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Lo primero que hizo Draco al llegar a la habitación fue girar la llave de la ducha y dejar que el vapor caliente se expandiera por el baño. Dejó toda la ropa cubierta de nieve en un rincón, dejando que su cuerpo se relajara ante la cómodidad de algo tan fántastico como el agua caliente.
Desde hacia cuatro años que no tenía estos pequeños intervalos de tranquilidad, con Lissa cerca cada vez que llegaba del trabajo no era extraño tener que ir a atenderla. Cuidar de un bebé no fue ni es una tarea fácil, pero a pesar de todo eso probablemente no se arripiente de aquello.

Soltó un suspiro, sí teniendo un pequeño problema, extrañaba mucho a su querido Harry. Y lo bonito que era. Se sentía como un chico de diesiciete años muy cachondo.

—Por un demonio, controlate. —susurró para si mismo en la soledad del baño.

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Lissa miró con ojos maravillados el tazón de chocolate caliente que ponía el mesero frente ella. Antes de ir a jugar su papá le dijo que debía tomar algo caliente para que no se enfermará, y ella aceptó porque si hay algo que le gusta más que la leche es el chocolate caliente con malvaviscos. Balanceó sus pies en la silla, hasta que pudo por fin darle pequeños sorbos con la cuchara.

Harry rió suavemente, viendo como su hija era cuidadosa con no quemarse. Pasaron una hora comiendo delicias dulces, lamentando que el pobre de Draco no estuviera con ellos. Al terminar, Lissa corrió hacia el pequeño patio lleno de juegos incríbles en el hotel. Harry se sentó, mirando en todo momento a la pequeña niña con mucha energía, que subía y bajaba por la resfaladilla, luego corría hacia un pequeño castillo.

Lissa sabía que estaba siendo observada, pero su papá le decía que eso era por su seguridad, porque papá debía cuidarla para que quién sabe, no se raspara una rodilla o lastimara un dedo. Estaba tranquilamente seleccionando peluches que habían tirados por el patio, cuando vió a lo lejos a una niña que le pareció muy interesante: ella llevaba lentes como su papá. Sus brazó sostuvo con fuerza el peluche de conejo, infló sus cachetes y caminó hacia la niña.
Tenía un poco de verguenza, casi nunca hablaba con personas de su edad. Siempre eran sus tíos y siempre era lamentar la lejanía sus primos.

Con el corazón latiendo mucho, Lissa fue valiente.

—H-Hola. Soy Lissa, ¿quieres jugar conmigo? —preguntó como lo había prácticado durante todo su camino hacia la niña.

La niña de ojos negros la miró. Guardo silencio por un minuto, observando los risos rubios de la niña frente ella.

—Hola. Me llamó Lucy Ling. Y sí me gustaría jugar contigo...¿ese es tu conejo? Yo tengo una zanahoria, quizá le guste.

Lissa sonrió aún más.

—¡Sí, sí! Pero le gustan más los algodones de azúcar.

Y el miedo se le quitó totalmente a Lissa del cuerpecito. Lucy era agradable, le gustaban sus juegos, estuvieron juntas durante un largo tiempo. Corriendo de un sitio a otro, una de detrás de la otra. Aparentemente sin saberlo, se había formado un vínculo entre las dos niñas, esa clase de vínculo que ocurre cuando dos almas están destinadas a ser amigas en el extenso mundo extraño.
Lucy Ling Morelli pertenecía a un pequeño legado de magos italianos, por parte de una de sus madres, Dyana Morelli quien se había enamorado de la sencilla humana Mei Ling.

Para Mei el costó de entender el mundo mago fueron dos desmayos y muchos gritos al usar un traslador.


Tanta fue la comodidad que Lucy le dió a Lissa, que no tuvo reparó en hablarle sobre su gran e interesante propósito para estar en la ciudad de Nueva York.

—Kevin necesita ayuda, es por eso que estoy dispuesta a salvarlo. Es una de mis razones para estar aquí. —sonrió orgullosa.

—Pero, ¿y cómo lo vas a encontrar?

—Es fácil. Ya sé en dónde está. —concluyó Lissa.

Mei buscó a la distancia a su hija, cuando la encontró estaba jugando con una niña rubiecita de aspecto curioso y feliz.

—¿Es usted la madre de Lucy? —la pregunta vino de un muchacho.

Bueno, para Mei, una mujer de treinta y tres años, definitivamente el muchacho frente a ella se veía como eso.

—Sí. ¿Y tú quién eres? —dijo con brusquedad.

—Oh bueno, yo soy...

—¡Es Harry Potter! —exclamó una voz detrás. — Por Merlín, es un honor conocerte.

Dyana solo podía sentir que estaba viviendo el mejor día de su vida. Conocer al chico que vivió no era algo que le pasara todos los días. Mei seguía tan perdida como al principio, hasta que se enteró que era el joven heroe de la guerra mágica. Una celebridad, su pequeña Lucy se estaba codeando de gente importante.

Fueron interrumpidos cuando los saltos felices de Lissa llegaron hasta ellos. Los ojos verdes tan iguales a los de su padre miraron fijamente a Harry.

—Potty, ¿puedo tener una pijamada con Lucy? Ella me invitó.

Harry estuvo absolutamente tentando de decir que no. Nunca antes había estado lejos de su hija con personas que no conocía, pero al mismo tiempo comprendió que Dyana no se veía como una amenza y menos Mei. No si al menos sabían quién era y no hicieron un alboroto como a muchos les gustaba hacer.

—Solo sí sus madres están de acuerdo.

—¡Ay, sí! —chilló, Dyana. — Haremos galletas y tomaremos lechita, y contaremos historias.

Mei sonrió tensa. Pero aceptó.

Solo faltaba hacer la mochila de Lissa y preparala. Crecían tan rápido.

Serpiente Al Cuidado. |2|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora