Los hijos de Sacor (parte 2)

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Cuando los soles habían bajado se encendieron antorchas en toda la plaza principal. Los primates salieron de sus casas y se acercaron al edificio grande, de donde salió el Shofaf Nad, trayendo consigo un rollo.

Neafi e Ivé se despertaron y habiendo echado unas gotas de sangre sobre el retoño, salieron de la casa, disponiéndose a escuchar lo que el líder de los primates tenía que decir. Luego de un tiempo de hablar sobre algunos asuntos relacionados con la cotidianidad de la ciudad amurallada, abrió el rollo y lo comenzó a leer. Se trataban de los escritos de los videntes de la Luz. Vieron cómo Sorta permanecía en pie a la derecha del Shofaf, como si estuviera preparándose para ser su sucesor.

Cuando hubo terminado todo, Sorta regresó a su casa y halló al ciervo y al becerro sentados afuera, se les unió para platicar y luego se les añadió Sefar. El joven gorila les preguntó sobre su viaje, lo que sabían de Vitali y Krol-Hanán. También tocaron el tema del naufragio y de cómo habían sido atacados desde las nubes.

—Sería poco probable que se tratara de una manifestación de la Luz —dijo Sorta—. Tendría que suceder algo excepcional para que la Luz enviara a uno de sus ministros a destruirlos. Pero eso es algo que nunca ha ocurrido.

—¿Cómo podrías estar estás seguro? —preguntó Ivé.

—Bueno, la Luz nunca interfiere en los asuntos de Amna. Aun si ustedes fueran un grave peligro y rebeldes a su voluntad, no los destruiría. Si así fuera, Krol-Hanán, lleno de hechicerías, muerte y maldiciones contra la Luz, hubiera sido derribado desde hace mucho tiempo.

—¿Y entonces qué crees que haya sucedido? —preguntó Neafi.

—No lo sé —respondió con sinceridad Sorta—. Tengo a mi disposición todos los rollos del Recinto (nombre que le daban al edificio principal) y sé que no van a hallar respuesta a su inquietud, ni aun hablando con mi padre.

Conforme platicaban, se enteraron que Nad era el líder espiritual de los Beheros. Había cuatro líderes vigilantes, como Modenco, que tenían el encargo de cuidar los territorios alrededor del río Peleo, pero todos estaban bajo el liderazgo del Shofaf.

A la ciudad amurallada le llamaban Maslo. Los hijos de Sacor fueron guiados por el vidente Somen hacia el Oeste y llegaron al río Peleo, luego de muchas tragedias. Cuando encontraron la ciudad, ésta ya estaba abandonada. Pareciera como si los hombres hubieran salido súbitamente de ella, abandonando no solo la ciudad sino también ropa, utensilios y el Recinto. El vidente Somen lo vio como una bendición de parte de la Luz, así que se dio a la tarea de leer diariamente a los hijos de Sacor los rollos que encontraron en el edificio.

En las ruinas de Maslo encontraron muchos esqueletos de hombres que habían sido asesinados por bestias. Luego de enterrarlos, habitaron la ciudad y se hicieron de las armas para defender el territorio de los hombres malvados, de los animales salvajes, principalmente felinos, pero más aún, de los reptiles que caían de las nubes.

Pasando el monte Risora, estaban las ciudades de los hombres, aquellas que habían sido fundadas antes que el reino de Plata se estableciera. Los Beheros no tenían relaciones con el reino de los hombres, aun cuando tenían la misma fe en la Luz. Consideraban en el dominio de Asha siempre habían tenido un corazón dividido entre la Luz, las creencias del dios árbol Agal, el dios Ebeneo y las artes oscuras.

—Hace más de 100 años, un Juez llamado Kasha-ui se corrompió y se entregó secretamente a las adivinaciones de Mistrofal, las cuales son aberrantes para nosotros —les contó Sorta—. Mandó a llamar hechiceros para que lo instruyeran sin que el Karuno se enterara.

Historias semejantes se contaban de los líderes de Asha, así que no eran de fiar para los Beheros. Sorta hablaba de las cosas como si los animales estuvieran familiarizados con los términos como Recinto, Karuno, Asha o Juez. Ivé escuchaba, pero no entendía; confiaba en que Sefar y Neafi supieran de lo que Sorta se refería, aunque ellos también estaban en la misma situación. Luego de una larga charla, volvieron a la casa para descansar.

Edín, habiendo dormido hasta el siguiente día, se levantó temprano. Notó cómo los primates de la ciudad estaban orando hasta que los soles, Vareo y Yarmo, aparecieron en el horizonte. Sus pezuñas se seguían resquebrajando dando paso a extensiones similares a los dedos de los hombres, pero muy pequeños, todavía. Con todo, entendía que las suposiciones de Neafi eran ciertas, el retoño los estaba volviendo más humanos.

Regresaron al río Peleo para que Sefar, el león, el pudiera comer pescados. Maca aprovechó a bañarse y a cambiarse sus ropas por unas nuevas que le proporcionó Sorta. Todos se metieron al agua y flotando, practicaron para poderse poner en pie. El que tenía mayor facilidad era Edín, luego Neafi, Sefar y por último Ivé. Sorta no había ido con ellos pues tenía que hacer actividades relacionadas con el Recinto. Sólo fueron acompañados por el chimpancé Rimotae, el mismo que los había hallado en medio de la selva cuando huían del reptil. Éste, al ver que el león podía ponerse de pie, le dio su lanza cuando hubo salido del agua.

—No le digas al líder Modenco que te la presté. Me echaría de los vigilantes.

Sefar pudo tomar la lanza con facilidad. Los dedos de sus garras se habían alargado, de manera que parecían cada día más a las manos de un hombre. Logró ponerse en dos patas y sosteniendo la lanza trató de caminar. Su espalda se estaba amoldando para que caminara con más facilidad de pie, que encorvado, sus piernas también se estaban alargando a manera de piernas, pero todavía parecían más los muslos de un felino.

Edín ya podía caminar en dos patas. Su cuerpo, más pequeño, no suponía mucho peso sobre su columna. Ivé que no practicaba mucho, también podía, pero con dificultad.

Antes que cayera la noche regresaron a la ciudad de Maslo. Rimotae los apuraba pues debía estar presente cuando el Shofaf hiciera la lectura diaria, así que entraron corriendo por la enorme puerta que llevaba a la plaza central. Los gorilas que la resguardaban, armados con espadas y escudos, los saludaron amigablemente, pues ya tenían la aprobación del líder.

Neafi entró a la casa de Sorta, empujando la puerta. El gorila estaba sentado en el suelo sobre una tela que usaban para recostarse. Tenía la vasija de barro en sus manos, a la que le había quitado el velo que lo cubría y miraba el retoño como si se estuviera perdido en su luz.

—Es lo más maravilloso que he visto — dijo el gorila—.Es como si estuviera viendo a la Luz en su presencia.



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El reino Rojo. Los tres reinos de AmnaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora