CAPÍTULO VIII

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¡Adiós!

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El día después de navidad, Caitlin se despertó con la sensación de que algo iba a ocurrir ese día. No algo extraordinario, pero sí algo un poco fuera de lo común. Entonces recordó que el día anterior había sido la mejor navidad de su vida y que ahora sus primos y tíos se marchaban a sus casas, después del desayuno.

Por primera vez en la historia, Caitlin se sentía apenada por la partida de sus parientes. Por esta razón, se movía lentamente mientras se alistaba para bajar: estaba realmente triste. Pero luego pensó:

"Si me alisto rápido en vez de estar lamentándome lo que va suceder, puedo disfrutar las últimas horas a mis primos"

Y con este pensamiento, Caitlin estuvo lista en un santiamén y bajó corriendo las escaleras. Casi se cae con Brennan al bajar y por poco y los dos dan tumbos y volteretas escaleras abajo. Pero Brennan pudo agarrarse del marco de la puerta a la salita de arriba, y Caitlin logró sostenerse del pasamanos.

--¡Eh! Tranquila, no te viene persiguiendo un espectro, ¿o sí?—dijo Brennan, poniéndose en posición vertical para evitar caer.

--No, pero tengo prisa—contestó Caitlin, teniendo la prudencia de no mencionar la causa de su prisa.

--Entonces ten la prudencia de ver por dónde vas—

--Pero yo sí voy viendo por dónde voy. El que no tuvo la prudencia fuiste tú, porque en vez de pararte y asegurar que nadie pudiera tropezarse contigo, saliste sin poner atención alguna—

--Oye, jovencita, soy cuatro años mayor que tú. Y no tienes derecho a hablarme así—Brennan comenzaba a enojarse.

--Yo tengo derecho a hacerlo, porque el uso de la razón vale más que cuatro insignificantes años—Caitlin también se estaba enojando, pero estaba más divertida que enojada.

Probablemente Caitlin hubiera acabado por enojarse de plano, y Brennan habría cometido una atrocidad, si en ese momento no hubiera sonado la campana del desayuno, llamándolos con insistencia. Como la mesa de los O'Reilly no alcanzaba para tanta gente, prácticamente solo los adultos se sentaron a la mesa. Mientras que los demás eran mandados al patio trasero, a desayunar sobre una manta, bajo la sombra del manzano.

Hicieron cuantas tonterías les fue posible. Ya que, cierta persona de cabellos negros vertió leche en el huevo de Caitlin. Otra de mayor edad, puso una araña en el plato de la inocente Blathmaid. Incluso la serena anfitriona hizo de las suyas, pinchando con una espina a Séamous, haciendo que éste volcara la leche sobre la manta y también la cacerola de la avena. Pero quién se llevó el trofeo de la competencia (porque eso parecía el desayuno: una competencia para ver quien hacía más travesuras), fue Dermot. Éste vertió unas gotas de limón en el vaso de Brennan, sin que él se diera cuenta. La leche, sin ningún remedio, se cortó como suele hacer. Y cuando Brennan dio un trago, tuvo la mala y detestable experiencia de dar un buen trago a leche cortada.

Aunque se llevó el trofeo imaginario, Dermot no se escapó en manera alguna de una corretiza por todo el patio, y habiendo sido atrapado, un buen coscorrón. Cuando finalmente se acabó el entretenido desayuno al aire libre (aquella mañana hacía suficiente calor y con poco abrigo se estaba a gusto), los primos comenzaron a cargar el equipaje con maravillosa rapidez y agilidad. Caitlin y los chicos corrían y subían, bajaban, brincaban y se daban tumbos con casi cada persona que se encontraban. Pero luego de que casi ocurrieran diez calamidades en menos de media hora, los viajeros finalmente se treparon a las calesas.

--¡Adiós! ¡Adiós!—gritaba el pequeño Séamous.

--¡Nos vemos en un año!—exclamaba a su vez Brennan, parándose y haciendo que la calesa se moviera de tal manera, que su madre se vio obligada a suplicarle que no se comportara como un chiquillo.

--¡Pero esperad la llegada de contante correspondencia!—gritó Dermot.

--¡Adiós!—se limitó a decir la pequeña Blathmaid, agitando su pañuelo. Cosa que había imitado de su madre, al verla hacer tal acción.

--¡Adiós! ¡Y gracias por todo!—gritó entonces Caitlin, cuando después de que los gritos de los demás la dejaron hablar. Para ese entonces, la caravana casi se perdía de vista entre los pinos. No tardó en desaparecer, para reaparecer al cabo de un año.

Con un suspiro, Caitlin entró a casa, al final de todos. Entonces, calló en la cuenta de que ese día era domingo. 

🎹 Un Piano de Quince Años | © [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora