32. Helado con sabor a emociones desconocidas

5.9K 433 85
                                    

Llego exactamente cuarenta y dos minutos tarde a la escuela. Tengo que esperar un rato para que me den mi pase de llegada tarde y así poder entrar al aula de clase justo cuando la profesora está esperando que mágicamente un estudiante decida que quiere intentar resolver el problema que ha escrito en la pizarra.

No hace falta decir que no pude llegar en un peor momento, ¿verdad?

Incluso después de que la clase culmine, la mirada de compasión de la señorita Goldman me persigue como un buen sabueso. Es complicado. Mi problema para leer. Empezó de la nada al confundir la palabra "papelera" en mitad de una lectura conjunta en clase; en vez de decir la palabra correcta mi boca no podía parar de decir "pahelplera". No sucede siempre. No sucede con todo lo que leo. Y nunca he indagado más allá de una rápida búsqueda en mi buen amigo Google, lo que me ha llevado a una única palabra una y otra vez.

Dislexia.

Reprimo un suspiro de pura frustración hasta mi casillero. Sé que no soy una idiota. El que a veces tenga dificultades para leer correctamente una o dos palabras y el que no haya sido capaz de resolver un maldito problema matemático no me hacen una idiota.

El sentirme una idiota y juzgarme a mí misma de esa manera aunque lo evite tal vez si lo haga.

Meto mis libros en el pequeño espacio metálico y me doy la vuelta, precisamente cuando Aspen hace aparición a mi lado. Su boca de un rojo intenso me sonríe tímidamente.

—Relájate, Gigi. Todos cometemos errores de vez en cuando —dice. Sé que está intentando subirme el ánimo, y se lo agradezco, pero recordar ese momento humillante en clase mientras me quedaba de piedra ante la pizarra no es algo que quiera hacer. Al menos no durante el almuerzo.

—¿Qué pasa si cometo siempre los mismos errores? Dios, solo quiero graduarme y nunca más ver una ecuación diferencial en mi vida.

Aspen engancha su brazo con el mío y nos hace caminar entre el mar de estudiantes en el pasillo hasta la cafetería. Los treinta grados que hacen aquí dentro no hacen nada por mejorar el aroma a humanidad, poco desodorante y desesperación por los últimos meses de escuela antes de la graduación. Antes de los birretes azules, las despedidas y los nuevos comienzos. Sinceramente, creo que algo de mi desesperación también se infiltra en el aire y enloquece a otros estudiantes como yo. Bueno, de alguna forma tenía que contribuir a la escuela, ¿no?

Aspen retuerce el colgante entre sus dedos y me dedica una mirada sugerente.

—¿Qué te parece si nos saltamos el almuerzo y vamos por un bocadillo a la heladería de la señorita Juliette?

—Maldita seas, As, eso suena delicioso.

—Entonces vamos, le diré a Holly que nos encuentre en el estacionamiento.

—Ya llegué tarde a clases hoy, no quiero llegar tarde a Historia y que me den mi segundo pase del día. Eso equivale a un castigo, y créeme, tuve suficiente de eso durante las vacaciones. ¿Tal vez después de clases?

Sus labios forman un mohín, pero asiente con la cabeza. Hoy lleva el cabello trenzado en un peinado que solo ella sabe cómo lucir. Los mechones color fuego vuelan de aquí para allá con gracia, al contrario de mi cabello castaño y corto. ¿Debería hacerme un cambio de look? Creo que me vendría bien poner mi flequillo en manos de alguien más que no sea yo y unas tijeras de la cocina.

—Está bien, pero te advierto que soy una chica de helado. Y si no me como mi helado pronto, el monstruo en mí despertará y se comerá a la mitad de la escuela.

—De acuerdo, reina del drama. Deja que el monstruo duerma durante unas horas más antes de darle lo que quiere.

Otra voz masculina se alza detrás de nosotras en cuanto encontramos una mesa disponible.

Entre besos y olas✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora