Capítulo 2

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—Me gustas— Le dije mirándolo directamente a esos preciosos ojos índigo sin brillo. Sentía mi corazón retumbar fuertemente en mi pecho, y sudor recorrer mi frente. No pude evitar fruncir levemente el ceño, ya que anhelaba mostrar qué tan serio era mi comentario. Quería demostrar que esas palabras, tan difíciles de decir pero al mismo tiempo tan cruciales, eran sinceras.

Nunca le había dicho eso a nadie más. Era como un tabú. Cada vez que alguien se acercaba a mi no tardaba en alejarse. Nadie había tenido tanta paciencia conmigo. Nadie había sido capaz de traspasar aquel muro de silencio y calma que parecía siempre rodearme. Nadie había iluminado mi día tan rápido. Nunca había pensado por años y años día tras día en una persona, hasta que lo conocí a él. 

Hace años me había resignado a tener una muerte silenciosa, en donde solamente yo sería la única defensora de aquellos encantadores pensamientos que pasaban por mi cerebro, pero cuando él llegó mis planes cambiaron. Ya no quería que el silencio fuera lo que me acompañara por el resto de mi vida, lo quería a él. 

Quería que su rostro fuera lo primero que lograba ver en la mañana al despertar, y en la noche al ir a dormir. Quería que su voz atravesara por él aire llamándome a mí y solamente a mí. Quería que él fuera mi todo. 

De cualquier manera, los años y la madurez te hacen abrir muy bien los ojos. Comprendí que podía ver su felicidad calmadamente. Comprendí que mi felicidad no podía depender de tener a nadie a mi lado. Comprendí que tenía que hablar si quería algo, incluso cuando no podía conseguirlo. Eso fue lo que intenté.  

Tamaki, quien en el momento de mi confesión estaba ingiriendo un café negro extra-cargado, únicamente se atraganto con la bebida y comenzó a toser realmente alterado. Francamente no me sorprendía. No estoy acostumbrada a hablar demasiado, ¿y me atreví a soltar eso como si nada? Tuvo que ser una gran sorpresa para él.   

Su reacción había sido tan transparente que no pude evitar reír con sutileza. Tomé mi café con leche y azúcar, y le di un pequeño trago, sintiendo con calma como el sabor amargo y cremoso inundaba mis papilas gustativas, mientras que el calor recorría mi garganta generando una sensación bastante agradable. 

Estaba bien. Yo estaba conciente del posible mal que estaba haciendo. Pero no había nada que temer porque lo conocía, y conocía muy bien que tan leal era. No importa que le dijera, si la amaba realmente se quedaría a su lado. 

Digo, diablos, él ya tenía una vida formada. Una de la que yo no era parte. Tenía una preciosa hija, con ojos violetas grandes, cabellos azabaches y un rostro serio. Era una niña encantadora. Escuchaba con calma todo lo que decía, y media sus palabras muy bien, incluso para su corta edad. 

Él ya tenía todo lo que alguna vez deseó, así que unas simples palabras tan banales e infantiles como ese “Me gustas” no deberían de significar ni el más pequeño grano de arena para un desierto.   

Siempre había sido mala hablando. Intentaba decir palabras que nunca eran capaces de  salir de mis labios, ya sea por pena o miedo. Eso resultó en muchas cosas. Mis rivales en los torneos pensaban que era salvaje. El no tener en claro cómo expresar mis sentimientos únicamente lo hacía peor. Era como una bola de nieve. 

Este año llegué nuevamente a mi patria con el pensamiento de que todo cambiaría. Que finalmente haría lo que nunca pude hacer, ya que no tenía ganas de seguir siendo aquella chica temerosa. Una de esas cosas era finalmente confesar lo que sentía al chico que, desde hace tantos años, se había ganado mi corazón.

—No te preocupes, sé como eres, no quiero arruinar tu familia ni mucho menos. No es nada. Solo quería decírtelo porque nunca lo hice. Si en algún momento tienes problemas, o necesitas ayuda quiero que recuerdes que no estás solo. — Tome sus temblorosas manos, y les dí un beso en los nudillos. —Siempre tendrás aquí a tu pendeja— Mis mejillas ardían, y no pude evitar sonreír por los nervios. No ayudaba el hecho de que Tamaki se quedó estático. Había perdido el color tan rápido que incluso me preocupé un poco. 

Aunque no estuviera a mi lado como una pareja y compañero de vida, yo quería seguir siendo su amiga. Quería seguir viéndolo. Quería seguir estando presente en su vida, y en la de su hija. Quería seguir tomando el café con él de vez en cuando. Quería seguir dándole pequeños detalles como comida recién hecha, o boletos para los shows que le gustaban. Quería seguir dándole regalos a la pequeña Taki, porque de una manera u otra, esa también era mi niña. 

—Lo que sea que necesites, y cuando sea. ¿Bien? Nunca serás una carga para mi, y nunca estarás solo— 

El se quedó en silencio, y se abrazó levemente a sí mismo. Asintió con levedad, y entonces sonrió sutilmente. 

—Debo de irme, ¿quieres que te lleve a casa?—

Él se negó, y tomó con más fuerza la taza entre sus manos. Las lágrimas amenazaban salir de sus preciosos ojos índigo, y me sentí realmente culpable por haberle dicho mis sentimientos cuando él no necesitaba tener más problemas sobre su espalda, pero, al mismo tiempo estaba realmente aliviada. Sabía perfectamente qué tan egoísta era estar aliviada por poner peso en la espalda de alguien más. No era justo. Pero tampoco era justo ocultar las verdaderas razones de mi comportamiento errático, y las cosas raras que hacía y decía sin querer.   

—Bien—

Fui a pagar por lo que comimos, y cuando iba a darle propina a la mesera recordé: “Estoy en mi hogar, la gente aquí no quiere propina.” Sonreí con el simple pensamiento de que casi le arruinó el día a alguien, pero fui capaz de detenerme. 

Volví nuevamente a la mesa, le hice una reverencia a T---- en un intentó inútil de disculparme por lo que sea que haya hecho mal. Supuse que no estaba mal enamorarse, que esos sentimientos que se desbordan de mi pecho y hacen que sienta mariposas en él estómago eran completamente normales para la gente de mi edad. Lo que estaba mal era enamorarte de una persona, nunca decirle nada y al final tener el capricho de decirle acerca de tus sentimientos cuando ya tiene una vida resuelta, seguramente llena de felicidad y amor. Eso realmente era horrible.

Eso me hacía a mi horrible. 

Ser horrible me molestaba. Hacia que mi sangre hirviera, y mi vista se nublara, no estoy segura si por rabia o tristeza. 

Soy una sinvergüenza.   

—Cuando llegues a casa enviame un mensaje, para asegurarme que estas bien.—

Su silencio dolía. 

No quería que me viera derrumbarme, pero al mismo tiempo no quería que fuera solo a su casa ya que se veía tan pequeño e indefenso que no podía siquiera pensar en dejarlo.

Pero eso era lo que necesitaba. Ambos necesitábamos espacio para lograr procesar lo que acababa de pasar. Ambos necesitábamos pensar. Yo tenía que comprender que pasaría de ahora en adelante, y él tenía que decidirse cuáles límites pondría de ahora en adelante.  

No me había dado cuenta de que había dejado de respirar cuando deje la cafetería, hasta que cuando llegué a mi auto y cerré la puerta detrás mío comencé a respirar llena de desesperación. Estaba tan nerviosa que ni siquiera podía controlar cosas tan simples como mi respiración. Dios santo. Use mis manos para golpear mis mejillas --las cuales ardían desde primera instancia--, y cerré mis ojos por un segundo. 

La oscuridad de mis propios párpados me calmaba. Era algo completamente predecible. Era algo que nunca me recordaría acerca de cómo me enamoré de mi amigo, luego deje mi hogar, y volví para ser una egoísta de mierda. 

Coloque mis manos en él volante, di un suspiro y encendí el motor. Quería ir con alguien que me entendiera, o por lo menos que me apoyara en cualquier locura que hiciera.

Eso hice. 

Cuando llegué a la casa de mi madre me derrumbé en sus brazos, diciendo que estaba tan feliz y molesta al mismo tiempo. Mi madre me sostuvo, y yo llore y llore, y luego rei y rei. Reía mientras lloraba y lloraba mientras reía. 

Era libre. Supongo que de esa manera se sentía la libertad. Había dejado finalmente de ser una esclava de mis pensamientos, y adoraba eso, pero lloraba porque no podía creer que le di mis grilletes y cadenas a la persona que más me importa.  

—Todo saldrá bien. Está bien.— Susurré para mi misma, y mi madre asintió, como si ella creyera en aquellas tontas y encantadoras mentiras que salían de mis labios. Sentí sus manos acariciar mi cabello, y escuchaba como su corazón latía. Era una música melodiosa, y amaba la calma que venía cada vez que este retumbaba en su pecho. 

Entonces, mi madre repitió mis palabras: 

—Esta bien—

Es Mio -- Tamaki  x  TúDonde viven las historias. Descúbrelo ahora