El recuerdo

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Desde que tenía memoria, Mirabel siempre pensó en cuidar y proteger a su amada familia, por lo que esa vez en que su primo recibió un regaño colectivo, la culpabilidad la invadió hasta los huesos.  

Recordó la expresión de repugnancia que le brindó a su primo ante la idea errónea de hacer un vestido a su medina, y eso la hacía sentir parte de ellos, parte de las mismas personas que insultaron y discriminaron a su primo.  

Otra vez se levantaba pensando en ese día, con la cabeza gacha recordando las palabras de ánimo que intentó ofrecerle esa noche, realmente no las sentía suficiente. 

Toda esa semana había estado muy tensa entre su primo mayor y el resto de su familia, hablaba poco y los únicos momentos en los que lo notaba siendo él mismo era cuando lo acompañaba su tío Bruno. Pero después, Camilo era distraído y los primeros días apenas sonreía. La abuela Madrigal lo miraba con desaprobación a cualquier tarea que se le era mandado, y Mirabel se vio a si misma en él.

Tan preocupada que se sentía Mirabel por su primo, sentimiento que desaparecería ese mismo día.

Mirabel esperaba junto a sus hermanas y padre la llegada del resto de los Madrigal al desayuno, el ultimo en tomar asiento fue Camilo, justo en frente de ella. El desayuno pudo haber transcurrido tranquilamente, de no ser por la fuerte mirada de su primo sobre ella. Lo había notado justo segundos después de verlo comerse una arepa de choclo.

La mirada era constante, con el ceño levemente fruncido. A veces desviaba hacia Isabela, a veces a Luisa y un par de veces a Dolores. Pero el blanco más fácil a quien observar era ella. Incluso juraba sentir la misma mirada de la rata blanca escondida entre su cuello y camisa.

A pesar de poder preguntar las razones de ese acto, sus pensamientos recientes la hicieron sentir presionada. 

¿Está molesto conmigo? ¿Es su forma de vengarse? ¡Por favor que no sea lo que estoy pensando!

Fueron los nervios los que la obligaron a retirarse de la mesa ni bien terminó su comida.

Y se fue al pueblo a comenzar tu primer trabajo del día, cuidar a los hijos de una pareja que saldría a la iglesia por un par de horas. Era una tarea que antes le pertenecía a Camilo, pero por su mala reputación en el pueblo, la pareja sugirió por esa vez a la madrigal más joven. 

 Al finalizar su horario y ya devuelta en casa, la cena fue incómodamente similar. Un pequeño retraso la hizo ser la ultima en la mesa, la única silla vacía del lado derecho de Camilo. 

Se veía más pensativo que antes y las miradas no se hicieron esperar. Esta vez, en voz baja, se dirigió al contrario.

—Camilo, ¿te sientes bien? 

—¿Qué te hace pensar que no?

Mirabel lo miró extrañada. Y esta vez, fue Camilo el primero en agradecer por su comida y en retirarse lo más rápido de allí. 

Las tareas de su primo habían vuelto a comenzar, por lo que no era buen momento de interrumpirlo. Claro que no tenía problema en hacerlo, pero no quería darle más trabajo si se presentaba una lluvia con rayos en Casita.

En cambio, volvió al pueblo, ahora camino a una mercería. Donde consiguió los hilos faltantes en su estantería. Los nuevos rollos de hilo que había ordenado con anterioridad, eran uno blanco y otro amarillo opaco, tal vez del mismo tono que poseía Camilo en su ruana habitual. Al instante, se le ocurrió la idea de tejer algo para él.

Tomó asiento en uno de los bancos de madera del pequeño parque en Encanto. De su bolsa sacó sus palillos de tejer y comenzó con gusto su trabajo. 

El tiempo pasó volando, no sólo tejiendo, sino también pensando. Mirabel siguió preguntándose el porqué de las acciones rara de su primo, porqué estaba decaído, porqué se puso un vestido, porqué no dejaba de mirarla hace rato. Recordaba el vestido, una obra que ella misma había recreado, recordaba cada error que cometió en el proceso y cada resultado que le brindó orgullo de sí misma. Ese vestido que ahora cada vez que lo veía, sólo veía a Camilo congelado de miedo. 

Condenados [Bruno x Camilo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora