La desesperación

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Félix aspiraba a ser un gran padre, como todo hombre de familia, sabía cuando enorgullecerse de sus hijos y cuando ponerles un alto. Sobre todo, siempre respetando y fomentando los mismos valores que se fueron impuestos en su crianza.

Dolores era a quien menos atención prestaba, y con razones, creció como una niña muy inteligente, adherida a las opiniones y pensamientos de su madre. Al ser una niña, Félix no veía la necesidad de hablarle sobre muchos temas, para eso estaba su esposa. Lo único que lo mantendría en alerta sería si a Mariano o a cualquier otro hombre se atreviera a lastimarla.

Su hijo menor, Antonio. Quien solo necesitaba la supervisión de un adulto, en su mayoría Mirabel. 

Por último, su mayor preocupación, Camilo. El joven Madrigal comediante y medianamente responsable con sus tareas, queridos por todos y popular entre los jóvenes, ¿cómo fue posible que pasase a ser la burla del pueblo en sólo una noche? 

Los chismes e inventos se trasladaron hasta los más pequeños. Todos suponiendo y afirmando la desviación de su hijo, de pronto todo el mundo ya tenía sospechas desde hace años, y esperaron hasta ese gran suceso para hablar sin pelos en la lengua.

Sin embargo, a Félix le preocupaba muy poco la opinión de los demás fuera de su familia, pero lo que no creía poder soportar era la idea de tener un hijo pecador. 

—Ay, estos niños de ahora. Uno los consiente tanto para que después se les olvide ser un hombre, carajo —murmuró Félix para sí mismo. 

Recorría los pasillos en busca del teatro, el tiempo libre de Camilo había comenzado hace un corto rato y ese lugar fue su primera opción después de encontrar su habitación vacía.

—¡¿Por qué le dijiste a este que le iba a meter los cuernos en el primer mes de casados?! —gritó una voz femenina que resonó en casi tres ecos.

Al dar unos pasos más pudo ver a Mirabel y Camilo sobre el escenario, sin prestarle tención a nadie más que a sí mismos. Le pareció extraño no encontrar a Camilo junto a Bruno. 

— ¡Ella se acuerda! ¡Y creo que tengo el derecho de saber porqué se lo dijo! —repitió Mirabel entre furia y desesperación.

—¡Sí, tenés derecho! Y no tengo ningún inconveniente en decírtelo —respondió Camilo con maldad y franqueza—,  ¡Primero te lo dije, porque tengo lengua! Segundo te lo dije, porque vivimos en un país independiente, soberano, libre, con libertad de expresión, sin censura, blablablabla. ¡Y tercero, porque se me antojó!

Pero lo que le dejaba más en incógnito era ver a su hijo interpretar a una mujer sin cambiar de forma, en realidad, Félix no recordaba la última vez que vio a Camilo utilizar su don.

—Si yo me aprovechara de las tres estupideces que dijiste y dijera una sola cosita que yo me sé, ¡perdería las ganas de hablar gratuitamente de la gente, querida! 

—¡¿Qué sabés de mí?! —elevó la voz con ira dando un fuerte pisotón en la madera—.  ¡Hablá! Pero antes lavate muy bien la boca con lavandina, eh. Porque yo no tengo nada que reprocharme en los dieciocho años que llevo de casada. 

—¿Estas segura? —desafió Mirabel

—¿Pero qué te crees? Que vas a manchar mi reputación como me manchaste la alfombra también. Y no te quedés como una momia griega sembrando la duda, ¡¿Qué tenés que decir?!

—Mmmmm~, nada —respondió Mirabel zarandeando su voz y rodando los ojos.

—¡Ah, no! No me vengas con "Naa~da", como si escondieras un secreto horrible —dramatizó Camilo—. Si sabés algo, ¡escupilo!

Condenados [Bruno x Camilo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora