Nos volveremos a ver.

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Se dieron cuenta demasiado tarde de su error.

Ninguno de los dos fue capaz de hacerse cargo de los sentimientos que cargaron durante tantos años, aquellos que los hacían felices y a la vez los hundían sin freno, ninguno de los dos se detuvo a pensar en las consecuencias de ceder sólo al placer sin razón, el peligro de desearse y llevar a cabo esos actos bajo la luz de la luna a nada más caer.

Cada encuentro era una mezcla de satisfacción y culpa, no podían hacer otra cosa que comunicarse con sus cuerpos, con el tacto de su piel y el calor de sus respiraciones que golpeaban sus rostros.

Nunca se dieron el tiempo de hablar de lo que pasaba en sus vidas diarias, nunca se detuvieron a explicar la razón de sus encuentros, en sus miradas conocían la culpabilidad, sólo en el sexo se hallaban inocentes, como haciéndole cara al miedo, a la naturaleza, víctimas de ellos mismos.

Tanto que las explicaciones eran innecesarias, que se convirtieron en rutina, que se convirtieron sólo en desgracia, presos de la necesidad de querer encontrar en el otro la paz que no existía en sus adentros, cada vez más profundo entre la piel y la piel que chocaba en cada jadeo.

Dos idiotas sin remedio, que sufrían sin medida, por no quererse como pensaron que era debido y ella por quererlo como no necesitaba hacerlo, ella no sufría por haberse enamorado, sino porque al igual que un par de delincuentes atrapados en el mismo instante de su delito, se negaron siempre a la verdad.

Y estaban de acuerdo en pensar que aunque se amaran, no podrían estar juntos, pues el amor tiene muchas formas y era exactamente eso lo que los separaba.

Chifuyu nunca imaginó que ese día llegaría, el día que se despediría del que creyó sería el amor de toda su vida, y ahora estaba en la puerta de un tren.

Despedirse de ella fue demasiado difícil, no había consuelo para la culpa, ni tampoco para el dolor, sin conocer cuánto tiempo durará esa despedida.

¿Será un para siempre?

¿Quizás un hasta luego?

Su alma estaba clavada en el piso de rodillas llorando, pero su corazón estaba seguro de que no sería así, algún día lo volvería a ver, la vida se encargaría de ello.

Y aunque las lágrimas amenazaban con asomarse, la albina se juró a si misma que no lloraría delante de él, no quería mostrarse débil ni sumisa y no quería que la recordara destrozada, quería que su último recuerdo fuese feliz, como lo fue con él.

Las puertas del tren se cerraron dividendo sus vidas de nuevo, una nueva vida para ambos, un secreto que ella se lleva en su vientre, un destino que no se sabe que les depara, incierto y confuso, pero es el correcto.

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Chifuyu debía enfrentarse a la soledad, una casa vacía, un destino incierto y una duda que lo llena de nervios.

Viajó hasta el otro lado de la ciudad, en la busqueda de respuestas a las preguntas que nacieron de la desafortunada noche en el puente.

Chifuyu se encontraba tratando de encontrar la dirección que el paramédico le había dado de la identificación del chico de esa noche, pero al parecer ya nadie vivía en esa casa, pues se encontraba en completa soledad o eso lograba parecer.

Trató de hablar con los vecinos para encontrar alguna información del nuevo paradero de los dueños y sus sospechas eran ciertas, los Hanemiya no vivían en esa dirección hace por lo menos unos 6 años.

Trató de buscar en sus redes sociales, quizás encontraba alguna coincidencia bajo el apellido Hanemiya, pero sus esfuerzos fueron en vano.

Chifuyu ya rindiéndose por completo y sentado en el borde de la acera de esa vieja casa donde ya no vive nadie recibió una pista, una mujer de mediana edad parecía ser una vecina, la señora llegaba con las bolsas del mercado en sus manos, con pasos lentos se acercó a él.

En el abismo.. (KazuFuyu)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora