Capítulo 1, 1 de Octubre de 2021

245 18 2
                                    


Koutarou se levantó y rescató su bolsa del portamaletas. La música del último grupo al que lo habían enganchado sus compañeros de equipo aún sonaba en sus oídos. La gente hacía fila en el pasillo. Habían sido tres largas horas en el Shinkansen pero al fin estaba en casa.

Nada más poner el pie en el andén, Koutarou se ajustó el abrigo y se guardó las manos en los bolsillos. El aire corría con fuerza anunciando la entrada de otro tren en la vía contraria. Koutarou siguió al gentío hasta pasar los tornos. La multitud agolpándose en todas partes no era algo que hubiese echado de menos de Tokyo.

–¡Tío Kou! –Akane gritó, escapándose de la mano de su madre.

Koutarou apenas tuvo tiempo de dejar la bolsa en el suelo antes de que su sobrina se le tirara al cuello entre risas.

–¡Hey! ¡Hey! ¡Hey! ¿Qué pasa, bichillo? –Koutarou la alzó en brazos y le dio un beso enorme en la mejilla–. ¿Me has echado de menos?

La cría le enseñó muy orgullosa su sonrisa mellada. A veces le resultaba increíble que ya tuviera cinco años. Era difícil negar que era una Akaashi, con sus mechones azabache enmarcándole el rostro. Koutarou intentó ignorar la punzada en su estómago. Temari era afortunada.

–¿Cómo ha ido el viaje? –Temari se acercó, recuperando el escaso equipaje que Koutarou se había traído desde Osaka.

–Largo. –Koutarou dejó que su sobrina se acomodara en su brazo, abrazada a su cuello–. Con ganas de veros.

–No eres el único –Temari sonrió–. Akane lleva todo el día insoportable, preguntando cuando ibas a llegar.

–¿Si? ¿Tanto me has echado de menos? –Koutarou le hizo cosquillas a su sobrina y la dejó en el suelo.

–¿Me has traído algo? –Su sobrina lo miró con ojos de corderito.

–¡Akane! –Temari gritó escandalizada–. ¿En qué habíamos quedado?

–Podría ser. –Koutarou no pudo evitar reír–. Si le preguntó a mamá, ¿me va a decir que has sido buena? –Sin esperar la respuesta de Temari, Koutarou rebuscó en el bolsillo de su abrigo y sacó una caja de dulces en forma de mariquita–. Te gustaban los de cereza, ¿verdad?

Akane parecía distraída, intentando despegar el precinto que envolvía el paquete. Koutarou no pudo evitar fijarse en los ojos oscuros, las pecas espolvoreadas sobre sus mejillas y la nariz respingona que había heredado de uno de los mejores amigos de Keiko. Casi era mejor no pensar en la pelea de Keiji con su hermana cuando su novio se había negado a ser el donante. Al final, tampoco hubiese significado nada cuando seis meses más tarde habían tenido que operar a Temari por un tumor en el cuello del útero. Gracias a Dios, había sido benigno y todo había quedado en un susto.

Apenas tardaron cinco minutos en salir al exterior. Los últimos días de septiembre habían sido lluviosos y la humedad aún podía notarse en el ambiente. Los intermitentes del Mercedes se iluminaron en el mismo instante en el que Temari apretó el botón del mando.

–Gracias por venir a buscarme. –Koutarou se sentó en el asiento del copiloto y se abrochó el cinturón.

–Sabes que no es problema. –Temari se lo quedó mirando un instante mientras acababa de atar a su hija en la sillita y le ponía la última peli de Disney en el DVD portátil–. ¿Cómo están las cosas con Keiji?

–Sigue siendo tan cabezota como siempre. –Un sentimiento de aprehensión lo invadió por completo al pensar en su novio.
–¿Tan mal? –Temari suspiró nada más verle la expresión–. ¿Os habéis vuelto a discutir?

–Sería mejor preguntar cuándo no discutimos –Koutarou clavó la mirada al otro lado de la ventana, un nudo cerrándole el estómago. Por mucho que lo intentara, Koutarou era incapaz de recordar la última vez que sus llamadas no habían acabado en una discusión con Keiji. A veces incluso las cosas más absurdas parecían una debacle–. Esperaba que las cosas fueran a mejor una vez le concedieran el traslado, pero se lo han vuelto a denegar.

–Me lo dijo Keiko. –El ruido del motor los silenció por un instante. El tráfico aún padecía los últimos retazos de la hora punta. –Está preocupada por Keiji. Sus migrañas parecen haber empeorado otra vez.

–Le ha estado renovando los sellos, ¿verdad? –Koutarou se dejó caer contra el asiento. Era difícil fingir que la notícia lo había pillado por sorpresa. Después de diez años juntos, conocía a su novio lo suficiente para saber cuando le mentía–. ¿Cuántas veces?

–¿Dos? –Temari se quedó pensativa un momento.

–¿En un mes? –Koutarou preguntó escandalizado.

–En la última semana. Al menos que yo sepa. –Los dedos de Temari tamborilearon contra el volante–. Ya sabes cómo son para estas cosas.

–Se suponía que estar conmigo tenía que ponerle fin a todo eso. –Koutarou cerró con fuerza los puños, sus uñas clavándose contra las palmas de sus manos–. Es para lo único

–Ni se te ocurra terminar esa frase. –Temari le dio una colleja en la nuca–. Sé que las cosas no están siendo sencillas, pero no sigue contigo porque seas su familiar.

–A veces creo que sería mejor que lo dejáramos. –Koutarou se sentía terriblemente pequeño cada vez que la idea cruzaba su mente.

–Las relaciones a distancia no son sencillas. –Hacía un rato que habían dejado atrás la hora punta y el tráfico empezaba a estar algo más tranquilo–. Los dos estáis bajo mucha presión.

–A veces no sé si vale la pena todo lo que hemos tenido que sacrificar por mi carrera –Koutarou musitó dejando que el ruido de la radio llenara el silencio entre los dos.


La tarde amenazaba lluvia cuando Temari lo dejó en Yoyogi. El bloque era bajo, apenas cuatro plantas, de ladrillo claro y las ventanas asomaban tras la balaustrada de metal de la galería. Lejos del bullicio de las luces de neón, los centros comerciales y los locales de moda, aquella era una zona relativamente tranquila. Koutarou subió las escaleras, su mano apoyada en la barandilla helada. Todas las luces estaban apagadas. Koutarou rescató la llave de uno de sus bolsillos y dejó caer la bolsa en el recibidor. La penumbra parecía invadir toda la estancia. Montañas de libros se apilaban en un rincón del comedor. Apenas había sitio para sentarse alrededor del kotatsu. Daba igual que Koutarou viviera allí casi cuatro meses al año, seguía siendo el piso de Keiji.

–¿En serio, Keiji? –Koutarou suspiró resignado al abrir la nevera y encontrarla prácticamente vacía salvo por un limón y dos latas de Sapporo.

Rebuscando entre los armarios encontró tres sobres de ramen de ternera y sopa de miso instantánea. Koutarou cerró la puerta del armario con fuerza. Sus compañeros de equipo se reían de él por preocuparse demasiado por Keiji, pero era por cosas como esa. Su trabajo en la editorial sólo hacía que empeorarlo todo. Demasiadas veces Koutarou había tenido en la punta de la lengua pedirle a Keiji que lo dejara pero su tiempo era demasiado precioso para perderlo en peleas inútiles.

Koutarou apenas había conseguido estar cinco minutos en el piso antes de que el silencio se volviera opresivo. Koutarou cogió las llaves, su móvil y se metió la cartera en el bolsillo. Koutarou anduvo entre callejones estrechos, observando los primeros retazos anaranjados tiznando las nubes. Intentó concentrarse en el vínculo en su pecho y el sonido del corazón de Keiji sonando junto al suyo. Algunos días era lo único que tenía para seguir creyendo que Keiji le quería.

In BetweenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora