Dryta tenía razón: no medía su fuerza al dormir. Zendia perdió la cuenta de las veces que despertó sobresaltada por el ruido que hacía la joven al quitarse las sábanas de una patada o al golpear el suelo con los talones como si quisiera correr en el aire. En ocasiones, también se las arreglaba para moler la pared a puñetazos, avivando la furia de Samay en la habitación contigua. Cuando esta juró que no la soportaba más, obligaron a Dryta a mover su cama al centro del cuarto.
Sin embargo, ella no era la única que le causaba problemas para descansar. La adorable Hesda, que no emitía palabra alguna durante el día, tenía un monólogo preparado para recitar a gritos a mitad de la noche. De todo su balbuceo solo pudo comprender que su tío la perseguía porque no había logrado crear un arbusto con forma de dos bailarines para la boda de una señora muy rica. Le resultó cómico hasta que Hesda rompió en llantos e Isela debió levantarse para calmarla.
Zendia se encontró más de una vez observando a sus compañeras de cuarto con envidia, preguntándose cómo descansaban con tanto bullicio. Por más ruidosa que fuera la noche, las tres despertaban frescas y llenas de energía. Luego de no haber pegado un ojo hasta la madrugada, Zendia tuvo la sospecha de que pronto se arrepentiría de haberse unido al grupo.
Sin embargo y para su gran sorpresa, al tercer día creyó haberse acostumbrado al escándalo nocturno.
—¿Pudiste descansar? —le preguntó Neferet camino a la sala vidriada para desayunar.
—De hecho, sí.
—Ya te estás volviendo inmune —Isela le palmó el hombro con afecto antes de sentarse en el suelo. Zendia se colocó a su lado, sonriente.
Bebieron una infusión caliente en viejas latas de comida, junto con algunos trozos de pan que habían sobrado de la cena. Zendia devoró su desayuno tan rápido como pudo, pero su estómago no cesaba de rugir. Cubrió su abdomen con los brazos en un intento por acallar el hambre.
El grupo mantenía diferentes conversaciones de un extremo a otro de la ronda. La risa de Dryta detonaba los ventanales, y las infinitas discusiones entre Brais y Samay terminaban con Zigor sentándose entre ambos. A pesar de eso, todos se llevaban de maravilla. Incluso parecían conocerse de toda la vida. A ella, en cambio, todavía le costaba encajar.
Si tan solo Myri estuviera aquí...
Ella era la sociable, no Zendia. Jamás tuvo otros amigos aparte de Ike y Myri. De pequeña, no había podido asistir a la escuela por la escasez de dinero en su familia. Gran parte de los ahorros de sus padres se habían marchado junto con los extraños que habían ocultado su Señal y alterado su tatuaje. Dado que sus esfuerzos por protegerla habían sido en vano, ahora pensaba que fue oro mal gastado. Con la terrible situación económica por la que transitaba el reino, podrían haberle dado un mejor uso a tal fortuna.
Quizás, les habría alcanzado para marcharse de Agbara años atrás. Se habrían ahorrado las cicatrices, el dolor y la pérdida. Aun los tendría a su lado. ¿Por qué insistieron en quedarse?
ESTÁS LEYENDO
La Señal de Zendia (Nyota #1)
Fantasy"Zendia conocía las reglas que debía cumplir para que nadie descubriera su naturaleza. Lo sabía desde los seis años y, en dos décadas de vida, jamás las había quebrantado. No hasta aquel día." Durante los últimos ocho años, la vida de los nyotanos...