capítulo 14

243 35 2
                                    

_ ¿Cómo que no ha llegado?_ exclamó Esteban, a pesar de que quería aparentar calma ante la ansiedad que su tía Carmela mostraba en la voz.
_ No. Aún no ha llegado a casa_ le confirmó Carmela por teléfono_. Salió con Ana María para llevarla al pediatra y me aseguró que a la hora del almuerzo estaría en casa. Sólo se llevó uno de los biberones de la pequeña, así que me extraña mucho que no haya regresado ya. La he llamado al móvil varias veces, pero siempre me da apagado o fuera de cobertura. Ya no sé que más hacer, Esteban ¿Y si les ha pasado algo? ¿Y si María ha tenido un nuevo accidente? Esta mañana me levante con un mal presentimiento, Esteban. Yo
Esteban resopló aterrado por la idea. Aunque no creía que el destino pudiese ser tan cruel con su esposa, tampoco era nada normal que por lo menos no hubiese dado señales de vida, que no hubiese avisado de que no volvería a almorzar a casa. Por otro lado, tampoco había que alterarse tan pronto. Igual había ido a ver a Héctor y a Vivian, y cuando María iba a la clínica, el santo se le iba al cielo.
_ Escucha, tía_ intento tranquilizarla Esteban, aunque él no se sentía nada tranquilo_. Voy ahora mismo a buscarla a la mansión Victoria. Seguro que está allí, enfrascada entre sus tubos y cubetas en el laboratorio de la clínica. Ya sabes cómo pierde la noción del tiempo cuando se mete allí. En cuanto hable con ella te llamaré, ¿de acuerdo? Tú tómate una tila y cálmate.

En cuanto colgó el auricular del teléfono, tomó su chaqueta y salió de la oficina sin despedirse de Lupita siquiera, cosa que extrañó a la muchacha.

¿Qué había pasado?
Acababa de salir de la pediatra de Ana María, contenta por el buen estado de salud y la buena evolución de la pequeña, y de pronto se había despertado en un lugar extraño, cerca del cochecito de la niña, que no cesaba de llorar, y encadenada por el tobillo a una especie de columna, ¿o era la barandilla de una escalera?
Lo peor, era que le dolía un montón la cabeza, y que Ana María no dejaba de llorar.
María Quiso hablar. Tenía que calmar a su hija, hacerle saber que ella estaba allí, a su lado, y que la protegería de todo mal. Pero las palabras no salieron de su boca. La tenía bloqueada con algo. Algo duro y pegajoso que le impedía articular palabra alguna.
Los gritos de la niña se intensificaron, a la vez que una gélida voz de mujer, chillona y alterada le gritaba que se callase, que si no lo hacía la iba a asfixiar, a tomarla por el cuello y a apretar hasta que dejase de berrear.
María abrió los ojos por fin, nadie iba a estrangular a su pequeña.
_ ¿Carmela, qué ocurre?_ preguntó María, aún bastante aturdida_. ¿Por qué llora tanto Ana María?
Una estremecedora carcajada resonó en aquella avitación.
_ Qué más quisieras tú que yo fuese Carmela_ rujió Alba, dejando a la niña llorando en el cochecito y centrando toda su atención en María_. La estúpida, calmosa y manejable Carmela. Mi hermanita. A la que odio con todo mí ser. Aunque nunca llegaré a odiarla tanto como a ti, María. A nadie llegaré a odiar tanto como a ti.
¿Alba? ¿Por qué le hablaba así? Ella siempre estuvo segura de que jamás le cayó bien, pero de ahí a aborrecerla con tanta intensidad
_ ¿Porqué, Alba?_ preguntó finalmente María. Deseaba saber el motivo para tanto odio para tanto rencor_. ¿Qué te hice yo para que me odies tan intensamente?
Alba se acercó a ella lentamente con una mirada tan perversa en los ojos que María se estremeció de aprensión.
_ Me robaste, maldita zorra ladrona_ escupió, agarrando a María del cabello y tirando de su cabeza hacia atrás, obligándola así a mirarla a la cara_. Usurpaste mi lugar dentro de la mansión San Román y en el corazón de Esteban.
María tembló de desasosiego. Temía ya no por su vida, sino por la del pequeño ser que hipaba de tanto llorar, acostada en su cochecito, tras la figura amenazante de Alba.
_ Yo nunca quise usurpar tu lugar, Alba_ intentó convencerla María, sin quitar la vista de la niña que no cesaba de llorar y llorar_. La mansión San Román es lo suficientemente grande como para que las dos podamos vivir en ella e intentar soportarnos. Y en cuanto a Esteban, el te sigue queriendo como su familia que eres, nuestro amor no te va a quitar el respeto y el cariño que Esteban te tiene como tía, Alba. Él seguirá queriéndote al igual que quiere a Carmela.
Alba se carcajeó de nuevo, helando la sangre en las venas de María. El sonido de aquella risa no pronosticaba nada bueno.
_ Esteban puede meterse su afecto fraternal donde le quepa. Lo que yo quiero de él es amor, María, ¿lo entiendes? Amor, pasión, deseo, sexo, lujuria. Quiero que me ame como mujer, como su única mujer. Necesito sentirlo dentro de mí, con el calor de su semilla llenando mi interior. Quiero tocarlo, lamerlo entero. En definitiva, quiero que sea mío. Total y enteramente mío.
María se quedó pasmada. Pasmada y muy asustada. Estaba claro que Alba estaba loca. Loca de remate. Y Ana María y ella iban a morir.
_ Ya me deshice de ti una vez. Con la ayuda de Servando Maldonado, le arranqué la vida a la estúpida de tu amiguita Patricia. Fue fácil, ¿sabes? Sólo me tuve que hacer pasar por ti para que enseguida me abriera la puerta de su dormitorio. El estúpido de su maridito había ido a comprarle un ramo de flores a su esposa, pero ella jamás lo recibió, ¿no es así? Servando y yo nos encargamos de que no lo hiciera. Lo demás, fue pan comido. Te habíamos escuchado cuando le dijiste que después de la cena, irías a su dormitorio para hablar de algo referente el tema de tu inseguridad sobre los sentimientos que Esteban tenía hacia ti, así que lo planeamos todo de forma que tú tropezaras con el cadáver de esa desgraciada y cayeras sobre su sangre derramada. Claro, que la cosa salió mucho mejor de lo que esperábamos. La inocente y necia de María, no sólo se manchó las manos con la sangre de su amiguita, sino, que, no tuvo mejor idea que tomar el arma asesina entre sus manos_ una sonora carcajada salió de los enfermizos labios de Alba, para después cortarla de golpe_. Pero tú, no quisiste asimilar la derrota y has tenido que regresar para volver a atormentarme. Tu sola presencia me pone enferma, me corroe el alma verte en los brazos de mi hombre y dirigiendo mi casa_ Alba hizo un breve silencio y dirigió la mirada hacia la niña_. Y para colmo, la ramera de Ana Rosa tuvo que traer al mundo a esta cosa. Fruto de la traición que Esteban hizo conmigo.
_ Esa niña no es de Esteban_ se apresuró a corregirla María. Puede que ella no tuviese salvación. Pero si conseguía convencer a Alba de que la niña no tenía nada que ver con su marido, igual, esa vieja bruja la dejaba vivir_. Ana Rosa se lo confesó a Esteban poco antes de dar a luz, aunque él ya lo sabía, Alba. Esteban se hizo una vasectomía al poco de nacer Ángel, desde entonces no puede tener más descendencia.
Alba se giró nuevamente hacia ella.
_ ¿Y tú crees que yo voy a tragarme esa sarta de mentiras?_ escupió Alba, volviendo a tomar a María de los pelos_. Tú lo único que pretendes es salvar a la niña. Pero no vas a conseguirlo, la pequeña zorrita y tú vais a morir en poco tiempo. Os voy a dejar aquí encerradas y voy a abrir las llaves del gas, después me voy a ir tranquilamente a mi casa, a la que me recluyó Esteban para quitarme de en medio y poder disfrutar libremente de su nueva puta, hasta que se cansara, como hizo con las otras. Pero más tarde o más temprano regresará a mí, a pedir mi ayuda como siempre lo ha hecho.
_ ¡No!_ gritó María desesperada_. Mátame a mí, pero deja a la niña. Ella no es más que un ser indefenso que no ha tenido tiempo de hacer daño a nadie.
_ Pero lo hará, como lo hizo su madre_ espetó Alba, acercándose a la puerta con clara intención de cumplir su amenaza_. Mejor dicho, lo haría, porque yo no tengo la intención de permitírselo.
Alba desapareció tras la puerta y María, asustada, comenzó a intentar liberarse. Tenía que conseguir soltarse, tenía que agarrar a Ana María y escapar de allí, pero por más que tiraba, no conseguía romper aquellas cadenas.

_ No, no han estado aquí_ le dijo Vivian, alterando así mucho más el estado de ansiedad en el que comenzaba a sentirse Esteban_. Ni siquiera ha llamado en toda la mañana. Y es extraño. Porque me aseguró ayer que me llamaría para quedar para almorzar en cuanto terminara con el pediatra de Ana María.
Esteban se levantó del sillón donde se había sentado al lado de Vivian y comenzó a caminar, agitado, alrededor de su hijo, su esposa, y la joven Alma que se sentía consternada ante la conmoción del padre de Ángel.
_ Ahora si que estoy muy preocupado, Héctor_ le comentó a su hijo, metiéndose las manos en los bolsillos del pantalón_. Tu madre no haría algo así. Si hubiese decidido hacer otra cosa después de la cita con la pediatra de Ana María, estoy seguro de que hubiese avisado.
_ ¿Quieres que salgamos a buscarla?_ propuso Héctor, también preocupado_. Puedo llamar a Ángel y Estrella. Ellos y Greco nos ayudarán a encontrarla.
_ No. No es necesario que preocupemos a nadie más, hasta que sepamos dónde está María_ Yo ya llamé a casa de los padres de Greco y la señora Socorro me dijo que no había ido por allí. Gerardo tampoco la ha visto ni ha hablado con ella, y le dejé dicho a Lupita que si llamaba a las empresas me avisara enseguida. No lo ha hecho, así que supongo que no habrá llamado ni aparecido por allí_ Esteban se llevó la mano a la mandíbula y se la frotó, concentrado_. Hay algo que me preocupa más aún. La tía Carmela me dijo esta mañana que tenía un mal presentimiento, y la verdad es que a mí me sucede lo mismo. Desde que salí de la oficina para buscar a tu madre, siento la necesidad de ir a la casa de Servando Maldonado. Es algo extraño, difícil de explicar, pero tengo la sensación de que allí encontraremos las respuestas sobre el paradero de María. Vamos, Héctor, acompáñame.

Había conseguido romper la barandilla donde estaba atada la cadena que la mantenía presa, aunque eso le había costado destrozarse el tobillo. Ahora, María había tomado a la pequeña Ana María y estaba intentando escapar por la ventana.
El balcón de la casa de al lado estaba cerca, muy cerca. Sólo tenía que seguir caminando por aquella estrecha cornisa sin mirar abajo, sin mirar atrás.
Cuando logró soltarse, las fuerzas ya le fallaban. El terrible olor a gas que entraba por debajo de la puerta amenazaba con hacerla perder el sentido. La pequeña no cesaba de llorar, y gracias a Dios que no había dejado de hacerlo. Alba la había dejado lo suficientemente lejos de ella, que de no ser por sus llantos no podría haber sabido si el gas nocivo había llegado hasta ella o no. Mientras llorara, significaba que seguía con vida.
Pero ahora su mayor preocupación, era alcanzar el balcón que cada vez se encontraba más cerca.
Unos gritos procedentes de la calle, la informaron de que la gente la había visto caminar por la cornisa con la niña entre los brazos. Los sonidos de las sirenas llegaron hasta ella, sacándola irremediablemente de su concentración.
_ No mirar abajo, no mirar abajo, no mirar abajo_ se decía una y otra vez.
_ ¡María!_ le gritó una voz, que a ella le sonaba lejana, muy lejana.
_ No mirar abajo, no mirar atrás
_ ¡María, mi amor, soy yo, Esteba!_ repitió la voz. Parecía asustado, y tan real_. ¡Por favor mírame, cariño, soy yo!
Esteban
María quiso girarse, pero fue en ese preciso momento, cuando se dio cuenta de la gran altura a la que se encontraba.
Por lo menos, cinco pisos se extendían ante sus ojos. Desde un balcón a su derecha, un policía de uniforme le hacía señas para que fuese hacia él, desde el situado a su izquierda, Esteban y un angustiado y silencioso Héctor la miraban suplicantes y desde el fondo, en la calle, un camión de bomberos se apresuraba en preparar una escalera mecánica, mientras otro grupo de hombres del cuerpo, extendía una lona de seguridad.
_ Pásame a la niña, María_ le dijo Esteban, acercándose lo más posible a ella sin abandonar el apoyo de la barandilla metálica del balcón_. Vamos, cariño, puedes hacerlo.
Con mucho esfuerzo, María se giró y poco a poco fue apartando a Ana María de la protección de su cuerpo y alargándola hacia la mano extendida de Esteban. Manteniéndola sujeta por un brazo y por media espalda, pudo acercar sus inquietos piececitos hasta la mano de Esteban que sujetó a la pequeña firmemente por el tobillo.
De repente, la cornisa sobre la que se encontraba torpemente apoyada María, crujió, comenzó a resquebrajarse a ambos lados de su cuerpo, y, ante los pávidos ojos de su marido y su hijo, María se precipitó al vacío sin que nadie pudiese hacer nada por impedirlo.
Esteban se quedó mirando aterrado e impotente, como el cuerpo de su esposa volaba, literalmente, junto con los cascotes de piedra desprendidos de la cornisa hacia el suelo. Mientras, el cuerpecito de Ana María, quedaba suspendido en el aire, sujeta tan solo de un tobillo por la mano de su padre.

Si les gusta la historia dejen una 🌟  .

UNA MUJER DE BANDERA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora