12

514 60 3
                                    

Era una mañana calurosa, el cuerpo al lado de Jimin lo estaba haciendo sentir incómodo, tantas noches acostumbrando a dormir solo que está nueva presencia no le estaba gustando en lo absoluto. Era Dahyun, la que lo estaba molestando, pero no la echaría.

Se levantó de muy mal humor, llevaba tan sólo dos semanas casado y ya quería el divorcio, era un tango gracioso. Pidió el desayuno para su esposa y bajó hasta el gran comedor para desayunar ahí. Tenía frío incluso con altas temperaturas, quería usar aquel cárdigan pero lamentablemente se había olvidado donde lo había dejado.

Jimin no había interactuando con su padre desde el día que confesó su amor por Jeongguk, había tratado de evitarlo en todo momento pero se le dificultó desde que su padre se había enfermado de gripe preocupándolo un poco, incluso después de sus actos terribles, seguía siendo su padre y le preocupaba su salud.

Jimin por su parte tampoco había visto a Jeongguk, en el último tiempo había desarrollado un apego emocional y necesitaba estar con el todo el tiempo, pero el pelinegro había desaparecido repentinamente haciendo dudar a Jimin si se habría enojado con él.

Terminó su desayuno y salió de su casa pidiéndole a todos los empleados que lo ayudaran con alguna coartada así su padre después no lo regañaría. Salió y camino por todas y cada una de las calles donde antes había caminado con su amado Jeongguk, lo extrañaba y ahora lo buscaría para esta vez seguir con lo suyo pero más cautelosos.

Llegó a la casa de Jeongguk, golpeó la puerta y como si de un niño pequeño se tratase espero en la puerta a que él pelinegro le abriese. Cuando lo hizo, lo observó diferente, algo en la mirada de Jeongguk no era la misma, ese brillo, esas estrellas, ya no estaban, la luz y calidez en su mirada había desaparecido completamente y Jimin no sabía cual había sido la razón.

— ¿Cómo has estado Jeongguk? — preguntó Jimin colgando su campera en el perchero del pelinegro.

— Estoy bien... — respondió cortante.

— Sabes que puedes decirme, no tengas miedo. — insistió Jimin acariciando la mejilla del mayor.

— Jimin no deberías estar aquí, tu padre... — tomó aire — Tu padre se molestará y no quiero que te golpee, ¿Entiendes?

— Al diablo con mi padre, me dejaré golpear si es por ti, estoy aquí y nada ni nadie puede separarnos. — respondió dejando un suave beso en sus labios.

— Jimin quiero que siempre tengas presente que eres lo mejor que tengo en mi vida, que eres tú quien dibujó estrellas al rededor de mis cicatrices dañándome, quiero que cada vez que me extrañes uses el cárdigan para sentir que estoy contigo.

— ¿A qué te refieres? ¿Por qué dices esto tan de repente? — preguntó Jimin confundido.

— No lo sé, tengo miedo de que no podamos terminar juntos... — confesó Jeongguk agachando la cabeza.

Jimin corrió hacia el abrazándolo — Jamás pienses en eso, ¿Si? nosotros estaremos juntos hasta el final de nuestras vidas, siempre y muy felices, vendré a verte incluso si mi padre me encierra. Te amo.

— Yo también te amo, príncipe.

Tan dulce como una canción de amor, los dos chicos unieron sus cuerpos en un cálido beso. Más allá de las inseguridades creciendo en Jeongguk, él sabía que debía disfrutar el momento, aprovechar cada segundo con Jimin, porque jamás sabría cuanto más podría durar aquel amorío.

Sus cuerpos estaban unidos, sus labios moviéndose en sintonía, podían sentir como el calor subía entre ellos. Dejándose llevar, Jeongguk tomó por la cintura a Jimin subirlo a ahorcajadas encima de él intensificando un poco más el beso, bajó su mano hasta los glúteos del mismo y los masajeó.

Luego de una apasionada mañana de amor, Jimin abandonó la casa de Jeongguk volviendo a la suya. Habían pasado un hermoso momento lleno de excitantes dulces besos y caricias. Pero algo que nunca fallaba en Jeongguk era la intuición.

Jeongguk sentía miedo, miedo por algo que él no sabía. El pelinegro estaba preocupado, una fea sensación estaba oscureciendo su estado de ánimo y arruinándole las ganas de seguir con sus pinturas, tan sólo pensaba y deseaba que Jimin fuese feliz, con o sin él, pase lo que pase Jeongguk siempre cuidaría de él.

Se sentó a escribirle una carta a Jimin, una hermosa carta de amor donde expresaría y abriría las puertas de su corazón para dejarle en claro lo mucho que lo amaba, todo esto hasta que el golpe de la puerta lo interrumpió.

Se levantó sin más dejando la pluma sobre la tina ensuciando la carga con su huella dactilar a penas un poco, y fue a ver quien lo estaba molestando ya a esa hora de la noche. Se sorprendió muchísimo más al ver de quien se trataba, porque nunca se imaginó que el padre de Jimin estaría golpeando su puerta ni mucho menos se imaginaba que ese hombre supiera su dirección.

Le abrió la puerta temblando, lo invitó a pasar y le ofreció un té, aquel hombre parecía ya estar en sus últimos meses de vida, la gripe estaba cada vez empeorándole más la salud casi llevándoselo para siempre. Jeongguk se sentó en la mesa de su cocina junto a él señor Park.

— Vi a mi hijo salir de aquí esta mañana, Jeon...

Cardigan - kookminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora