8. La ley de los 20 segundos

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Estaba teniendo un día de mierda.

Como, en serio, un día de mierda.

—Entonces, ¿quién empezó la pelea? —pregunta el director ardilla, o señor Lewis, como está escrito realmente en la placa sobre el escritorio —. Y quiero la verdad, ahora mismo.

Aspen me da un golpecito con su rodilla y alejo la mirada de las mejillas pintadas de salsa de queso del culpable de todo este desastre. Me limpio mis propias mejillas igualmente sucias con la corbata de rayas negras y rojas que Holly nos ató hoy como parte de su campaña.

En realidad, si le dan un toque, pero no admitiré eso ante nadie aún.

Todos permanecemos en silencio.

—¿Y bien?

—Fui yo —cuatro pares de ojos se posan en mí ante mi confesión —. Yo empecé todo.

—¿Eh? —responde el director — Me estás diciendo que usted, señorita Hendrix... —se acomoda los lentes de pasta gruesa sobre el puente de su nariz y lee en voz alta el papel en sus manos — atentó contra la vida de su compañero con un alimento altamente sospechoso, derribó a dicho compañero y amenazó con decirle a toda la institución acerca de su secreto. ¿Correcto?

No sé qué decir a eso.

Vacilo un poco. —¿Qué si le lancé una salchicha con salsa de queso a mi tutor de biología, tropecé sin querer con él y le supliqué que dejara de ser un imbécil a cambio de no decirle a nadie que sé sobre su sexto dedo del pie? Bueno, creo que sí.

Aspen, Cress y Parker suspiran al tiempo, incrédulos. Mi mejor amiga niega con la cabeza.

—No tengo un sexto dedo del pie —dice él con un gruñido.

—¿En serio? Eso no fue lo que me dijo tu madre.

—¿Puedes callarte de una vez?

—¿Puedes tú cerrar la boca? Apestas.

—¡Suficiente! —ladra el director. Mira entre Parker y yo —. ¿Y cómo sucedió todo eso en cuestión de diez minutos?

A Cress se le escapa una sonrisita.

—Excelente pregunta.

—Señor Holt —lo reprende él, para nada divertido.

—Lo siento.

El señor ardilla me mira con la pregunta en sus ojos saltones. —¿Entonces?

—Bueno, ¿por dónde empiezo? —digo, y comienzo a contarle desde el inicio, como fue que empezó mi día de mierda.

Fue aproximadamente a las nueve de la mañana mientras estaba medio asfixiándome con la corbata alrededor de mi cuello cuando todo empezó así:

—Quién inventó esto de seguro quería torturar al hombre —comento.

Aspen luce igual de desesperada.

—El rojo es definitivamente mi color menos favorito en este instante.

Es irónico, dado que sus labios siempre están pintados de un rojo oscuro desde que cumplió los dieciséis.

—¿Debido a que luces como que una zanahoria te atacó? —añade Cress en el otro extremo de la mesa —. Me gusta.

—Tu cállate, a menos de que quieras otro codo cerca de tu nariz.

Ahora Aspen está tratando de tumbarlo de su asiento en los taburetes del salón de Química. Ni siquiera logra alcanzarlo, y tengo que esquivar la pelea de niños entre los dos ya que me encuentro entre ambos.

Entre besos y olas✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora