—Bueno, la verdad es que no me esperaba algo así.
Esa fue la reacción de Adyl al terminar de narrarle la historia de su fuga. Claro que no le había relatado todo lo sucedido. Se limitó a explicar lo mínimo que necesitaba saber: su familia había sido acusada de traición y ahora el reino entero la tenía en la mira. Le dolía demasiado hablar de la muerte de sus padres, de sus amigos o Neferet y los demás nyotanos. Aunque era cierto que deseaba contarles lo que había descubierto para protegerlos, también esperaba que con ello lograra compensar su error. En ese momento, nada le haría más feliz que volver con el grupo y escapar de Agbara cuanto antes.
No solo las revelaciones de Adyl la mantenían intranquila, sino también el largo trayecto que tenían por delante para llegar al refugio. Si es que logramos hallarlo, se angustió en numerosas ocasiones. El pensar en volver a sufrir la sequía del campo y la soledad de las noches la alarmaba. Al menos, ahora que contaba con la compañía del muchacho, no tendría más hambre ni sed. Antes de partir, cazaron dos aves y llenaron con agua del río las botellas que Adyl llevaba en su bolsa.
—Y estos amigos tuyos... —le platicó mientras Zendia observaba el bosque desaparecer a sus espaldas—. ¿Por qué no te quedaste con ellos?
—Era muy peligroso. Si los descubrían ayudándome, también los habrían acusado de traición.
—¿Pero ahora quieres volver igual?
Sus ojos oscuros e interrogantes se clavaron en los de Zendia. Fingió detenerse a comprobar la dirección que seguían las hojas de los arbustos para pensar en una respuesta que le evitara más preguntas.
—Es complicado. Algunos de ellos creen que soy culpable.
—Ah, ya lo entiendo —el joven le sonrió—. Tranquila, te creerán esta vez.
Continuaron su camino intercambiando conversaciones casuales para evadir el silencio. Pronto se acostumbró al aroma a barro del joven y al sudor que los empapaba a ambos.
Era extraño, pero a su lado se sentía a salvo. El arma que cargaba en su mano a todo momento estaba lista para defenderlos de guardias y soldados. Además, su gran sentido de la orientación era con certeza la única razón por la que seguían transitando el mismo camino que Zendia había trazado hasta encontrarse con Adyl sin perderse siquiera una vez.
A lo largo de dos días de viaje, reconoció los escondites donde pasó sus noches y las sombras donde había descansado del agobiante calor del campo. Adyl insistía en que Nyota debía tenerla bien cuidada, porque sus huellas estaban por todos lados. Cualquiera que hubiera querido seguir el rastro, habría dado con ella de inmediato.
Entre bromas y sonrisas, pensó que podría haber algo de cierto en las descabelladas ideas de Isela sobre el destino.
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La Señal de Zendia (Nyota #1)
Fantasy"Zendia conocía las reglas que debía cumplir para que nadie descubriera su naturaleza. Lo sabía desde los seis años y, en dos décadas de vida, jamás las había quebrantado. No hasta aquel día." Durante los últimos ocho años, la vida de los nyotanos...