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Había transcurrido la noche entera sin dormir, incapaz de dejar de pensar por un minuto

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Había transcurrido la noche entera sin dormir, incapaz de dejar de pensar por un minuto. No terminaba de asimilar la muerte de sus padres ni lo que Adyl había revelado al grupo. De una semana a otra, su vida cambió por completo. Desde entonces, las dudas crecían sin parar.

Había una pregunta que no lograba resolver y estaba volviéndola loca. Si el reclutamiento forzado había comenzado hace ocho años... ¿Cómo sus padres supieron de la existencia de los espías mucho antes?

¿Recuerdas lo que hablamos hace unos días, sobre por qué debemos ocultar tu Señal?

Para protegerme de los hombres malos, de los espías.

Eso sucedió trece años atrás.

Su cuerpo ya no soportaba el cansancio y los ojos le gritaban de sueño, pero su mente no quería hacer caso a las advertencias. La oferta que Neferet le había brindado durante la cena se repetía una y otra vez en su cabeza.

No te obligaremos a acompañarnos.

¿Tenía otra opción?

Si quieres ir a las Tierras Comunes, yo me aseguraré de planificarte un viaje seguro.

¿Existía tal cosa?

El escenario en el que Zendia escapaba del reino y comenzaba de cero lejos de allí le sabía dulce y apetitoso. Tendría todo lo que siempre había querido: usar sus poderes con total libertad. No conviviría con espías falsos, amenazas, cabello suelto ni reyes corruptos. No tendría que cubrir su cuello ni fingir ser alguien que no era. Pero tampoco tendría a su lado a las personas que amaba.

Sus padres estaban muertos. Sus mejores amigos eran extraños. Para aquel entonces debían creer la mentira que el rey había esparcido sobre sus cabezas como migajas durante la hambruna. Nada tenía ella por decir que les hiciera cambiar de opinión. ¿Por qué creerle a alguien que los engañó desde el principio? Pensarlo le hacía doler el pecho, pero lo comprendía. Tenían el derecho de odiarla, de no querer verla jamás.

Qué sola estaba. Volvía a sentirse como divagando en el desierto, sin agua ni comida, sin otra compañía más que la culpa. Aún sentía la piel ardiendo bajo el Gran Astro y los arbustos raspando sus piernas. De a momentos, sus alarmas se disparaban al sentir un poco de hambre o sed, llevándola de vuelta a aquel horizonte sin salida ni fin. Allí, la incertidumbre permanecía intacta, pero el tiempo avanzaba sin importar qué tan perturbada estuviera su cabeza.

Había sido afortunada de encontrarse con Adyl en el bosque. No podía imaginar qué habría sido de ella en otro relato. Sin embargo, apreciaría más su rescate si él no le hubiese quitado su única oportunidad de huir.

Aquella mañana, el grupo despertó entusiasmado por planificar el rescate. Motivados además por el regreso de Adyl, era como si sus energías se hubieran renovado por completo. Zendia, en cambio, apenas había pegado ojo y el miedo se arremolinaba en su abdomen torciéndole los músculos. Tal era su malestar que no fue capaz de beber una sola infusión durante el desayuno.

La Señal de Zendia (Nyota #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora