capitulo 13

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_ ¡Por fin en casa!_ exclamó Esteban radiante, dejando las tres maletas que Vivian le había preparado a María esa misma mañana, apoyadas a un lado de la puerta_. Pero ahora, la mansión San Román, parece distinta, más acogedora. Una luz gloriosa ha regresado para iluminarla y llenarla de vida.
Esteban rodeó a María por la cintura y la atrajo hacia sí, apretándola contra su cuerpo.
María pudo notar entre sus nalgas el signo evidente de su deseo. Sonrió.
_ ¿Duerme?_ le preguntó Esteban, refiriéndose a la pequeña Ana María que reposaba plácidamente entre los brazos de su esposa.
Profundamente susurró, María, para no despertar a la niña.
Mejor Objetó Esteban, besando a María en el cuello y haciéndola estremecer_. Por que usted, señora San Román y el señor San Román, tienen un asunto pendiente. Y por si no lo recuerda, Señora San Román. Está usted en su segunda luna de miel.
María giró la cabeza, y Esteban se apoderó de sus labios.
_ ¿Es que ustedes no se cansan de tanto arrumaco?_ exclamó la voz de Carmela que los observaba mientras bajaba por la escalera.
Esteban levantó la cabeza, a regañadientes. ¿Por qué su casa siempre estaba llena de gente?
_ No, tía_ contestó resignado_. No nos cansaremos nunca.
_ Pues entonces, pásenme a esa niña_ pidió Carmela, tomando a Ana María de entre los brazos de María_. Y vallan a hacerse los arrumacos a su dormitorio. Me van a pervertir a esta hermosura.
Mientras Carmela llevaba a la pequeña al cuarto que sus hermanos y su padre habían habilitado para ella, Esteban acompañó a María hacia el que un día fuera el dormitorio de ambos. El dormitorio principal de la casa.
¿La guiaba? ¿O más bien la apuraba?
Cuando la tuvo a solas y con la puerta bien trancada, la aprisionó contra la pared y le murmuró sensualmente:
_ Usted me hizo una promesa en el hospital el día antes de que nos casásemos de nuevo, señora San Román_ mientras hablaba, la iba torturando con sus besos, con sus caricias, con su aliento abrasador. María se abrazó a su cuello. Ella también lo deseaba tanto _. Ya va siendo hora de que la cumpla.
Esta vez, cuando tomó su boca, se prometió a sí mismo, que por lo menos durante seis horas se habían acabado las palabras.
_¡¡¡SORPRESA!!!
De repente empezó a salir gente de todos los rincones del cuarto. Héctor y Vivian de detrás de las cortinas; Gerardo, Luciano, Greco y Estrella de la terraza y Leonel, Lupita, Ángel y la joven Alma a quién Vivian le había presentado en una de sus visitas al hospital, salieron del cuarto de baño. Además, para remate, alguien llamó a la puerta.
_ ¿Puedo pasar?_ preguntó la vos de Carmela_. ¿Ya le dieron a María su regalo?
¡A esperar de nuevo! Resopló Esteban.

Llevaban allí dos horas. Dos larguísimas y agonizantes horas, que a Esteban se le hicieron eternas. Para colmo de males, María no cesaba de hacerle insinuaciones con la mirada, con los labios, con la forma de moverse, de rozarse con él cada vez que pasaba por su lado.
En cuanto pilló una oportunidad, la tomó de la mano Y la arrastró hacia su despacho.
_ ¿Durante cuánto tiempo más vas a torturarme?_ jadeó, una vez que la tuvo entre sus brazos y estuvieron a solas_. He esperado veintiún años de soledad, cinco meses de angustia y; doce días, siete horas quince minutos y sesenta y ocho, nueve, diez segundos de permanente erección. Ya no aguanto más, María. Necesito de ti. Necesito poseerte o el que va a entrar en coma por exceso de frustración seré yo.
María se rió de la agitación de su esposo, que por otra parte, era la misma que ella sentía. Sin decir una palabra, se escapó de sus brazos, se acercó a la puerta, echó la llave y comenzó a quitarse la ropa ante la mirada expectante y ávida de Esteban que comenzó ha copiarla empezando por deshacerse de la corbata que amenazaba con ahogarle.
Esteban se quedó sin aliento, cuando la tuvo desnuda ante sus ojos.
Estaba bellísima.
Su piel resplandecía bajo los rallos de luna que entraban a través de las vidrieras de los ventanales, sus ojos, oscurecidos por el deseo, lo miraban con amor, como antes, como siempre en sus más añorados sueños. Su cuerpo seguía amoldándose al suyo como si formara parte íntegra de él. La notó algo delgada, algo normal, tras su largo periodo en coma, pero ya se encargaría él de que se repusiera del todo. Con amor. Con infinito amor, y cuidándola como al más valioso regalo que la vida le había devuelto.
La tomó entre sus brazos y la llevó hasta la alfombra que estaba junto a la chimenea que ahora permanecía apagada debido al calor de finales de verano. Apoyó una rodilla en el suelo y la depositó sobre la mullida tela, colocándose sobre ella, despacio, con mucho cuidado para no dañarla.
_ No voy a romperme, Esteban_ le susurró ella, apretándose contra su cuerpo, exigiéndole más brío, más ardor, intentando ahuyentar el temor que sabía, sentía él de dañarla_. Si vas a hacerme el amor, después de veintiún años, espero que ese autocontrol que estás demostrando se vaya al garete y me hagas volar como deseo, Esteban. Estoy bien.
Sus palabras fueron la mecha que provocó el incendio mayor y más espectacular de cuantos habían acontecido hasta ahora en la historia del hombre.
¿Autocontrol? ¡Narices!
Esteban se colocó estratégicamente entre sus piernas, y a la vez que se apoderó de su boca como un hambriento, se introdujo en ella de un solo enviste.
María gruñó de satisfacción y goce, cuando él comenzó a montarla con energía, con fuerza, rompiendo el pasado, aniquilándolo para siempre. Porque María era suya, siempre lo había sido y siempre lo sería.
Nuevamente todo estaba en su sitio, todo en su lugar, todo marchaba correctamente O por lo menos eso creían ellos
Porque un par de ojos envidiosos, resentidos y llenos de ira los observaba escondidos tras la vegetación del jardín.

UNA MUJER DE BANDERA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora