Capítulo 8

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El recorrido de vuelta al hospital donde yacía él pobre hombre ansioso era tranquilo y callado sin Taki en él auto, y el volante siendo estrujado con firmeza por mis manos era fácil de manejar. Seguramente, si este estuviera vivo no tardaría ni siquiera un segundo en quejarse, alegando que estaba poniendo en peligro su bienestar. Gracias al cielo, él volante era un simple objeto inanimado. Un objeto inanimado que nunca me juzgaría si lloro. Nunca me juzgaría si me derrumbo mientras conduzco.

Y eso hice. Dios santo. Él estaba en el hospital. Estaba internado en el hospital, recibiendo cirugía en su tobillo... Tamaki amaba las artes marciales, ¿qué pasaría si nunca se recupera al cien por ciento? ¿Tendría que dejarlas? ¿Que pasaria si debía de preocuparme por más de un hueso roto? ¿Qué pasaría si realmente tenía una hemorragia interna y moría poco tiempo después? ¿Qué le pasaría a Taki? ¿Quién cuidaría de ella?

¿Qué pasaría conmigo? ¿Qué haría yo si algo llegaba a sucederle porque no fui capaz de protegerlo, de estar a su lado cuando más me necesitaba?

No. No. No. No podía suponer algo como eso. No podía dejar que la ansiedad tomara control de mi. Podría poner en riesgo a todos los demás en la carretera, y no solo eso, sino que era simplemente contraproducente. No podía suponer que un chico fuerte y tan dispuesto a vivir estaba al borde de la muerte, cuando posiblemente no era así. Él estaría bien. Todos estaríamos bien. Tome un respiro, finalmente dandole mi completa atención al camino por delante.

Al llegar al hospital las enfermeras me sonrieron con calma y clara empatía, seguramente por mi aspecto desaliñado y la flagrante preocupación que mostraba mi rostro. Tal vez los ojos hinchados y rojos, o el leve hipo delataban lo que estaba sucediendo dentro de mi cabeza, y, por ende, ellas se mostraban tan amables para que no colapsara ninguna otra persona en la habitación. Era relativamente entendible, pero eso no aliviaba él sentimiento asfixiante en mi pecho, o él dolor punzante en mi cabeza él cual ni siquiera me permitía pensar.

Aún así, mantuve mi paciencia en la sala de espera, rogando a quien sea que pudiera escuchar mis pensamientos de que él joven a quien añore por tantos años saliera en una sola pieza. Que me dieran alguna noticia. Que cesaran mi desesperación por verlo y tenerlo cerca nuevamente. Que me dejaran protegerlo. Dios santo, que tan solo me dejaran protegerlo. No pude hacerlo una vez, debo hacerlo ahora.

Coloque una mano en mi rostro, avergonzada por mi clara pena, y aterrada de mostrarle al mundo otra cosa que no fuera mi personalidad estoica común. Nadie se merecía verme llorar. Siempre fui fuerte, me habían criado para ser una joven independiente y consciente de los peligros de la vida. Conocía perfectamente la desesperación que venía de la impotencia y la impotencia que venía de la derrota, pero esta vez era diferente. Esta derrota había sido demasiado.

Había sido un ataque personal a mis defensas, y a la persona que amo. A las personas que amo. Esta no era una derrota, era una declaración de guerra.

Habían atacado cuando la calma reinaba dentro de mi mente y corazón, pero ahora no era momento de tranquilizarse, era momento de afilar las espadas, porque esa maldita víbora no se iba a salir con esto. No limpia. Yo la haría sufrir de la misma manera que ella me hizo sufrir. Cambiaré la dirección que aquel cañón de arma tenía, y jalaré del gatillo sin siquiera pensar. Ella se había metido con lo que era mío, y no había vuelta atrás. No habrían suplicas suficientes que pudieran salvarla, no importaba cuanto lloraría, o implorara, nada importaba.

Me levanté de la silla aterciopelada de la recepción, casi como si fuera un resorte, y tome un respiro, determinada en cometer un homicidio. Entonces, una mujer de voz dulce y firme habló llamando por la acompañante de Tamaki Amajiki, y mis planes tuvieron que mantenerse al margen por esta ocasión.

Ni siquiera me había dado cuenta de cuando se habían secado las lágrimas en mis mejillas, tampoco sé cuánto tiempo había transcurrido desde que entré al hospital, posiblemente porque estaba muy ocupada ideando él crimen más sádico y claramente apresurado de la historia.

La joven doctora me miró a los ojos, y, por alguna razón, dejé de respirar, esperando que sus palabras pudieran devolverle él aliento. Y lo hicieron.

—La cirugía fue exitosa, él joven Amajiki podrá conservar su tobillo y tendrá una recuperación normal.— Dijo la chica, sonriendo con serenidad, casi feliz de darme buenas noticias. Claramente, no pude caber en la piel de alegría al saber que Amajiki estaría bien, y, después de abrazar fuertemente a la doctora, pude volver a respirar.

—¿Qué implicaciones habrá? ¿Qué tipo de cuidados necesitará? ¿Qué--Qué debo de hacer para ayudarlo?— Pregunte entre tartamudeos.

—Bueno, señorita, acabamos de enyesar la extremidad, usualmente toma entre seis a diez semanas una lesión similar, pero, en este caso, la salud del paciente se ve levemente comprometida por su estado actual, por lo que es recomendable dejarle el yeso diez semanas. Luego de eso cada semana tomaremos radiografías para saber cómo va su progreso. Necesitará muletas para caminar y apreciaríamos que no pusiera nada de peso en ese pie. Luego tendrá que asistir a fisioterapia, pero ese ya es tema para una cita más adelante en su recuperación.—La mujer hizo una pausa, casi orgullosa de poner una sonrisa de alivio en mis labios. —Por ahora puede pasar a verlo, si así lo desea—

—Gracias— Dije casi sin creer lo que escuchaba, aún eufórica debido a la noticia tan positiva.

—Él joven Amajiki esta y estara bien—

Si. Él estará bien. Ambos estaremos bien.

Estaba bien.  

Es Mio -- Tamaki  x  TúDonde viven las historias. Descúbrelo ahora