5. Agujas de Plata

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Manchester, Inglaterra, 1820

Mitsuki se encontraba tomando el té en espera del regreso de su esposo. Sus doncellas de compañía pasaban tiempo con ella mientras tanto. Le daba un poco de inquietud quedarse sola en la casa; cuando Masaru salía de viaje, al menos se quedaba con su hijo.

Pero ahora, la casa se notaba tan solitaria, tan tranquila, tan silenciosa. Tan aburrida.

Abrió su abanico elegante para abanicarse con él, en un gesto enseñado desde su niñez para ocultar sus emociones a través del objeto y dar un toque misterioso sobre su persona.

Cuando miró hacia afuera, notó el cielo gris y gotas estampándose en el ventanal. Le recordó levemente cuando nació su hijo, su bebé, el único que pudo tener.

No sabe por qué, su familia siempre fue fértil; la de su esposo igual. Nunca pudo concebir no importa cuánto lo intentara, siempre ocurría algo malo. Por eso al embarazarse de Katsuki, procuró ser lo más cuidadosa posible hasta el nacimiento de su pequeño.

Pero después de él, siguió como antes. Nada. En algún punto desistió de sus intentos.

Ojalá no lo hubiera hecho. Tal vez así podría haber tenido compañía familiar. Ahora estaba tan sola en espera a que su esposo regresara. Quizá podría acompañarle más seguido en sus viajes.

La lluvia aumentó en fuerza y cantidad.

El corazón de Mitsuki estaba apretado. Su único hijo ya no viviría con ellos. Y su esposo aún faltaba en volver; rezaba porque no le sucediera nada malo.

Pero sería fuerte, por los 3. Después de todo ella era conocida por no rendirse.

– Espero verte pronto, Katsuki... – Murmuró. Sin apartar la vista de la ventana.

 Sin apartar la vista de la ventana

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Londres, Inglaterra, 1820

– Parece que se acerca una tempête... – Pensó en voz alta, mientras miraba el cielo a través de una de las grandes ventanas de la casa – Aunque creo será en unos días, así que no hay de que alarmarse por ahora.

– No jodas, Aoyama.

– ¡No seas grossier! Sabes que siempre tengo la razón en cuanto al clima se trata, crétin – Dijo de forma orgullosa haciendo que Sero rodara los ojos.

Bakugou había permanecido sentado en el vestíbulo leyendo uno de los libros que encontró. Honestamente no es que le llamara la atención y solo iba en la tercera página. Pero pronto sería la hora de la colación y quería comer algo antes de subir a su recámara.

Eran como las 9 de la mañana cuando su padre se marchó, si bien llegaron por ahí de las 7 o 7:30, el tiempo que tomó el baño de ambos, y cargar nuevas provisiones para el viaje del duque duró un poco más de lo esperado.

Ignoró a las 2 personas con él. Estaban con él para cuidarlo, pero Bakugou se sentía tan incómodo porque en su antigua casa nadie le prestaba atención salvo sus padres.

Desearía que fueras túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora