De todas las cosas que podía poseer...
Aquello que deseaba con ardor, un pensamiento caprichoso, se materializaba ante él, dispuesto como un tributo sobre una bandeja de plata.
Mas entre las codiciosas ambiciones que yacían en su interior, había un...
La alborotada luz del amanecer se filtró por las ventanas, derramando un cegador resplandor sobre una realidad que se negaba a aceptar. La cama, que conocía como un santuario de suavidad, se había transformado en una superficie rígida y antipática, y las cobijas habían perdido su suavidez. Las paredes de madera, húmedas y agrietadas, exhalaban una sensación incómoda y opresiva que llenaba el aire.
Con voz susurrante, en algún rincón de su mente, llamó a su fiel mayordomo para preparar el baño matutino, pero no obtuvo respuesta. La ausencia resonó como un eco disgustado. Las comodidades que solía disfrutar se habían esfumado, dejando en su lugar una crudeza incómoda que pinchaba su conciencia.
Su atuendo, un retrato de lujo y elegancia, fue examinado con desdén. Revivir la misma vestimenta dos días seguidos era un acto inconcebible en su mundo, donde la reputación de su apellido estaba en constante juego. Los ojos de la alta sociedad escudriñarían cualquier indicio de declive financiero, y él estaba decidido a no darles el gusto. A regañadientes, realizó algunos cambios menores para no parecer una copia del día anterior y abandonó el umbral de Ramshackle junto a Grim.
La asimilación a esta vida disonante y arcaica se reveló como un reto formidable. Encontrarse rodeado de la plebeya y descolorida clase era un ajuste brutal.
El paso de Daelo no podía evitar ser notado. Más allá de su vestimenta que gritaba distinción, su presencia irradiaba autoridad y poder. Esto, aunque poco común en él, fue objeto de miradas curiosas y furtivas.
—Daelo, ¿A dónde vamos? —Preguntó el felino, sacudiendo al humano de sus pensamientos—
—A la biblioteca.
Grim, aunque deseoso de desatar su magia y atraer el caos, frunció el hocico en descontento. Pero Daelo no estaba allí para complacer sus caprichos. Había sido otorgado el permiso de usar la biblioteca en busca de un pasaje de regreso a su hogar, y eso sería su objetivo incuestionable.
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El umbral de la biblioteca, con una misteriosa colección flotante de libros que se balanceaban como mariposas de papel, recibió a Daelo con su peculiaridad. Era un escenario surrealista que parecía escapado de un cuento de hadas. Mientras los libros giraban a su alrededor y las páginas caían, Daelo se sumió en un estado de maravilla rara. Un recuerdo fugaz de su hermana, quien adorado los libros y sus historias desde temprana edad, pasó por su mente.
Mientras Daelo se perdía en su búsqueda de respuestas entre las páginas flotantes, su aura no pasó desapercibida para los observadores ocultos. Rumores corrieron entre los pasillos, como la brisa que barre el jardín. Su naturaleza misteriosa y su habilidad insólita para estar acompañado por una criatura que desafía las leyes de la institución desataron una ola de murmullos y conjeturas entre el alumnado.
La intriga que rodeaba a Daelo no pasó desapercibida para un chico de cabellos anaranjados con un distintivo corazón en un ojo. Este individuo, sentado con una familiaridad audaz, se acercó a la mesa de Daelo y le ofreció un libro.