4. Corazones de papel

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—Esto es imposible —declaro, cerrando el libro de texto que he estado mirando durante los últimos minutos y dejo caer mi frente contra la tapa dura.

—Es solo anatomía, Hendrix. No debería ser tan difícil si prestaras más atención a la clase que a ver por la ventana.

Sus palabras hierven una rabia a fuego lento dentro de mí. — Claro que presto atención.

—Señala el principal órgano del sistema circulatorio — él abre de nuevo el libro y enarca una ceja oscura en mi dirección. Ni siquiera lo intento y sigo con la cabeza gacha en su escritorio. Sabe muy bien que no he entendido la mitad de lo que me ha explicado en estas dos horas —. El corazón, Hendrix. ¿No sabes dónde está tu corazón?

Y yo quisiera saber dónde está el tuyo. O si siquiera existe.

—Te sorprendería saber que sí, tengo un corazón. Yo también me pregunto si tienes un cerebro o si solo estoy perdiendo mi tiempo aquí.

¡Rayos! ¿Acabo de decir eso en voz alta?

El teléfono de Parker vibra sobre el escritorio. Con un resoplido, descuelga y sale de la habitación no sin antes señalar el libro de texto y luego su pecho.

—Corazón, Hendrix. No es tan difícil.

No le hago caso, en su lugar, guardo el libro de texto en la mochila que traje y me recuesto en la silla de su escritorio. Para mi suerte —y la de mi dignidad— Cress no se encontraba en casa esta tarde. Reunión del consejo estudiantil y todo eso. Cress es el presidente del consejo del último año. Nikko es el vicepresidente. ¿Y Parker? Creo que a Parker no le podría importar menos las decoraciones para el baile de final de primavera.

Así mejor.

Todavía estoy insegura sobre lo que quería decirme Cress en el pasillo. Pero si mi intuición, y los tantos episodios de Scooby-Doo que veo los domingos en la mañana no me fallan, tiene que ver con la fiesta del sábado. Y eso equivale al beso. Lo cual, equivale igualmente a obtener mi primer corazón roto, o la posibilidad de salir de la fea y oscura Friendzone.

Es un lugar terrible, te lo aseguro.

Parker se está tardando mucho en esa llamada así que aprovecho para escapar al baño. Tener el período es lo peor. No es solo por los terribles dolores que me dan o que me hincho como si fuera una pelota que el equipo de baloncesto podría utilizar para un partido, sino que iba constantemente al baño. Y vaya sorpresa. Era incómodo ir a uno que no está precisamente en tu casa. Como que no es igual.

Hago mis necesidades, me lavo las manos y las seco en la toalla junto a la puerta. La misma puerta que se abre de sopetón y me da justo en el hombro ocasionando que pegue un grito del susto.

—¡Oye! ¿Por qué no le pones el puto seguro...? Oh, eres tú.

El rostro sonriente de mi mejor amigo me saluda desde el otro lado como si fuera lo más normal del mundo. Esto de entrar constantemente en la casa del otro sin importar que esté ahí o no se nos está saliendo de las manos.

—¿Qué haces aquí? —le digo.

—Es mi casa. ¿Qué haces tú aquí? ¿Robándole los libros a mi madre de nuevo, pequeña Hendrix? 

—Uhh... ¿no?

No parece prestarle mucha atención a mi respuesta mientras pasa por mi lado, rodeándome la cintura con una mano y entrando en el pequeño baño. O se siente demasiado pequeño cuando comienza a desnudarse justo enfrente de mí.

Dios bendito. ¡Se está desnudando enfrente de mí!

Mi cerebro y mi capacidad para hacer algo más que mirarlo hacen cortocircuito. Y aunque he visto a Cress sin camiseta desde que éramos pequeños y salíamos a tomar nuestras primeras clases de surf, no hay punto de comparación ahora.

Entre besos y olas✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora