Capítulo 6

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Después de cinco minutos, finalmente fui capaz de recuperar mis sentidos, y ordenar mis pensamientos acerca de qué había pasado con exactitud. No podía realmente quedarme en el suelo, temiendo por mi vida. Ella ya se había ido, y el arma estaba en algún lugar en mi sala, por lo que no tendría realmente una razón para temer.

Me levanté, ayudándome con la puerta y la pared más cercana a mi, procurando mantenerme fuerte. Ya no había más momento para llorar. No había más momento para temer. Yo era la única persona fuerte en ese momento, y con mi fuerza planeaba ayudar a todos aquellos que no se sentían fuertes.

Tome un respiro. Calmada. Estaba calmada. Debía de estar calmada, porque, aunque dentro de mi la tempestad comenzaba a derrumbárme, todas mis necesidades podían esperar. Aunque mis piernas flaqueaban, debía de informar que ahora estábamos a salvo.

Caminé hasta la cocina, y encendí la luz. Tamaki estaba en una esquina, pegado a la barra y el fregadero. Su hija estaba detrás de él, tomando fuertemente de su ropa, y él tomaba con ambas manos un cuchillo. No pude evitar sonreír al ver como cerraba sus ojos con fuerza, pensando como esa era una de las peores ideas que podía tener en momentos de crisis. Tamaki nunca haría eso. No sé si mi sonrisa era realmente una sonrisa, porque sentía a la perfección como mis dientes rogaban que dejara de apretar mi mandíbula. Creo que estaba furiosa. Tal vez, ni siquiera la palabra “furiosa” podría describir la rabia que tenía. Estaba colérica.

Era tan extraño. Hace un par de minutos estaba temblando en el piso, y ahora quería ser yo quien hiciera temblar a alguien de miedo. No solo a alguien. A ella. Quería hacerla gritar de horror con tan solo la mención de mi nombre, porque se metió con algo que amo, y ahora es momento de pagar. 

Hubiese seguido pensando en mi revancha hacia esta desgraciada, pero no lo logre. No pude porque en el momento en que Tamaki escuchó mis pasos acercarse, reunió él coraje para abrir aquellos preciosos ojos índigo, intentando ver quien estaba delante.

Volvió a respirar al ver mi rostro, ese que en momentos como estos tenía una sonrisa de alivio solamente por verlo en una pieza. Él repitió él gesto, cayendo de rodillas al suelo, y abrazando a su hija.

Ya no había por qué estar aterrado, ¿Por qué? Porque yo estaba aquí. Yo era quien debía de mantenerlos a salvo, no importaba que. 

—¿Están bien?— Pregunté con un llegue de clara preocupación en mi voz. Mis ojos se concentraron en la pequeña Taki, quien se notaba temerosa. Era evidente que si Tamaki estaba ansioso, él transmitiría ese sentimiento hacia su pequeña. Él era la figura más fuerte y valiente que conocía, y verlo flaquear no era bueno para ella.

No podía culparlo, era evidente que había estado bajo estrés constante desde hace mucho tiempo, pero no por eso podía dejar que Taki se viera afectada por él comportamiento de su padre. Tamaki debía de despertar, y darse cuenta que ya no había espacio para tener miedo porque había una persona importante la cual proteger: Su pequeña.

Me acerque a ambos, y tome él cuchillo de las manos de Tamaki, lanzandolo al fregadero. Él sonido del metal chocando hizo un estruendo él cual únicamente Taki logró escuchar, porque yo estaba muy ocupada intentando hacer que Amajiki me viera, y él estaba muy ocupado hiperventilando y viendo hacia todos lados lleno de terror. Acune su rostro en mis manos, y deje que me viera. Deje que se diera cuenta que quien tenía frente solamente quería ayudarlo, porque él, por ahora, era un ave herida y asustada, y yo era aquel que se atrevía a ayudarlo, y protegerlo hasta que pueda volar de nuevo. Yo cuidaría de sus alas hasta que pueda surcar los cielos por su cuenta de nuevo.

Seguramente él pobre seguía en shock, y no quería que su hija lo viera de esa manera, así que acerqué mis manos hacia ella, y ella de la misma manera se acercó a mí, y me dejó tomarla en brazos. Ya había sido presentada a ella hace tiempo, mucho antes de decirle a Tamaki lo que sentía por él, y poco después de llegar al país. Se podría decir que la pequeña ya me tenía bastante confianza, por ende no era ninguna sorpresa que me dejara cargarla en brazos.

La pequeña entendía bien. Entendía que su padre necesitaba un poco de espacio, y no quiso oponerse ante ello. No quería causarle problemas. La ayudé a sentarse en una de mis sillas altas, y revisé sus brazos y piernas, intentando buscar heridas. No sabía que había pasado, y no estaba muy segura de querer saberlo, pero sí que quería asegurarme que ambos estaban bien. Quería asegurarme de que nada les había pasado antes de llegar.

—¿Te duele algo?— Pregunté, aún buscando heridas en la piel visible. Ella negó con la cabeza. —¿Nada de nada?—

—Nada— Sonreí. Estaba aliviada. Me aliviaba saber que ella estaba bien. Me aliviaba saber que no le había pasado nada malo, y que, aún en estas situaciones, entendía que debía de estar calmada. No estaba realmente contenta, porque entendía con facilidad que estaban haciendo que esa pequeña madurara demasiado rápido, pero, aunque sea, Tamaki no tendría tantos problemas justo en este momento.

—¿Estas cansada?— Pregunté, elevandola un poco más en mis brazos, haciendo que su rostro estuviera a mi altura para lograr hablar correctamente con ella. La pequeña asintió, tallando uno de sus grandes ojos violetas.

Taki era una niña de pocas palabras, justo como su padre, lo cual era realmente agradable. Era encantador saber que era tan parecida a la persona que más amaba, aunque, claramente, ella no era completamente como su padre. Ella no tenía esa ansiedad abrumadora que la recorría cada vez que hacía algo, sin embargo, tenía su refrescante determinación.

—¿Por qué no vas a tomar una siesta en mi auto?— Ella asintió, por lo que tomé mis llaves y le indique hacia donde estaba la cochera. Cuando escuché como la puerta del auto se abría y cerraba, finalmente fui capaz de darle mi completa atención a Amajiki, quien veía fijamente como su hija se alejaba de nosotros.

—¿Algo te duele?—

Sus labios formaron una línea recta, y su mirada cambió de dirección, alejándose de la mía. Nos quedamos en ese silencio sofocante un par de minutos, en los que rogaba que no asintiera, y que me viera de vuelta a los ojos. Podía escuchar como mi corazón retumbaba en mis oídos. Tome un respiro, e intente calmarme. No podía perder mis cabales. No aún. No frente a él. 

En cuanto él asintió con levedad me puse en acción. Revisé sus brazos, su espalda y abdomen, además de sus piernas tan rápido como podía, la luz no era muy buena, mucho menos mis ojos cansados, pero no necesitaba ninguna lupa para lograr descifrar donde dolía. Cuando mis ojos se encontraron con su tobillo, inchado y de color morado, no pude evitar darle un golpe a la mesa llena de rabia.

Si, lo sé, no estuvo bien. Me di cuenta en cuanto Tamaki dio un pequeño brinco y luego cubrió su rostro, pero no sabia que hacer. No sabía cómo controlarme.

Quería matar a esa perra mucho más de lo que ella podría querer matarme a mí. 

—Lo siento— Solté en un murmullo. Mi mano dolía, no dudaría que me había jodido levemente los nudillos, pero eso no importaba. No sé cómo logró correr hasta mi casa, pero había hecho algo increíble.

—Aferrate a mi cuello, vamos al hospital— Él asintió, y cuando sus brazos me habían rodeado lo cargue hasta mi auto, en donde le pedí que entrara al asiento del copiloto. Antes de entrar cerré la puerta de Tamaki detrás de él, y me asegure que la pequeña tuviera su cinturón apropiadamente. También tuve que ayudar a Amajiki a ponerse su cinturón antes de salir de la cochera, ya que estaba temblando mucho por lo que fallaba constantemente.

Ante esto él me miró avergonzado, y cubrió su rostro con sus manos.

—Lo siento— Dijo con un hilo de voz, a lo que yo únicamente sonreí con calma.

—Esta bien—

Es Mio -- Tamaki  x  TúDonde viven las historias. Descúbrelo ahora