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Dos semanas después

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Dos semanas después...

El bullicio del palacio lo tenía hecho un manojo de nervios y mal humor. Llevaba días sin pegar un ojo debido a las interminables preparaciones para la Ceremonia. El número de sirvientes se había duplicado y a cada hora llegaban nuevos invitados para alojarse en las habitaciones del edificio. El príncipe trotaba de un lado a otro recibiendo a nobles y autoridades desde la mañana, con su rostro teñido de una despreocupación que no lo acompañaba.

—Nos vemos esta noche —el rey estrechó la mano de un noble, hijo de los Señores de Qytet, y su esposa—. Disfruten de su estadía.

El príncipe imitó el saludo y ambos los vieron dirigirse con paso elegante hacia las escaleras del vestíbulo. Se quedaron de pie frente a las enormes puertas del palacio, aguardando por más invitados. Agradeció que el ruido del tránsito desenfrenado en las calles y el caminar apresurado de la servidumbre en los pasillos cubriera el sonido de fondo en su mente.

—Te ves nervioso —comentó su padre de reojo.

—Lo estoy.

Ike se balanceó sobre sus pies mientras observaba la escalinata de la entrada con fingido interés. Su padre le daba conversación a su lado, pero él no prestaba atención. Se limitaba a asentir con la cabeza y hacer sonidos de aprobación de vez en cuando. Ya no soportaba aquel espectáculo.

Solo quedan unas horas, se recordó. Solo unas horas.

Entonces, vio una corpulenta silueta por el rabillo del ojo, acercándose a ellos al trote.

—¡Ike! ¡Amigo mío!

Cearbhall lucía su corpulenta silueta con un traje formal color vino y una gigante sonrisa en su rostro afeitado. Su padre lo recibió con una fuerte palmada en la espalda.

—¡Es el gran día! ¿Estás emocionado?

—Muy —su sonrisa se tensó—. Disculpa, necesito hablar con Ike unos minutos.

—Claro, claro —movió una mano en el aire, restándole importancia—. Tienen que repasar ese discurso. ¡Háganme sentir orgulloso!

Entre risas falsas, se despidieron del rey y se encaminaron hacia el corredor. La mano de Cearbhall estaba posada sobre su hombro y lo guiaba por la galería con velocidad. Esquivaron a la gente que se paseaba, gozando de la decoración y los espacios dispuestos para relajarse y descansar. Ninguno de los dos habló hasta que llegaron a una sala de conferencias libre, al final de un solitario pasillo. Su tío lo invitó a pasar y cerró la puerta tras ellos.

—¿La tienes?

Cearbhall se golpeó el abdomen y asintió. Lo observó desabrocharse el grueso chaleco bordado y extraer una tableta que llevaba escondida bajo una faja. El aparato era antiguo y su armazón unas tres veces más grueso que el de las tabletas plegables que utilizaban en la actualidad.

La Señal de Zendia (Nyota #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora