Capítulo 3

341 52 2
                                    

Mis párpados parecían pesar toneladas, aunque sabía bastante bien que era una percepción errónea. Todo estaba oscuro, y una luz roja brillaba a través de la oscuridad: 3:27 AM. Era una hora curiosa para despertar, aunque juraría que era debido a un sonido.

Paso, tal vez, medio minuto de completo silencio. Entonces los golpes comenzaron. Parecían querer derribar la puerta con tal de entrar, lo cual instantáneamente me quito él sueño. No sabía quién era, ni qué querían, pero debería de averiguarlo. 

Corrí por los pasillos de mi casa, hasta llegar a la puerta principal, la cual abrí lentamente. 

Ahí estaba él. Sus inmensos ojos índigo repletos de lágrimas que caían incesantemente por sus pómulos me vieron directamente y sin siquiera preguntar abrí la puerta completamente para que él entrara. Cabe destacar que tenía a su pequeña hija entre sus brazos, pegada a su pecho, tomándola fuertemente como si en él segundo en el que dejara de tomarla se fuera a transformar en nada más que cenizas.

Me importó muy poco que no hubiésemos tenido ningún tipo de contacto por un mes—un agobiante y horrible mes—ahora lo tenía delante mío, y eso era lo que importaba. 

No me interesaba si se había distanciado por treinta días, importaba que lo tenía frente a mí observando directamente mis ojos marrones por treinta benditos y encantadores segundos. 

Estaba tan agitado. Parecía correr por su vida. Parecía huir. Por eso mismo, en el segundo en que estaba dentro de mi salón principal, cerré la puerta detrás suyo y le puse él seguro. Sin siquiera pensarlo apague la luz y lo guíe entre la sofocante oscuridad hasta la cocina, la cual no se podía ver desde las ventanas delanteras de la casa, ni desde la puerta. Pensé que sería lo mejor ya que, claramente, estaba aterrado de algo. 

No hice ninguna pregunta. Solo lo vi atentamente. Vi como se sentó, aún con la pequeña Taki entre sus brazos. Vi como le daba una pequeña sonrisa, la cual prontamente se deformó para hacer una mueca de dolor y tristeza. Escuché sus sollozos, los cuales intentaba silenciar con todas sus fuerzas por su hija. Sentí su pesar, y mi corazón se comenzó a acelerar. Quería entender qué sucedía. Quería ser capaz de consolarlo y decir todas esas palabras que parecía que ninguno de los dos entendía. 

“Te amo”, “Estará bien”, “Tú estás bien”, “Todo resultara al final”, “Estará bien”. Todas esas eran palabras de aliento que quería decir, pero no podía. No solamente porque eran palabras difíciles de pronunciar para alguien como yo, quien se crió en un mundo silencioso y oscuro, sino porque todas ellas incluían ese egoísmo por el cual me lamentaba internamente. 

Cada una de ellas incluía ese cariño que no debería de existir porque Tamaki ya era de alguien más. Cada una de ellas contenía miles de emociones que no debería de sentir dentro de mi pecho cada vez que me acercaba a él. 

Mientras lloraba lleno de dolor, se limitaba a decirle a su pequeña: “Lo siento. Lo siento tanto. Fue mi culpa. Mia.” 

Hablaba debajo de su aliento, susurrando tan bajo que parecía incluso estar asustado de su propia voz. Quería abrazarlo. Mostrarle con acciones lo que no podía con palabras, pero ese no era mi lugar. Este momento era de él y su pequeña, y yo no tenía nada que ver ahí. Yo no tenía nada que hacer ahí. Ese no era mi lugar. No importa cuánto quisiera ser parte de algo tan bonito y triste a la vez. Conocía perfectamente a Amajiki, por ende entendía sus límites, y tenía que respetarlos.

Lo odiaba. No sabia que lo había puesto en ese estado pero lo odiaba. Odiaba lo que sea que haya hecho a Tamaki temblar como si fuera nada más que una gelatina. Odiaba que había causado que su voz se rompiera. Odiaba lo que me hacía sentir verlo de esa manera, tan indefenso y perdido y triste y roto y desesperado. Odiaba que él estaba llorando y yo no podía tenerlo entre mis brazos diciendo todo lo que quería decir pero no podía porque nunca conocí palabras que fueran las indicadas. 

Odiaba que estaba sufriendo y que yo no podía hacer nada. 

Él seguía susurrando aquellas palabras de aliento a su hija, a lo que ella únicamente abrazó de vuelta a su padre, y, como solo una niña de cinco años puede hacer, le brindó aquel inocente y cálido confort. Quería ayudar a su padre desconsolado, y parecía lograrlo. Aunque sea un poco. 

—No fue tu culpa papá. Todo está bien.—

Es Mio -- Tamaki  x  TúDonde viven las historias. Descúbrelo ahora