Poco o nada que durmiese, yo era una persona diurna. Por eso siempre estaba alegre por las mañanas. Entré en la residencia con mi mayor sonrisa.
Encontré con Lilian, la enfermera de turno, de camino a la cocina, para dejar mis cosas.
—Buenos días, Maggy. —Lilian era la única que me llamaba así. Al estilo inglés— ¿Qué llevas en esa bolsa? ¿La comida para todos?
—No, son unas cositas que me pidió Julia que le trajese—miré la bolsa intentando disfrazarla. No me gustaba mentir, pero sabía que, si dijera a Lilian de mi plan, iba a reñirme. No le hacía mucha gracia cuando traía dulces a los residentes, porque rompía sus dietas. Aunque yo sabía a quien podría regalárselos o no.
—No serán tus pecaminosas magdalenas, ¿no? —dijo sonriendo. Yo me puse tan sonrojada que no sé como no pillaba mis engaños.
—No, qué va. Sabes que ya no traigo estas cosas a menudo. Tienes razón, es mucho azúcar para ellos.
Ella me miró con los ojos estrechos y desconfiados, pero no dijo nada más. Dejamos nuestras cosas en las áreas correspondientes de cada una. Y como aun era temprano y yo siempre llegaba antes del tiempo, tomábamos un café juntas.
Me daba la vida aquel café calientito por la mañana junto con una charla sin importancia entre colegas.
Sobre las once de la mañana, fui a la cocina buscar mi bolsa con las magdalenas. Susan estaba ocupada con unos familiares de un nuevo residente y Lilian ya había suministrado todas las medicaciones y ahora salía de turno para dar entrada a la nueva enfermera. En total, había unos diez enfermeros en turnos distintos, con diferentes funciones.
Salí de la cocina, como siempre con la bolsa escondida entre los brazos, con el cuidado para no aplastar mis piezas de arte culinario.
Iba muy tranquila por la primera planta, cuando en un cruce de pasillos, casi me choco con el señor Maldonado.
—¡Por la madre del amor hermoso! —chillé, con el susto que me cogió. Llevé una mano al pecho.
El señor Maldonado reía con una sonrisa pícara. Era un hombre muy mayor de casi noventa años, pero espabilado. Le gustaba meterse con las empleadas, enfermeras y todas las chicas jóvenes que encontrase por el camino. Pero era una persona muy carismática y divertida. Siempre tenía unos chistes buenísimos. Y se divertía gastando bromas a los demás residentes. Era como un niño grande.
—¡Amor hermoso siento yo por ti, mi reina! —aun sonriendo, hacía pucheros con la boquita como si quisiera darme un beso.
—Señor Maldonado, tenga usted respeto. Podría ser su nieta. Está usted muy arisco esta mañana —le hablaba bajito y en un tono de represalia, pero con cariño. Él nunca decía aquellas cosas con ganas de ser maleducado, sino que con afán de ser galante—. En su tiempo, no creo que pudiera decirse eso a una señorita.
—Menos mal que no estamos en mi tiempo. Además, me gustan más estos tiempos, señorita Magdalena —se asomó a mí, con dificultad, debido a la curvatura de su espalda y el bastón que llevaba para poder caminar con más apoyo. No estaba enfermo ni tenía ninguna condición especial sino la misma edad avanzada que poseía. Pero ya le costaba andar un poco—. Ahora la gente puede poner la lengua en sitios donde antes no podíamos ni poner los ojos.
—Señor Maldonado —lo regañé de nuevo—. ¿Dónde saca usted esas cosas? Eso no es nada apropiado de decir a una dama.
Hice una mueca de reprimenda. Era muy avispado con a lengua, si no le colocásemos freno, escandalizaba las otras residentes todas.
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MAGDA LLENA CON AMOR | TERMINADA Y COMPLETA | ROMANCE JUVENIL
Teen FictionUna historia de amor, amistad y mucha dulzura... La novela juvenil que te hará reír y llorar. La novela que retrata la lucha diaria de una joven española que intenta sobrevivir en la imponente y exigente ciudad de Londres, Inglaterra. Una chica que...