Visitó la zona central del pueblo de Zimabias con los primeros rayos de luz del día. Los callejones y las casas se teñían de tonos apagados y dormidos. La mayoría de los puestos artesanales y negocios estaban cerrados. Escasas y solitarias personas circulaban por la plaza principal a paso de muerto y con las almohadas pegadas al rostro. No tenía caso salir a esas horas de la mañana, pero Zendia no fue capaz de quedarse en su habitación para acumular más horas inútiles de insomnio.
Tomó asiento en un banco de piedra a esperar que las actividades matutinas cobraran vida. Se entretuvo observando las sombras de los árboles cubrir los manchones de césped seco de la plaza. Absorta en sus pensamientos, no fue testigo consciente del paso del tiempo. La realidad se colaba en ella como arena fina, sin retener nada de lo que escuchaba, sentía o miraba.
Solo cuando el recuerdo se le hizo demasiado pesado como para hundirse en él, alzó la vista. Por un momento, creyó haberse transportado a un sitio diferente. Las calles estaban concurridas y colmaban el ambiente de energía. Los habitantes de la pequeña ciudad parecían felices y ajenos a toda la pena que ella cargaba. Salían de sus casas y caminaban de un punto a otro haciendo las compras, dirigiéndose a la estación de tren o paseando junto a su pareja y amigos.
En la lejanía, mezclada entre la marea de gente, divisó a una joven cuya cabellera distinguía entre el descolorido paisaje del pueblo. Armándose de valor, Zendia se cargó la mochila a la espalda y se dirigió a su encuentro.
Reconoció a los nyotanos que estuvieron en la granja tres días atrás. A medida que se acercaba a ellos y sus rostros se volvían nítidos, la realidad de su decisión la sacudía con fuerza. No se percataron de su presencia hasta que estuvo a media calle de distancia. Brais fue el primero en señalar en su dirección. Otras dos personas, que Zendia no conocía, le siguieron la mirada.
—¡Neferet, mira quién está aquí!
El chico codeaba a su amiga para advertirle. Neferet desvió la atención de un puesto callejero para volverse hacia ella. Vestía un pantalón ancho negro y botas, con una camiseta gris oscuro pegada al cuerpo. Le dedicó una leve sonrisa. Samay fingió mayor interés en las artesanías cuando los demás se reunieron con Zendia en el callejón.
—Viniste, finalmente —comentó la pelirroja.
—Sí —Zendia carraspeó. Todos la miraban expectantes—. Me iré con ustedes, si... si es posible.
—Claro —Neferet volteó hacia sus amigos—. Ellos son Dryta y Zigor.
—Un gusto —saludó Zigor, un joven alto y corpulento. En su brazo derecho lucía un extenso tatuaje de un paisaje y constelaciones.
—Debes ser valiente para querer soportar a Samay, ¿eh?
Los amigos rieron ante el comentario de Dryta. La chica revolvió sus rizos teñidos de rojo y le tendió la muñeca al presentarse. Era casi tan baja como Myri, pero su complexión era opuesta, al igual que su voz gruesa y rasposa. De no ser porque parecía muy simpática, le habría dado miedo de tan solo escucharla.
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La Señal de Zendia (Nyota #1)
Fantasy"Zendia conocía las reglas que debía cumplir para que nadie descubriera su naturaleza. Lo sabía desde los seis años y, en dos décadas de vida, jamás las había quebrantado. No hasta aquel día." Durante los últimos ocho años, la vida de los nyotanos...