16.─Un regalo

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Durante el fin de semana, Michael, junto a sus hermanos salieron a las calles del centro del pueblo para caminar por la feria, que comúnmente se levantaba una, o dos veces al mes

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Durante el fin de semana, Michael, junto a sus hermanos salieron a las calles del centro del pueblo para caminar por la feria, que comúnmente se levantaba una, o dos veces al mes. Y con suerte, se hallaba algo novedoso entre las mismas cosas que ofrecía ese aburrido pueblo.

Nada realmente llamaba la atención del hermano mayor, sino que más bien ya tenía en mente comprar algo para lo que estuvo ahorrando los últimos meses. Mientras tanto, todo parecía llamarles la curiosidad a los más pequeños. Elizabeth se distraía con muñecas que ya tenía, o se le había perdido; y Evan, con timidez se asomaba a ver reliquias viejas cuya función no entendía pero le parecían bonitas.

──No se alejen mucho ──les advirtió.

No cumplió tanto esa palabra, pues Michael se desvío del camino para ir a una de las tiendas de videojuego. Desde el año pasado que quería comprarse el juego de Pac-Man para consola, porque detestaba gastar tanto dinero en los Arcade.
Y por supuesto, su padre no se lo compraría, así que empezó a ahorrar desde las muy pocas mesadas que le daba William.

Se quedó mirando la vidriera, otros juegos llamaban su atención pero ninguno tan entretenido y absurdo como una bola amarilla persiguiendo fantasmas de colores. Esa cosa podía tenerlo horas entretenido y jamás cansarse. Esa era tu magia.

Cuando volvió a su entorno, perdió de vista a sus hermanos. Se metió entre los puestos levantados que cubrían la calle y parte de la plaza central y antes de entrar en pánico, los encontró husmeando un puesto entre los tantos que había. Elizabeth, junto a Evan, miraban un pequeño cuaderno de escritura en blanco.

──¿No es muy... pequeño?

──Es el más grande de todos.

Michael los interrumpió.

──Oigan, les dije que no se alejarán ──dijo, un poco molesto.

──¡Oh, Michael, mira!

La pelirroja le sonrió, y le enseñó el cuaderno. Uno de tapa dura, sin ningún logo o sello, como si no tuviera proveedor.

──¿Un cuaderno? ──preguntó──. ¿Para que lo quieres? Además, no es para dibujar.

──Estamos eligiendo un regalo para (________) ──murmuró, Evan.

Michael arqueó una ceja.

──¿Qué?

──Sí, por su cumpleaños.

──¿Cumpleaños? ──escupió de repente, ganándose la mirada confusa -y un poco juzgadora- de sus hermanos ante su absurda pregunta.

──Sí, su cumpleaños está cerca... ──murmuró Evan.

Michael parpadeó y sintió que si no respondía de inmediato sus hermanos lo lincharían. Rápido se hizo el que entendía, adoptando una expresión "relajada".

──Sí, claro... ──Desvío la mirada por un momento──. Lo que sea, mejor busca en otros lugares. Encontrarás más variedad y mejores precios.

──¡Pero no son tan buenos como este! Mira, lo trajeron de Colorado y sus hojas son muy resistentes ──Elizabeth le insistió.

Rodó los ojos, adelantándose por si pensaban hacerle un berrinche. No iba a permitirlo.

──Bien, entonces cómpralo.

──¡Oh, sí! ──Elizabeth le dió el cuaderno a su hermano y buscó su dinero en su bolsillo. Sacó un billete y varias monedas y se los ofreció al viejo vendedor.

──No te alcanza, niña ──le dijo──, son cinco dólares más.

La pequeña pareció entender, e hizo un pequeño puchero con sus labios, pues sabía que Evan no traía dinero. Pero recordó que tenía otro hermano, así que se giró hacia él, con una sonrisa angelical, sin decirle una palabra.

Michael la miró lentamente.

──¿Qué?

──¿Por favor?

──Olvídalo. Mejor busca en otro lugar.

──¡Pero, Mikey! ──Se abrazó a su cintura, algo que en realidad nunca haría, y le hizo ojos de cachorro──. Papá tampoco me quiso dar más dinero. ¡No seas un tacaño como él! ¿Sí?

Le suplicó. Michael le frunció el ceño, para nada convencido. Ya tenía el dinero justo para comprar lo que él quería, ¿por qué debía gastarlo en algo que él no usaría?

──Eli, no ──le dijo, firme.

Pero se encontró con sus ojos vidriosos y los labios presionados con tristeza; iba a llorar en cualquier momento y a hacer un drama. Con un suspiro resignado, arrancado de sus verdaderas intenciones, sacó su dinero y se lo pasó al vendedor.

──¡Sí, gracias, Michael! ──Su hermana celebró, con las mejillas sonrojadas de alegría.

El vendedor les entrego el libro en una bolsa de compra y Michael se despidió con un seco y amargo "gracias", apretando los dientes. Ahora ya no tenía mucho que hacer en aquella feria. Veía a su hermana contenta, brincando por el camino mientras arrastraba al más pequeño, hablándole con entusiasmo.

──¡Espero que le guste!

La cara de mal humor de Michael, no se la sacó nadie. Fue abandonando la idea de comprarse un juego y el dinero que le sobró se lo gasto en un maldito helado. Bueno, en realidad dos. Dos para él y uno para sus hermanos. Qué más da.

Mientras caminaban a casa de nuevo, veía a sus hermanos platicar energéticamente de lo mucho que le gustaría a ella ese sencillo regalo. Y no pudo evitar sentirse algo... perdido. Tampoco quiso preguntar, se sentiría un tonto. Estaba dispuesto a averiguarlo por su cuenta. Aunque, no lo creía tan relevante, pues llegó a esa etapa de su vida, donde comprende que los cumpleaños son un día más, un año más vivo y más cerca de la muerte. No había porqué estar feliz.

¿...Verdad...?

──AGRIDULCE: Michael Afton x Tú Donde viven las historias. Descúbrelo ahora