora