Mi presencia le inquieta de una forma que desconozco.

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Desperté por la luz del sol, entreabrí los ojos, Margo estaba abriendo las cortinas.

Me estiré y me senté sobre la cama. Miré el reloj, eran las nueve.

—¿Quiere que le traiga el desayuno?

Meneé la cabeza mientras bostezaba:— ¿Por qué? ¿Quién desayunara abajo?

—El señor Robert esta dormido, los martes se despierta tarde y desayuna en la cama. El señor Daniel y el señor Nicholas no están de muy buen humor, ayer discutieron y no han salido de su habitación.

Fruncí el ceño, estoy segura de que podría oír los gritos de Pierce desde aquí, los escuchaba en Pierce Enterprises hasta mi piso. Pero, después de bañarme, caí en el profundo sueño de los dioses.

Me levanté y fui hacia el baño mientras le avisaba a Margo que yo sí desayunaría abajo.

Después de vestirme, fui abajo. No había nadie. La curiosidad por saber del tema de discusión de los hermanos Pierce me invadió mientras bebía de mi café.

Y no sólo eso, también quería saber qué tenía a Daniel tan absorto en el teléfono ayer.

Me levanté y seguí a Margo a la cocina. Mientras ella ponía el desayuno de Daniel en la bandeja, yo lavaba los trastes sucios.

—De casualidad, ¿escuchaste el motivo de la discusión de Daniel y el Señor Pierce?

La mujer me miró de reojo.

—No— no fue honesta—. ¿Por qué?

—Yo...no le agrado al Señor Pierce y creo que fue por mi culpa.

La mujer se dio vuelta mientras abría la nevera.

—El señor Pierce tiene poca paciencia— sí, eso lo sabía perfectamente—. Tiene un carácter complicado y estalló cuando el señor Daniel le habló sobre la familia de la señora Elena. Su paciencia es menor cuando se habla sobre ese tema.

Asentí agradecida de que no haya sido por mí.

Me di vuelta cuando escuché mi nombre. Sonreí a Daniel.

—Creí que no bajarías— dije cuando camino hasta mi para después plantarme un beso.

—Bueno, es que este día no me lo podría perder. Hoy será sólo para nosotros.

Después de que él desayunara, salimos sin nadie más, solo él y yo.

.

Reí cuando señaló las motocicletas.

—Estas loco— tomé su mano—. Esos matones te darán una golpiza si tocas sus amadas motos.

Daniel meneó la cabeza y tomó mi mentón:—¿Podemos ir a rentar una? No me subo a uno desde los dieciocho años.

Mordí mi labio.

—Has olvidado como andar, te caerás.

—Tu iras conmigo. Detrás, abrazada de mí.

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