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Harry se repuso rápidamente, mientras se arreglaba la chaqueta una alerta se instaló instintivamente en él. Miró de un lado otro, tratando de visualizar a las niñas. Quizá estaban jugando lejos o quizá habían ido con Mei y Dyana.

—Draco. No están, no están. —susurró Harry.

Avanzó apenas hacia el final de la pista llamando la atención de la nueva familia de la que habían tenido una amistad, porque Harry estaba totalmente asustado y no era paranoia, hace un minuto las niñitas estaban en la pista y al siguiente la chaqueta rosa fuerte de Lissa no se veía por ningún lado, y vaya, él realmente sabía cómo encontrarla cuando ella se movía tan veloz. Draco sintió el peso de la saliva pasar su garganta, completamente asustado. Incluso sentía la chillante voz de Harry cuando Lissa tenía tres años, había enfermado y la llevó al Hospital San Mungo, él mismo se puso tan nervioso que no recordaba el número de la sala donde antendían su hija: 

¡¿Perdiste a Lissa?! 

Esas palabras eran un eco perturbador en su mente. Porque ser padre es toda una experiencia, y Draco Malfoy no suele ser una maravilla en las nuevas experiencias de vida, diganle al mucho que fue padre joven, y como si no fuera suficiente su pareja es Harry Potter, que estará siempre tan confundido como él ante las cosas de la vida. Alguien debería hacer un manual de cómo sobrevivir. Solo por decirlo. 

—Hay que respirar. — comentó Draco, mientras las mujeres le miraban con ojos horrorizados. Sí, seguramente Lucy era una pequeña calmada. — Digo, tienen piernas cortas, y seguro van a querer dormir temprano, no deben estar lejos. 

Los demás lo miraron perplejos. Pero oigan, ¿ustedes no creen que alguien debe pensar positivo en estas situaciones? 

—Deben estar asustadas con frío, pobres niñitas.


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Nueva York era demasiado grande, a decir verdad para un par de niñas el mundo y cualquier rincón que este en el es demasiado grande. Aún así solo desde ese asombro las niñas podrían maravillarse ante cada sitió que veían. Desde allí, por un sorprendente que fuera, Lissa caminaba con una seguridad increíble sabiendo totalmente hacia dónde iba y por qué, aunque a simple vista pareciera que se distraía con todo, jamás con el propósito de su viaje. Desde el otro lado del mundo vino solo por un llamado que solo ella podía escuchar. Lucy, la seguía de cerca, en su calmado rostro también había curiosidad. Algo insegura de las personas, sostenía la chaqueta de Lissa con su manito, pues, para Lucy las multitudes son agobiantes y el contacto con personas nuevas ansioso. Lissa la hizo sentir comprendida. Eso en años posteriores sería el ideal de una amistad donde las diferencias incomprensibles para otros, son cualidades entendidas por las amistades reales. Un lugar seguro. 

—Hay que doblar aquí. Esta algo lejos, si tuviera una escoba seguro llegaríamos ante. Porque siempre hay que estar en casa antes de la lechita calientita. —dijo Lissa, doblando hacia una gran calle casi desierta. 

El esplendido Nueva York con sus calles alzadas, luces brillantes y comerciantes apurados por gozar las ventas de Navidad, se acompañaban de personas con cientos de regalos en manos, cajas, bolsas, y camintas apuradas que los hacían lucir molestos y en mucho casos soltaban palabras que ni Lissa ni Lucy debían imitar. Pero como habían caminado tanto, las luces y las personas con chaquetas brillantes, aromas que picaban la nariz y zapatos que debajan un ruido detrás, se hacían lejanos. El esplendido Nueva York era solo una ciudad más, donde el paraíso se llenaba de carritos de hot dogs, niños chillones que corrían de un lado a otro y casas de madera con rejas que tenían la apariencia de haber sido nuevas hace mucho mucho tiempo. 

Serpiente Al Cuidado. |2|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora