𝑷𝒓𝒐́𝒍𝒐𝒈𝒐

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Daelo era un reflejo del lado más oscuro de su entorno, un producto del tiempo y experiencia.

Cargaba consigo no solo su espada, sino también el peso de las decisiones difíciles y las atrocidades de la guerra que debía presenciar como Mayor del batallón de artillería.

Cada movimiento que realizaba estaba imbuido de una determinación feroz y una fría indiferencia ante el derramamiento de sangre y el caos que lo rodeaba.

Un destacado guerrero, implacable. Su espada se alzaba y caía con una precisión mortal, y su mente estaba sintonizada con la brutal realidad de la lucha. A pesar de todo, había un matiz de honor en su enfoque, una búsqueda de la gloria en medio del horror.

Los cuerpos yacían en el césped sangriento que pisaba, víctimas de su habilidad y deseo de proteger su imperio.

El ambiente sofocante y el olor a óxido hacía difícil el poder respirar. Lo único que lograba distinguir a la perfección entre los sonidos de la desgracia, era el relinchar de los caballos y el paso pesado de las armaduras. Muy a lo lejos, gritos eufórico que se aferraban a la más mínima esperanza de vida, negados a dejar esta tierra consumida por el caos.

El agua de un pequeño arroyo fue teñida del carmesí que desprendían los cuerpos de los caídos, cuyos nombres fluirán en el tiempo junto a la corriente y gloria alcanzada.

Tomó una gran bocanada del aire contaminado mientras contraía su mano portadora del arma, la que estaba forjada junto al destino de su patria.

Se adentró en el escenario donde los brillantes colores fueron apagados y reemplazados por los de la desesperación. Una tierra llana, que pertenecía a nadie. Solo a la disputa colonial.

-¡Daelo! -La voz de su hermano cortó a través del estruendo de la batalla, recordándole sus deberes y obligaciones como soldado.- ¡Reagrúpate con el batallón al sur!

A regañadientes, dejó atrás el campo de muerte y se dirigió hacia la otra punta del conflicto, montando su yegua con la determinación grabada en su rostro.

Cerró los ojos y evadió todo el ruido del caos, solo concentrándose en los latidos acelerados de su corazón. Sintió el aire acariciar su cara mientras su caballo galopaba velozmente entre el cataclismo.

Las imágenes de su pasado y las sombras de las decisiones tomadas lo perseguían, pero en medio de la caótica memoria de la batalla, encontraba una extraña paz.

Contemplaba ahora el reflejo de su nobleza en un espejo desgastado, dejando atrás las memorias de la guerra. Aunque él mismo no comprendía del todo su atracción hacia ese objeto simple, sabía que había algo especial en él. En ese espejo, veía más allá de la apariencia física, se veía a sí mismo como una amalgama de experiencias y emociones que habían forjado su existencia.

Sus pensamientos desordenados fueron opacados por unos brillos dorados que buscaban con visible desesperación su atención.

Observó nuevamente la sala donde estaba.

Revalsaba el triunfo de las ya antiguas generaciones de su familia en esta habitación, demostrando que la gloria con la que carga su apellido es larga, y debe serla por la eternidad.

Ese es el deber, la voz del honor.

Era un vínculo con su linaje, con las generaciones pasadas de su familia que habían luchado y triunfado en su nombre. A pesar de toda su arrogancia y ferocidad en la batalla, en ese espejo encontraba una conexión con la historia y la gloria de su apellido, una pausa en medio del caos que lo rodeaba.

𝑬𝒏𝒊𝒈𝒎𝒂 - 𝑻𝒘𝒊𝒔𝒕𝒆𝒅 𝑾𝒐𝒏𝒅𝒆𝒓𝒍𝒂𝒏𝒅 (𝑴!𝑶𝑪)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora