La manera en que inició su día debió darle una pista de lo que sucedería después.
Las pesadillas la acosaron durante la eternidad de la noche. Todavía sentía sobre ella los ojos agonizantes del espía desangrándose en el suelo. Sus manos recordaban las cosquillas al entrar en contacto con el frío cuchillo un instante antes de resbalar por sus dedos pegajosos.
Las escenas de la lucha entre ambos se repitieron sin cesar desde que pudo abrir los párpados para no volver a cerrarlos. Las horas pasaban y los detalles eran cada vez menos vívidos, pero igual de petrificantes.
Al menos ahora era capaz de reprimir las náuseas a tiempo para no perfumar su habitación con el aroma ácido de su vómito. Tenía la boca seca y un vacío intenso le hacía rugir el estómago. Un ligero dolor yacía latente en la parte posterior de su cabeza. Sin embargo, la fiebre había cesado y ya le era posible mantenerse en pie sin ceder al mareo.
No resistió la prisión de las sábanas por más tiempo. Cuando su tableta marcó el mediodía, se cambió las prendas sudadas y se calzó sus botas para retirarse al comedor. Un pesado sentimiento de soledad la aplastó cuando no se cruzó con Tahiel. Por la hora, debía estar trabajando en el taller o tratando con los comerciantes. Si así era, estaría sola por otro largo rato.
Extrañaba con intensidad a su madre. El saber que no podría verla hasta entrada la noche la deprimió de una manera que no supo explicar. Era la primera vez que Zendia enfermaba y debía faltar al trabajo, forzando a Danae a compensar su carga horaria. Jamás la había dejado sola en el palacio, ni habían pasado tanto tiempo separadas.
No pudo discernir si esa era la razón de su nostalgia, o si en cambio era la culpa. Las mentiras de las últimas horas le pesaban en el corazón como toneladas de rocas. La magnitud de sus engaños le resultaba enorme, y tenía la impresión de que el incidente con el espía solo seguiría acumulando problemas.
Sacudiendo el cuerpo, se acomodó el cabello sobre la espalda y salió a la galería. Divisó el terreno verdoso que se expandía hasta el horizonte en forma de colinas. El pelaje blanco de los buluanes resplandecía con la luz del Gran Astro como pequeñas manchas de polvo al otro lado del camino. Apartó la mirada, temiendo que las náuseas la acecharan una vez más.
Aliviada por colmar sus pulmones de aire fresco, rodeó la casa y se meció en un viejo columpio que colgaba de un árbol grande y solitario. Se dejó llevar por el crujido de las ramas y el rugir de las hojas. De pequeña, aquel era su sitio favorito para jugar, además de los corrales atestados de animales. Ahora, era el único rincón de su infancia que podía permitirse disfrutar.
Se sumergió en los escasos recuerdos ajenos a las mentiras y las irregulares cicatrices de su cuello. Acostumbraba a preguntarse cómo habría sido su vida si los espías no existieran, si el reino no estuviera en guerra. Tras numerosos años meditándolo, había llegado a una conclusión de lo que sería de ella en aquel utópico escenario.
ESTÁS LEYENDO
La Señal de Zendia (Nyota #1)
Fantasía"Zendia conocía las reglas que debía cumplir para que nadie descubriera su naturaleza. Lo sabía desde los seis años y, en dos décadas de vida, jamás las había quebrantado. No hasta aquel día." Durante los últimos ocho años, la vida de los nyotanos...