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Las madres de Lucy eran muy amigables. Les dieron un vaso de leche de chocolate y galletas con chispas.
Eso hizo a Lissa totalmente feliz. Incluso porque ellas acamparon y pasaron la noche en la sala de estar de la habitación, armando una casita con los cojines y sabanas. Fue increíble para la pequeña.

Las mujeres se habían marchado a su propia habitación, dejando que la televisión encendida hiciera eco por el lugar.

—Entonces, ¿Kevin está solo? —preguntó Lucy.

Lissa asintió, llevandosé un puñado de palomitas a la boca. Le había contado a Lucy una historia que hacía mucho la tenía inquieta, más que historia era un acontecimiento que le fue dificíl explicar a sus papás, así que decidió no decirles qué clase de angustia mantenía oprimido su pechito. Así que le contó a su nueva amiga. Kevin es un niño que se ha quedado solo en casa porque sus papás se han olvidado de él, ¿puedes pensar en lo triste que es eso? Ella realmente se siente muy triste al imaginar que sus papás salen de casa y se marchan muy muy lejos, olvidandola.
No puede imaginarse sin los abrazos de papá Draco o los besitos en la cara de papá Harry.
Por eso mismo, desea encontrar a Kevin y que no este solo. Al menos no por tanto tiempo.

—Por eso debemos ir a buscarlo. Debe tener frío y hambre...

Lucy sintió un pequeño escalofrío.

Ambas niñas se miraron fijamente, encontrando el momento exacto de poder correr hacia dónde estaba este chico solitario. Como si fuera cuestión de buena suerte para la pequeña, al día siguiente los adultos se encontraron para desayunar entre ambas familias. Lissa abrazó con fuerza a Potty, para luego comer con mucha emoción el delicioso desayuno que le esperaba, fue allí cuando escuchó como se ponían de acuerdo en ir a patinar. ¡Patinar sobre hielo! Pero sobre todo, una oportunidad para salir del hotel.

Lissa no sabía patinar, en realidad sus cortos años se basaban en estar en su casa o en la agradable casa de los señores Weasley, donde siempre sentía que había un lugar por explorar. Por lo tanto su escasos inviernos tenían que ver con tomar leche calentita al frente del fuego, comer galletas al lado de sus padres o escuchar algún cuento. Más allá de eso no conocía, pero llena de una determinación que iba mucho más lejos que la emoción de los juegos, Lissa sabía que dejaría ese día para patinar para otro día.

—Lucy. Debes estar muy segura de que quieres venir conmigo. —comentó Lissa, con su abrigo puesto a sabieandas de que papá Draco estaba buscando una bufanda y unos guantes que no lo dejerán congelado.

A su papá a veces le gustaba ser muy graciosisimo.

—Lo prometo, Lissa. Y ya sé como hacer que no se den cuenta. —agregó la pequeña.

Si Harry las vió cuchichear animadamente, creería que solo se trataba de alguna linda jugarreta. Estaba además muy tranquilo, su noche junto a su esposo había sido de los más entretenida y disfrutable, por eso mismo tenía un aire de pura tranquilidad. Dejando totalmente olvidada su faceta de padre analítico, pues Lissa era el ejmplo de una pequeña niña muy escurridiza, inteligente e imaginativa. Sin embargo, desde su punto de vista solo se trataba de su hija teniendo por primera vez una amiguita.

Así es como se desarrollan las amistades importantes, en justas donde se lucha por causas más profundas que la gloria y la fama.

Llegaron rápidamente a su destino. Dyana conocía Nueva York como la palma de su propia mano, el tono parlachín de la mujer dejaba tiempo suficiente para saber que si Mei no tenía tema de conversación ella entonces hablaría por las dos. Como también parecía ir siempre preparada, había sabido elegir patines para todos ellos, incluyendo para las niñas.

 
Lissa miró con asombró el lugar congelado, donde las personas se movían con tranquilidad, sin sentir realmente el temor de que el hielo se rompierá. Como si estuviesen acostumbrados a hacerlo cada vez que podían, habían personas que llamaron más su atención, como aquellas que se deslizaban con gracia y hasta parecían bailar a un ritmo que solo ellos podían escuchar. Una risita escapó de sus labios, sintiendo la pura emoción de ver algo que además deseaba poder intentar. Porque al verlos sentía que ellos volaban. Se preguntaba si su papá Harry también pensaba lo mismo que ella cuando los vió —Draco ignoró el asombro, acostumbrado desde su niñez a esos lugares—. Lissa lo supo, estaba viviendo el sueño que siempre imaginaba cuando se quedaba en casa a cargo de la abuela Molly. 

Harry colocó suavemente los patines en su hija, ignorando lo observadora que ella era, porque solo le basto un segundo para saber que su papá tenía miedo de resbalar en el hielo.

—No te preocupes, Potty. Yo te daré la mano para que no te caigas —dijo ella de pronto, causando que Harry la mirara con ojos de sorpresa. — Y si te caes entonces yo también. —añadió sonriendo. 

Si algo le había enseñado su papá era que cuando se caiga y se rapsaba la rodilla siempre y podía levantarse otra vez. No sería tan difícil. De esa forma ambas familias se encaminaron hacia la pista de hielo donde las personas daban saltos, piruetas o simplemente un paseo. Lissa que aprendía rápido observando y poniendose en práctica logró estabilizar su patinaje, no sin antes caer de espaldas y soltar una risotada que llamó la atención del resto. La esencia pura de la infancia que gozaba de una agradable experiencia, allí donde se sienten intocables. Nadie lo sabría nunca por supuesto, pero Harry Potter siempre quería llorar de la alegría cuando veía que su hija era sencillamente una niña feliz. Avanzaron uno al lado del otro, hasta que Lissa comenzó a alejarse y volver junto a Lucy —quien definitivamente tomaba clases de patinaje artístico—. 

Draco se encontró como un pilar que sostenía Harry, literalmente.

—Creo que esto no es para mi. 

—Vamos Harry, sé que puedes, solo debes empezar por soltar mi cara, cariño. 

—No, no, no. Definitivamente me da miedo. 

Draco casi soltó una risa si no fuera porque Harry resfalo y lo llevó consigo. Sí, si uno caía definitivamente caían los dos. 

—Luego de una caída te sale mejor, papá. —chilló Lissa. Quien venía a una velocidad reducida mientras daba grandes zancadas en lugar de suaves deslizamientos. 


En medio de ese caos, Lucy tiró de la chaqueta de Lissa quien le miró con sus grandes ojos verdes. Las señoras Mei y Dyana habían salido de la pista de hielo, hacia un puestecito de palomitas con miel. El corazoncito de Lissa latió fuerte, viendo como las diversas personas que patinaban nublaban la visión de sus padres, trago saliva y lo decidió. Ese era el momento. Había alguien esperando por ella. Se dió media vuelta, contrario de la dirección de los adultos que estaban con ellas, y ambas tomadas de las manos salieron del gran suelo congelado hacia donde antes habían escondidos sus botas para el frío. 


Serpiente Al Cuidado. |2|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora