Salieron del refugio una semana después, horas antes de que amaneciera. Las afueras estaban inmersas en una densa oscuridad. Las estrellas coloridas apenas iluminaban lo suficiente para que pudieran visualizar el suelo bajo sus pies. Si querían rodear el pueblo de Zimabias sin ser vistos, debían hacerlo mientras la luz se ausentara. Tampoco recorrerían el mismo camino que Adyl y Zendia habían tomado para regresar al palacete, pues el trayecto era más largo y no había sitio donde esconder a nueve personas.
El ambiente del grupo era anormal, demasiado tenso y aburrido para lo que solían ser sus días juntos. No hablaban. No reían. No jugaban. Zendia hasta comenzaba a extrañar el revuelo que alzaban las discusiones entre Brais y Samay. Pero el sueño y el temor les había cortado las cuerdas vocales a todos.
El ánimo de los nyotanos se fue restaurando a medida que el cielo se teñía de tonos claros. El Gran Astro apareció en el horizonte y ascendió con lentitud, trayéndoles un poco de calor y remedio para sus ojos adoloridos por el esfuerzo de ver en la oscuridad. El hambre también arribó, por lo que debieron hacer una breve pausa para desayunar antes de continuar su camino.
El tiempo avanzó y con él sus pasos nerviosos. No se cruzaron con nadie en el viaje, aunque a Zendia numerosas veces le pareció avistar siluetas en la distancia y oír pisadas uniformes a sus espaldas. El acomodarse el cabello se volvió su costumbre mayor frecuentada y, a su vez, el intento más inútil por calmar su ansiedad.
Todo marchaba tan bien que no parecía real. De hecho, sentía que no lo era.
Llegaron a su primer destino antes del atardecer, tal como lo planearon. El paisaje, para entonces, había cambiado por completo, transformándose de arbustos dispersos en la llanura a un imponente bosque de árboles altos y delgados. Se adentraron en él hasta encontrar un pequeño claro, donde dejaron sus bolsas y se recostaron para descansar las piernas hinchadas.
Zendia pensó que habría disfrutado de la vista de no ser por lo que estaban a punto de hacer. El peligro que los aguardaba opacaba el aroma a tierra húmeda y ensordecía los murmullos de los animales del bosque. La cercanía del centro de reclutamiento hacía de la tranquilidad de la naturaleza algo siniestro.
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La Señal de Zendia (Nyota #1)
Viễn tưởng"Zendia conocía las reglas que debía cumplir para que nadie descubriera su naturaleza. Lo sabía desde los seis años y, en dos décadas de vida, jamás las había quebrantado. No hasta aquel día." Durante los últimos ocho años, la vida de los nyotanos...