Capítulo 1

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—¡Magda! —gritó nuevamente la señora Brown.


—¡Voooyy! —corría por los pasillos de la residencia como una loca. No sé qué me pasaba que siempre conseguía atrasarme en las tareas—. Aquí estoy, señora Brown.

—Son las cinco menos diez. Tendría que haber sacado las sábanas de la cama de la señora Spencer hacía veinte minutos. Le recomiendo que esté atenta a su reloj. Otro aviso esta semana, señorita Castro y paso el informe a la dirección.

Odiaba cuando decía mi apellido. Para los ingleses, en general, era muy complicado pronunciar los nombres españoles. Pero no odiaba solamente como decía mi nombre. Odiaba todo en ella. Susan era la encargada de personal. Tenía unos cincuenta años y varios de profesión. Era joven, pero se hacía mayor por su arrogancia, amargura y desprecio hace a los demás. Me daba hasta pena. Tendría que ser alguien muy desgraciado para ser así, tan mala. Desde que llegué que me tenía manía. O eso pensaba. Hasta entender que tenía manía con todo el mundo.

Simplemente no podía ser empática. Era algo intrínseco en su ser. Daba igual lo buena o simpática que fueras con ella. No le nacía, definitivamente. Ahora, lo cierto es que, de esta vez, le estaba dando razones de sobra para caerme encima.
Estaba despistada esta semana. Yo ya era despistada, por naturaleza. Vivía en la fantasía de soñar despierta, charlaba demasiado con los pacientes y residentes y veía buenas intenciones en todos los demonios.

—No te quedes ahí mirando —dijo Julia acercándose a la puerta de la habitación, donde yo había quedado plantada, tras la bronca de Susan—. Ven, te ayudo con la faena.


—Gracias.

Entré con ella en el cuarto de la señora Spencer y nos dispusimos a arreglar todo.
Julia era una compañera de trabajo. Tenía 26 años, dos más que yo; era inglesa y nos dábamos muy bien. Tal como yo, también era auxiliar de la residencia de mayores donde trabajábamos.

Cuando me dieron este empleo, yo tenía 22 años, recién llegada a Inglaterra. Fue una suerte encontrar trabajo así tan rápido. Me había inscrito en la agencia de empleo y en menos de una semana ya me habían llamado. Me defendía bien con el inglés. Nunca fui una chica de notas altas en el cole, pero los idiomas me salían regular a bien. Y, desde entonces, no conocí otro oficio. Quedé trabajando, los años fueron pasando y dos años después seguía limpiando habitaciones de personas mayores, cambiando sábanas, preparando las medicinas que las enfermeras nos indicaban, ayudando en la cocina, haciendo compañía a las personas, orientando las visitas y familiares de los pacientes. Un auxiliar era básicamente un todo el terreno. Hacíamos de todo un poco. Simplemente no teníamos una carrera académica, aunque al cabo de un año tuve que hacer un pequeño curso para aprender varias cosas y tener un certificado. Y eso justificaba que ganábamos mucho menos que cualquier otro trabajador allí.

Para ser sincera, esa era una de mis grandes preocupaciones: el tema económico. Vivir en el Reino Unido era un atraco. A penas llegaba a fin de mes y siempre tirando de tarjetas de crédito y haciendo restricciones, se cabía más.
Quizás por eso andaba más despistada de lo normal. Este mes tenía que pagar el Council - una tasa que se cobraba de seis en seis meses a todos los inquilinos de una casa -, sí, porque aquí vivir en casa alquilada te hacía pagar los impuestos a la reina. No era responsabilidad del propietario. Yo no vivía exactamente en el centro de Londres, ni podría.
Vivía en Crawley a cerca de cuarenta minutos de tren. Unos cincuenta kilómetros de la capital, que eran mucho más asequibles para pagar una renta. Aunque no eran un chollo, desde luego.
Vivía en un apartamento minúsculo de casi cuarenta metros cuadrados, con una habitación, un pequeño baño y una sala donde había una pared que podría llamar cocina. La mesa de comer era la barra de cocina que hacía de isla y dividía las dos instancias. Muy, muy básica en un barrio vulgar, sin grandes atractivos y que me costaba 900 libras por mes.
No podía quejarme, eso costaría vivir en una habitación en Londres, compartida en un piso con varias personas.

Pagar el Council de seis en seis meses era lo equivalente a dos rentas de casa extras. Y con los gastos de electricidad, internet, transporte y comida, me quedaba nada para caprichos. Vivía para trabajar y pagar mi supervivencia. Poco más. Y aunque intentaba juntar dinero para pagar estos extras, este año, con algunos gastos inesperados, me faltaba por donde cogerlo.

Julia y yo acabamos de arreglar toda la habitación. La señora Susan era una de las residentes más queridas de todo el edificio. No era una residencia de mayores cualquiera. Allí estaban personas con un alto poder económico. Que sus familias o jubilaciones podían permitirse pagar la prohibitiva cifra que costaba vivir allí al mes. De todas formas, me daba pena. No creo que pudiese haber dinero ningún en el mundo que pagase estar en tu propia casa, con tu familia y amigos y disfrutando de las conquistas de toda la vida. Si, todo lo que ganábamos y trabajábamos era para acabar en un jardín escuela de gente mayor, pensaba que no era tan mal ser pobre. Al final, acabaríamos todos iguales. Olvidados y abandonados.

Pensé en mi padre. También él estaba abandonado. Pero no olvidado. Por desgracia, no podíamos estar juntos.

Estaba absorta, una vez más en mis pensamientos cuando Julia me llamó a tierra.
—¡Joder, Magda! Mira que estás realmente alienada. Llevo un minuto llamándote. ¿En qué planeta viajas? —resopló, mientras cogía la ropa de cama que había quedado en el suelo.
—Disculpa. Estaba en el país de las maravillas. Pensando en la reina de corazones. —Julia reía con mis sandeces.
—¿Y se puede saber que te decía la reina de corazones? —preguntó ella intrigada con mis fantasías.
—Lo de siempre. Que quería mi cabeza —hice una mueca de desagrado, pensativa.

Julia salió de la habitación alegre y sonriente con mis respuestas. Lejos estaba de saber que no era mentira. Si no lograse encontrar forma de pagar los impuestos, este mes iba a rollar cabeza. La mía, en concreto.

Antes de salir de la habitación, cerré las ventanas que habíamos abierto para airear el cuarto y mientras lo hacía Julia volvió a asomar la cabeza en la puerta.
—Casi me olvidaba decirte: el hijo de la señora Spencer viene a visitarla esta tarde. Cuando llegue sobre las cuatro y media, acompañadlo al jardín para que pueda estar con ella.

Me quedé pensativa. La señora Spencer, era una viejita muy cariñosa y bonachona. Se había convertido en una abuelita para mí. No sabía si era yo la que la cuidaba o ella a mí. Muchas personas allí eran así, te cogían cariño y nosotras éramos lo poco que tenían como familia. Aunque tuviesen la suya.
Yo iba a jurar que desde que la señora Spencer llegó hace seis meses, que nada la venía a visitar. Nunca hablaba de su familia. Pensé que no tuviera hijos: al parecer, estaba equivocada.


A la tarde, estaba yo, tan contenta, en la cocina charlando con Matilda, una señora rusa que era la cocinera oficial de local, que no me di cuenta de las horas.

—Mi niña, tengo que hazzer las meriendas, sino esta gente no come —nunca perdía su asiento ruso y eso le daba mucha personalidad.
—¡Hostias! —chillé descolocada. Matilda abrió los ojos como platos y me miró sorpresa. Yo miré al reloj para certificarme de mi error y bendita hora que lo hice—. Tenía que ir a por el hijo de la señora Spencer en la recepción. Me estará esperando. Como se entere Susan y estoy con las patitas en la calle—. Lo siento, pero tengo que dejarte.

Salí, pero no sin antes robar una galleta de jengibre que Matilda acababa de hornear. Estaban deliciosas.
Con la boca llena del dulce y corriendo como una loca, llegué a la recepción. Empecé a mirar para todo el lado, pero no veía a nadie.
Me acerqué a la seguridad que estaba en la puerta.

—Finn, ¿has visto un señor por aquí? Ya tendría que haber llegado, me quedé de esperarlo aquí en la recepción, pero no lo veo por lado alguno —mi cabeza seguía mirando todos los rincones, casi buscando alguno que no existiese.
—Entró un señor hace unos diez minutos, pero creo que preguntó algo en la recepción y se adentró en el pasillo de acceso a los jardines.

Me daba muy bien con la chica de la recepción, que era relativamente nueva por allí, no quería confrontarla con la pregunta. No iba a dar a entender que perdí un familiar de un huésped, cuando debería haberlo recibido. Si le preguntase, podría perfectamente decirlo a Susan, sin querer, y no estaba para más inquisiciones.

—¡Gracias, Finn! —me dirigí al pasillo que me indicó. Al abrir la puerta de acceso, entré con tanta fuerza y velocidad que no vi que alguien venía por el otro lado.
Y al entrar, me choqué de frente con un monumento de piedra.
O mejor diciendo, alguien tan duro que casi me tira para tras del impulso. Menos mal que la persona tuvo el reflejo de me sujetar por un brazo o me hubiera destartalado en el suelo.

—Mire usted por donde anda... ¡qué imprudente! —un chico joven tenía mi brazo sujeto y me lanzaba una mirada de horror. Ya para no decir las palabras, que parecían flechas venenosas.
—Menudo indígena —dije yo en voz baja, mordiéndome la lengua e intentando retomar el equilibrio.
—¿Qué ha dicho usted? —Lo miré, mientras me recomponía la ropa. Algunos músculos me dolían del impacto. ¿Estaba hecho de piedras o qué? Era alto, bien más alto que yo, podría decir que era guapo, tenía unas facciones graciosas, unos ojos muy bonitos, eso era cierto. Y un cuerpo, ahora que lo veía mejor, bastante potente. De piedra no sé si era, pero que estaba bueno, eso no tenía dudas—. Le hice una pregunta.
—¡Perdón! ¿Estaba hablando conmigo? —El chico me lanzó una mirada terrorífica.
—¿Y se puede saber con quién más podría ser? ¿Ve usted aquí alguien más?
—No, no. Siento por el impacto. Estoy buscando una persona, si me disculpa, tengo que encontrarlo —ya iba a esquivarme cuando él volvió a sujetarme el brazo.
—¿Se puede saber qué hace usted corriendo como una loca, sin mirar a nadie? —entiendo que estaba enfadado con el martillazo que le di, pero yo también lo recibí y ni una disculpa me dio. Que persona más desagradable.
—Estoy buscando un familiar de una residente. Me estará buscando y no tengo tiempo. —No sé ni por qué motivo le estaba dando explicaciones, pero no quería que armase un escándalo.

La escena siguiente parecía de una película a cámara lenta. El chico levantó una mano y se acercó con ella a mi boca. Me detuve, bloqueada, pensando qué demonios estaba haciendo. ¿Me iba a pegar? Y con un gesto raro, sacudió con el pulgar la comisura de mis labios.

—Disculpe, pero tenía usted unas migas ahí —apuntaba para mi boca con el dedo.

Su voz ya no era tan amenazadora, sino que notaba que hablaba un poco avergonzado. Normal. Acababa de hacer una cosa un poco íntima, pensaba yo, como limpiarme la boca de las migas de galleta. Como si fuera mi novio, o hermano, o amigo. No sabía ni que contestar.


—¡Gracias! —lo único que conseguí soltar.

Un breve silencio extraño pobló el ambiente y fue gracias a la intervención de Beth, la chica de la recepción que salimos de aquel episodio de alta tensión típico de una serie policíaca.

—Señor Miller, me estaba dejando preocupada. Ah... —la chica miró para mí y nuevamente para el hombre a mi lado —. Veo que ya encontró a Magda. Ella va a llevarlo hasta su madre. —Volvió a dirigirse a mí—. Magda, ¿te importaría acompañar el señor Miller a donde se encuentra la señora Spencer?

Entonces, aquel era el hijo misterioso de la señora Spencer. No llevaba el mismo apellido. Y no imaginaba una persona tan arrogante. Menuda presentación habíamos tenido. Consternada, asentí. Beth nos dejó nuevamente, cruzando la puerta de vuelta a la recepción.

—Bueno, parece que no tiene usted que correr más. Ya me encontró. Así que, ¿puedo ir a ver mi madre, Magda? —me sonreía de forma irónica. Y además dijo mi nombre con total descaro.


—Claro que sí, señor Miller. Por aquí —me limité a orientar para los jardines a lo que venía a ser el hombre más petulante que conocí hasta el momento. Más podía ser el hijo de Susan y no de la señora Spencer. No se lo merecía. 

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Hola queridos lectores,

Para los que ya me conocen, muchas gracias por volver, por seguirme y por estar ahí. Esta nueva historia está publicada en Amazon, como todas mis otras historias, sin embargo, esta la voy a dejar corrigida y completa aquí. Porque vosotros lo merecéis. 

Para agradecer todo lo que me dais. Me encanta la historia de Madgalena. Espero que os guste como a mí. Vais a reír, a llorar y tiene muchos altos y bajos. Y mucha historia. 

Pero está completa y terminada. 

Os voy dejando los personajes y los actores o modelos o personas de la vida real en los que me inspiré a la hora de escribirla. 

Un besazo. Espero vuestros comentarios. Es lo primero que leo cada mañana y que me alegra el día, antes de empezar mi jornada larga de trabajo. Os quiero. 

Elena Martin. 

Nuestra protagonista: Magdalena

Nuestra protagonista: Magdalena

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La señorita Brown: 

La señorita Brown: 

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MAGDA LLENA CON AMOR | TERMINADA Y COMPLETA | ROMANCE JUVENILDonde viven las historias. Descúbrelo ahora