24. Viaje a nunca jamás parte II

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No puedo dormir el resto de la noche. Simplemente me quedo allí, extendida sobre el enredón blanco, con más preguntas en mi cabeza de las que no estoy segura de sí quiero una respuesta. A la mañana siguiente, el grito de Aspen es lo primero que me despierta del trance de sueño. Me pongo como puedo mis pantuflas blancas con el corazón a mil.

—¡Agh! Eres asqueroso.

Escucho murmullos y el sonido del grifo del agua, así que apresuro un poco el paso hacia la cocina. La melena rojiza de Aspen cubre todo su rostro, que está inclinado demasiado cerca de un cuerpo masculino, la espalda de él dándome la cara. Su cabello oscuro revuelto cubre igualmente su perfil. Los dos siguen murmurando algo por lo bajo y tengo que restregarme los ojos con las palmas de los ojos para asegurarme de que no me he quedado dormida de verdad. Al principio, pienso que se trata de Cress. Hasta que el chico habla lo suficientemente claro y alto para que lo escuche, incluso si no sabe que estoy parada a unos cuantos metros detrás de ellos esa voz, ronca, fuerte, cálida como el hielo no puede pertenecer a alguien más que no sea él.

—Es solo un poco de sangre, Aspen.

Debo de haber hecho algo de ruido porque ambos se giran a mirarme al tiempo. Aspen ya tiene puesto su bikini y una túnica larga color celeste a pesar de que son apenas las siete de la mañana. O eso es lo que dice el reloj en la pared justo encima de la cabeza de Parker. Por mi parte, no quito mis ojos de los de mi mejor amiga, negándome a mirarlo aunque mi vida dependa de ello. Al principio, estoy segura de que los he interrumpido yo, hasta que una mano más grande, masculina y suave se posa sobre mi hombro y me da un apretón cariñoso. Pero mi atención está enfocada en la herida en la mano de Parker.

—Buenos días, Gigi. ¿En qué momento te has despertado? Pasé por tu habitación hace un rato y roncabas como un tractor.

No, no era yo. No he pegado un ojo en toda la noche.

Abro la boca para contestar, pero no sale ningún sonido de ella. Otro grito parecido al de Aspen hace unos minutos emerge de la garganta de Cress. Nunca le ha gustado ver sangre, y parece que puede sentir el dolor de su gemelo por la mueca que hace.

—¡Mierda! ¿Qué te pasó en la mano?

Ahí es cuando me doy cuenta de que el agua se torna cada vez más roja en el fregadero y de que la toallita envuelta en su mano derecha a manera de torniquete está empapada de sangre. Parker ondea su mano herida hacia él como si no fuera nada y Aspen se apresura a detener su movimiento.

—Estábamos tratando de preparar el desayuno para todos —responde—. Mala noticia, papá afiló demasiado los cuchillos la última vez que vinieron.

El corte parece demasiado profundo y recuerdo todas las veces que mi madre me regañó de pequeña por tomar los cuchillos sin su permiso. Sé que su madre también los regañaba a ambos a pesar de que a Cress siempre le gustó estar en la cocina, mientras que su gemelo se escabullía a comerse todos los dulces que preparaban. Algo en mí me impulsa a preguntarle si está bien, si deberíamos ir al hospital o algo, y reparo un poco tarde que lo que en realidad sale de mi boca es un tajante:

—¿Qué estás haciendo aquí?

Inmediatamente, todos se quedan en silencio. No hay que ser adivino para saber a quién va dirigida esa pregunta. Estoy mirándolo fijamente y él me está devolviendo la mirada sin titubear como siempre. La cocina parece un lugar muy pequeño para contenernos a los dos aquí y de reojo veo que un músculo palpita en su mejilla. De repente, los labios apretados se suavizan en una sonrisa que hace unas semanas me habría hecho contener la respiración. Ahora mismo, ese mismo sentimiento se encuentra enterrado bajo un montón de palabras no dichas y la rabia que pica mi piel cuando lo veo. Pese a que sigo conteniendo la respiración.

Entre besos y olas✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora