"No me agrada nadie, señorita Elizabeth. "

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Salí del baño con una toalla alrededor de mi cuerpo y arqueé una ceja al ver una rosa en mi cama con una nota.

Mordí mi labio y tomé ambas entre mis manos. Llevé la rosa a mi nariz y aspiré. Amaba ese olor.

Desenrollé la nota y sonreí.

Nicholas me ha dicho lo de Lizzie, siento no haberte hablado de ella. Cuando volvamos a Manhattan hablaremos largo y tendido.

Tuyo, Daniel.

Meneé la cabeza y guardé la nota en uno de los cajones. Me vestí, y bajé a la cocina para poner en agua la rosa.

Me escondí en uno de los pasillos al ver pasar a Pierce, hablaba por teléfono y parecía molesto.

Cuando el peligro pasó, seguí mi camino.

Aspiré el olor de la cena y mi estomago rugió. Inevitablemente hice un sonido de aprobación, a lo que Margo soltó una risa.

—¿Tienes hambre, señorita?

—Mucha— me recargué a su lado mientras miraba lo que hacía—. ¿Sabes si servirán la cena pronto?

La mujer me sonrió:—Cuando el joven Daniel baje. El señor Robert esta en la biblioteca junto al joven Nicholas, esperándolos.

Asentí y luego recordé a qué había bajado.

—¿Me puedes regalar un vaso de agua, Margo?

Cuando ésta sonrío con aprobación, tomé un vaso de cristal y lo rellené de agua del fregadero.

Salí de la cocina y volví por donde vine.

Me detuve en seco cuando vi a Pierce en las escaleras sentado, aún hablando por teléfono y con la mirada en sus pies mientras tallaba su frente fastidiado. El suéter que llevaba sobre la camisa de botones blanca lo hacía ver como un estudiante.

No había de otra, me vería porque por ahí tenía que pasar. No quería topármelo, no quería burlas sobre Lizzie.

Pero antes de siquiera dar un paso, alzó la vista.

—Te llamo luego, Keith.

Keith. Su asistente. Ella se encargaba de lo personal y Dallas de lo laboral.

Colgó y se levantó, mirándome:—¿Acostumbra oír conversaciones privadas, Elizabeth?

Quitó lo de señorita, eh. Ni siquiera me había dado cuenta.

Caminé hasta él y pasé por su lado como si no lo hubiera escuchado.

–Pero qué madura— murmuró—. ¿Acaso tiene quince años?

Me detuve sin darme vuelta:—Señor Pierce, no estoy de humor para sus burlas o comentarios arrogantes. Esta noche no.

—¿Mi hermano ha hablado con usted?

—No— mordí mi labio—. ¿Por qué le habló de nuestra conversación sobre Lizzie?

Lo miré de reojo. Tan sólo se encogió de hombros, era como si no le importara. Me dispuse a seguir caminando pero su voz me detuvo.

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