En el bosque blanco (parte 3)

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Nahás sabía que en cuanto llegara algún soldado del ejército, mataría a SusLuz, así que volvió a preguntar:

—¿Has visto a un ser de luz? ¡Respóndeme!

El reptil negro, viéndolo muy interesado en el tema, respondió.

—Si. Yo recibí instrucciones de la Luz sobre lo que debía de hacer.

—¿Quién te dio esta arma? ¿Fue un vigía? —preguntó Nahás, desesperado. No le quedaba mucho tiempo.

El Kalos Labuis llegó desenvainado su espada. Su cabello negro ondeaba por las fuertes ráfagas de viento formados por los argogs. Sus ojos negros y amplias cejas se posicionaron contra el reptil de cuatro manos.

—¡Espera, no lo mates por favor! —suplicó Nahás—. Necesito que me responda algo.

SusLuz, viendo que no tenía escapatoria, gritó:

—¡Te diré todo si me dejan con vida!

—No —respondió Labuis, caminando hacia él.

—Por favor, espera —suplicó Nahás, parándose entre el Kalos y el reptil negro.

—¿Estás interponiéndote en mi deber? —le preguntó el Kalos, furioso.

—Claro que no. Sólo que necesito que SusLuz sea interrogado, necesitamos saber qué está sucediendo. Por favor, déjame hablar con él.

Polsher llegó y Nahás le suplicó lo mismo. Luego de que Nahás le explicara el valor de la información que SusLuz podría darles, decidieron dejarlo con vida y llevarlo a Batali. Le pusieron 3 pares de grilletes para sus manos y pies, lo metieron en una bolsa de tela que usaban para llevar a los muertos y lo amarraron al gran argog, quien se elevó en dirección a la capital.

En el sitio fueron ejecutados los guardias que usaban el uniforme blanco con la llama dorada en su pecho. Los huevecillos que Nahás había puesto en los seguidores de SusLuz se habían reventado sobre sus frentes. Al parecer, el efecto duraba poco tiempo.

Se quedó con la vara de SusLuz. Esta se retraía y se extendía manualmente. En la punta tenía incrustada una piedra color blanco que tenía marcas rectas, perfectas, que parecían ser heptágonos incompletos, era similar a la que se había metido en su pecho en el aposento de Ma-nóm. Desde esta piedra salían los tres filos y podían aparecer y desaparecer según su posedor lo deseara, pues entendía las intenciones de su portador, tal y como lo hacía la luz en su brazo.

Los Kies y los jinetes de argogs tardaron todo el día viajando hasta Boliarés y de regreso, llevando los soldados que habían sido rescatados y los cuerpos de los que habían sido asesinados.

Nahás viajó con Labuis, que no dijo nada en el trayecto de regreso. No parecía enojado, pero tampoco contento, su estado de ánimo era un total misterio. Cuando llegaron a Boliarés, Brial fue a recibirlos.

—¡Lo volviste a hacer, eres el mejor! —le dio un golpe en el brazo.

Esa noche Nahás se la pasó con Brial platicándole todo lo que había sucedido y de cómo SusLuz había podido engañar a tantas personas. Parecía inofensivo, pero su persuasión era peligrosa. Lo habían llevado directamente hasta Batali, en donde lo encarcelarían.

—Supongo que fue lo mejor dejarlo vivo, pues interrogarlo nos puede ayudar a entender cómo obtienen su poder —añadió la Kalos de Rafet.

—Además, no quería que me crecieran dos brazos más —dijo Nahás seguido de la risa de Brial.

Esa noche, mirando las estrellas, Brial le contó que, según las enseñanzas del Hombre de Plata, Amna es un planeta y había muchos de ellos regados por el universo, todos dominados por la Luz. El reptil escuchaba atentamente y se preguntaba si en otro planeta él hubiera sido aceptado; si en otro planeta los reptiles y los humanos no tendrían esas diferencias que los dividían. Poco podría saber Nahás que en algunos los reptiles no tenían conciencia y en otros ni siquiera existían.

El reino Rojo. Los tres reinos de AmnaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora