Vida para el retoño (parte 2)

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El retoño era resguardado dentro de la choza y los animales se turnaban para sacar algunas gotas de sangre y regarlo todos los días. Nob, el carnero, lo miraba como si sus pensamientos se fueran en su luz, sus ojos negros se abrían admirados. Le encantaba estar presente cuando le echaban las gotas de sangre, pues emitía un poco más de brillo. Se preguntaba ¿Cómo es que pude pasar tanto tiempo sin entender? Meditaba en qué hubiera pasado si Ivé no los hubiera engañado con el asunto de la comida y la alfalfa. En la medida que sus ojos eran alumbrados por el retoño entendía cosas que a un simple cordero dentro de los establos de la península de Tigo jamás se le habrían ocurrido.

Los días pasaron y Neafi no se recuperaba. Parecía tener pequeños dolores en sus músculos y las articulaciones. Todos estaban intranquilos, pero Vitali les dijo que no había nada de qué preocuparse.

Aquella noche había poca visibilidad, pero suficiente, pues de Mio sólo se veía la mitad y Gaio iluminaba con su característica rapidez en sentido contrario. Vitali salió de la choza para platicar con Sefar que se encontraba aparte, tratando que su simple respiración no intimidara al resto de la fauna del bosque. Sentándose junto a él le explicó sobre la Luz, las profecías de Saiz, el reino de Plata, del alzamiento de Krol-Hanán y de cómo el retoño era una buena señal de la restauración de Amna.

—Tal vez los reptiles dejen de caer del cielo —dijo la mujer.

Sefar sonrió, pues no le vio relación al efecto de la luz del retoño, con la caída de los reptiles desde el cielo, pero tampoco quería indagar. Sabía que Vitali guardaba muchos secretos sobre su padre, el líder de los leones. Tal vez no la volvería a ver, así que preguntó:

—¿Por qué mi padre, Adabiad, dijo que usted había tenido razón?

La mujer miró al joven león con serenidad.

—No sé si estés listo para escuchar esto.

—Le ruego me cuenta la verdad —suplicó Sefar.

—Según veo eres un león joven, no han pasado ni siquiera 8 soles sobre ti, así que no podrías haber estado en aquel momento, pero tu padre vivió horrores que pocos podrían soportar. Krol-Hanán se levantó y mató a Arial el gran Guardián y luego destruyó todas las ciudades del reino de Dubéjad atacando con rapidez y contundencia. La fortaleza de Aral-Dubéj, dónde habitabas, se había convertido en la última fortaleza de los hombres que no había caído por la influencia del dragón rojo y de su poderosa hechicera, Limorta.

—¿Quién es ella? ¿Usted la conoce?

—Claro que la conozco, ella jugó un papel importante —la cara de Vitali mostró pesar—. Cuando la fuerza de los hombres fue mermada, recurrí a tu padre para que se mantuviera firme frente a la amenaza y el bosque Sarot estuviera a salvo de las influencias de toda hechicería y maldición. Adabiad tuvo la oportunidad de apoyar a los hombres que estaban en la fortaleza o declinar por el reino Rojo.

Vitali se quedó en silencio.

—Ahora entiendo —Sefar sabía lo que la mujer le quería decir y cuál era el motivo de la culpa de su padre—. Significa que mi padre apoyó a Krol-Hanán y se volvió contra los hombres.

—Es una buena conclusión, pero no fue así de simple. Lo que sucedió es que Limorta, logrando influenciar a tu padre, lo llenó de temor. Confundido y aterrado, traicionó a los hombres y destruyó la confianza de su especie.

Sefar pareció dolerse por las palabras de la mujer.

—Me has pedido la verdad, la verdad te he dicho —concluyó Vitali.

—Y le agradezco mucho. Sólo que me duele pensar que mi padre es un traidor.

—Para muchos lo fue, pero no para mí —aclaró la mujer—. Sin embargo, Krol-Hanán sí fue y sigue siendo un traidor. A pesar que tu padre se declinó por el dragón, este le quitó el raciocinio, así como a todos los animales mayores de Dubéjad. Solamente no afectó a los que se le unieron, reptiles y hombres. Fue una manera eficaz de conquistar este reino.

Sefar, aunque entendiendo muchas cosas, no por eso se sentía aliviado. Sólo le quedaba una última duda que le rondaba en su mente, como si fuera importante para él.

—¿Y cómo Limorta logró influenciar a mi padre?

—Me temía que me preguntaras eso —la mujer hizo una mueca—. Limorta logró acceder a tu padre a través de una persona cercana a él. Logró influenciarlo a través de mí —la mujer señaló a su ojo izquierdo, el que tenía tapado por una tela negra—. Le pedí a un vidente llamado Yeis, que me acompañó desde el Sur, que maldijera mi ojo usando hechicería, pues era necesario ver los poderes de Limorta en los lugares espirituales. Si bien esto me ayudó mucho a frenar su influencia en el bosque y los alrededores, la hechicera lo aprovechó para llegar a tu padre.

Mi error fue pensar que podía apagar fuego con fuego, cometí la falta de usar los métodos en los que ella era una experta. No sólo Adabiad tu padre cayó presa de la situación tan terrible que enfrentábamos, yo misma fui débil —la mujer miró hacia el suelo, avergonzada—. Por eso no tengo la autoridad moral de condenar a tu padre, ni creo que alguno la tenga. Las profecías que señalaban el levantamiento del reino Rojo no pudieron prevenirnos de los terrores que se vivieron, ninguno estaba preparado para esos días de desesperanza.

—¿Cómo es ella? ¿Cómo puedo encontrarla? —preguntó el león.

—¿Para qué quieres saberlo? ¿Buscarás venganza? —La tenue luz de las lunas se reflejó en el ceño fruncido de la mujer y del rostro avergonzado del león.

—Lo siento —dijo Sefar, apenado—. Admito que sí pensé en la venganza, pero también me puse en el lugar de mi padre y no sé qué haría si algo así me sucediera.

—Entiendo —dijo Vitali—. Limorta fue reclutada por Krol-Hanán. Es una mentirosa, al igual que su amo. Tiene el cabello negro, viste de rojo y sus ojos son morados. Cuando llega a un lugar, el desánimo domina —la mujer se acomodó la placa de metal dorado que tenía en su frente, poniendoen su lugar algunos cabellos que le estorbaban sobre su rostro. Aprovechó a pasar su mano por el resto de su cabellera plateada. Sus arrugas quedaron expuestas ante Mio y Gaio—. Antes que Yeis fuera asesinado, llegamos a la conclusión de que había fuerzas espirituales que nos superaban, que nos quitaban la esperanza, que nos hacían sentir solos. Las ciudades eran atacadas sin que nadie recurriera a su rescate, como si el dragón y la hechicera aislaran a sus presas. Los argogs desobedecían a sus amos, las fieras se volvían violentas, los hombres perdían todo valentía.

—No entiendo ¿Cómo los aislaban? —preguntó Sefar.

—Aún no sé la respuesta con certeza. Cuando yo llegué desde la ciudad de Gumayo, en el Sur, descubrí que el reino de Dubéjad había caído delante de Baabik-Anum, los videntes habían sido perseguidos y asesinados. Cuando cayó la fortaleza de Aral-Dubéj pensé que el reino de Plata se le opondría, pero no oímos un solo rumor de su reacción, como si no se hubieran enterado. Clamamos a la Luz y no nos escuchó. Fuimos entregados al enemigo y éste no dudó en despedazarnos.

Viendo que se había desviado del tema, la mujer concluyó.

—Nunca verás a Limorta. Ella está en la fortaleza de Lon-Kun-Baatik, la capital de Baabik-Anum. Seguramente está planeando cómo extender las garras de Krol-Hanán hacia el Sur. Desconozco lo que esté pasando en el reino de Plata, pero dudo mucho que su destino sea diferente.

Ambos se sintieron un poco tristes luego de esta conversación. Sefar había salido de la protección que le daba su padre y sabía que ahora debía empezar a tomar sus propias decisiones. No quería tropezar de la misma manera.

Vitali luego de recordar aquellas noches de terror, se consoló pensando en las profecías de Saiz, sabía que el retoño era una buena señal. No estaba segura si podría ver los días de la Restauración, pero luego de algunos años sentía que la Luz por fin estaba escuchando sus oraciones.

El reino Rojo. Los tres reinos de AmnaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora