Capítulo 11

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Tamaki no quería quedarse en mi casa. No lo culpo en realidad, yo tampoco quería volver. No después de todo lo que pasó. No después de esa horrible madrugada. Una pena, la verdad, porque era una casa bonita, sin embargo, debo admitir que la había conseguido debido a que tan cercana estaba a Tamaki, así que, si Tamaki ahora estaba conmigo no había mucho a lo que aferrarme.

Ninguno de los dos quería vivir tan cerca de donde esa bestia vivía. Esa misma maldita que me había apuntado con un arma. Al saber que Tamaki tampoco quería volver un cierto alivio me recorrió, sabiendo que pensaba justamente como yo lo hacía. Alivio recorrió mis huesos al escuchar que quería alejarse de ese maldito infierno tanto como yo.

Me había apuntado con un arma. Había dirigido el cañón de esa puta escopeta a mi pecho y a mi rostro. Frente a un arma soy nada más que un maldito blanco.

Tamaki no tenía ningún lugar a donde ir. Ningún lugar a donde volver, y ningún amigo al cual pedirle un favor. Más que a mi.

Mis padres, sin embargo, nos mostraron su generosidad, y ofrecieron darnos un techo. Aunque sea por poco tiempo. Dijeron que era para darnos la oportunidad de encontrar un buen lugar, un buen apartamento, dar el deposito y tener un poco de estabilidad justo antes del cambio. El máximo que nos dejaron quedarnos era un mes, con las condiciones que ayudaríamos con la limpieza y cocina, y tal vez pagaríamos un poco de dinero para los gastos de las utilidades. Tal vez no era mucho tiempo, pero era tiempo que de otra manera no tendríamos.

Cuando Tamaki escuchó la noticia empalideció. Necesitaba más tiempo. No solo necesitaba encontrar un lugar donde vivir, necesitaba una buena escuela para Taki, un trabajo. Tenía que iniciar desde la nada, sin un centavo en sus bolsillos y sin pertenencias, más que la pequeña mochila con la que había llegado a mi casa...

No tenían nada.

Tampoco tenía una cuenta bancaria de repuesto, ya que esa maldita bruja había convencido a Tamaki de depositar todos sus cheques en la cuenta bancaria de ella, ya que él "nunca podría manejar las finanzas del hogar."

Puta.

De cualquier manera, le dí las gracias a mis padres, y les prometí dejar de ser una piedra en sus zapatos tan pronto como nos fuera posible. Sin embargo, de mi parte les pedí paciencia con Tamaki y Taki, pues quería que se sintieran cómodos. Habían logrado escapar de una situación de mierda, seguramente ambos estarían aterrados. Gracias al cielo, mis padres entendieron, y dijeron que harían todo lo posible para que se sientan en su hogar.

Solo había una habitación de huéspedes, significando que los tres tendríamos que dormir ahí. No era muy espacioso, pero era lo suficientemente bueno como para tener un mes tranquilo. Personalmente no tenía ningún problema. Sin embargo, sabía bien que a Tamaki no le encantaría la idea. Acababa de salir de la casa de una loca, y ahora tenía que entrar a la de otra.

Les dije que ambos se mantendrían en la cama, mientras yo pondría un futón en el suelo, y dormiría ahí, después de todo, yo despierto muy temprano y así procuraría no despertarlos.

Entonces, la mañana llegó.

Ambos seguían dormidos. La pequeña Taki estaba abrazando a su padre en sus sueños, y Tamaki correspondía de manera protectora. Era una imagen encantadora. El reloj: 5:54. Era temprano. Bastante. No valía la pena despertarlos así que fui a la cocina. Ayude a mi madre a limpiar la casa, y mientras ella veía uno de sus dramas en la TV yo hacía una rutina de ejercicio matutina. Antes de que me diera cuenta ya eran las siete de la mañana. Ambas nos pusimos a cocinar el desayuno, con calma y bromeando entre nosotras. En realidad fue una de las mejores mañanas que he tenido desde que volví a Japón.

Creo que mi madre noto eso.

Aliste un par de platos, ambos llenos hasta rebosar de comida y un par de vasos con jugo. Tome la mesita de cama, y me encamine hasta la habitación.

Cuando abrí la puerta, esta vez sin molestarme en ser tan silenciosa, el pobre de Tamaki se tensó ante el simple sonido. Cubrió a Taki con su cuerpo en un parpadeo y luego abrió los ojos, mirando con desesperación hacia donde yo estaba. Hice mi mejor esfuerzo para fingir que no lo había notado, pues sé que Tamaki nunca lo admitiría, incluso si preguntara.

—Buen día— Solté con calma y por debajo de mi aliento. No quería despertar a Taki. Pensé que sería mejor para ella si Tamaki lo hacía. Me acerqué con cautela hasta la mesita de noche, y puse el desayuno ahí, sonriendo mientras lo hacía. Realmente quería un cumplido. Algo entre las líneas de "se ve bien" o "huele rico", sin embargo eso no vino. No me sentí decepcionada. Aún menos cuando Tamaki comenzó a hablar.

—N--No tenias por que hacer eso. Yo pude...— No le di la oportunidad de terminar.

—Quise hacerlo. Además, tu tobillo está roto, y necesitas el descanso.—

Tamaki tocó su cara con sus manos, lleno de ansiedad. Una de sus manos pasó por su cabello índigo, y luego volteo a ver a su hija, esa misma que dormía más profundamente que su padre podía.

—Tiene que ir a la escuela— Suspiro, cerrando los ojos. Su mano, esta vez, pasó por su cuello con pesadez y estrés. Parecía odiar la idea.

—No te preocupes, dale un par de semanas. Es una niña lista, no se quedará atrás.— Le dije, esta vez abriendo las cortinas de la habitación. —Un paso a la vez, Tamaki. Por ahora habrá que buscar un buen apartamento.— Le dediqué una sonrisa, sutil y tranquila, como suelo hacer. El respondió de la misma manera. Mis ojos se dirigieron a su desayuno, ese mismo que se enfriaba a cada segundo. Una manera de decirle sin palabras que se pusiera a comer antes de que se enfriara. Pareció entenderlo a la perfección.

—Gracias, Ryu. Por todo.

—No hay de que. Esperemos que todo salga bien al final. 

Es Mio -- Tamaki  x  TúDonde viven las historias. Descúbrelo ahora