Podía hacerse pasar por ángel, sin embargo era el maldito diablo.

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—Todo va bien por acá, Daniel—dije con el teléfono sostenido entre la oreja y el hombro y sacando del refrigerador la mayonesa.

–Hum..., no, no me convences, preciosa. Suenas preocupada.

Mordí mi labio y sostuve el teléfono con la mano mientras me recargaba en la encimara.

—No es nada, ya sabes cómo soy— suspiré—. ¿Cuándo llegarás?

—Creo que me quedaré unos días más. No te preocupes, estaré ahí para recibir a la familia O'Donell. No estás preparada para esa difícil tarea.

Lleva una semana allá, ¿qué puede ser tan importante?

—¿Qué puedes hacer allá tanto tiempo?

—Phill quiere que me quede hasta el miércoles y volvamos juntos a Manhattan— rió—. Algún día te traeré a Florida, te va a encantar, preciosa.

Volví a suspirar. Me giré y comencé a preparar mi sándwich, otra vez sosteniendo el teléfono entre mi oreja y mi hombro.

—No es mucho tiempo, Beth. Además, créeme que ambos necesitamos ese descanso, fue una semana pesada en Phoenix y en cuanto vuelva será aún más pesada. Ya no sólo serán Nick y mi tío, será la familia completa.

—Es una lástima que Pierce no vaya a estar...—murmuré—. Porque, ¿él dijo que no quería convivir con su familia materna, verdad? ¿No se ha arrepentido?— sí, era mejor asegurarme a que me salieran con una sorpresita.

—No, Nick nunca cambia de opinión. Escucha, te llevaré un regalo.

—No hace falta...

—No, pero quiero hacerlo. Vi algo y me hizo pensar en ti de inmediato, ya lo verás cuando llegue— hizo una pausa corta—. Te amo, Beth. Nunca lo olvides, ¿de acuerdo?

Fruncí el ceño, ¿eso sonó como una disculpa o sólo era que trataba de buscar algo malo en él para que mi conciencia se sintiera más tranquila?

Como sea, no podía evitar sentirme culpable por mis recientes descubiertos deseos hacia Pierce. No era capaz de reconocerlo pero era la verdad, me gustaba un poco (quizás sólo sexualmente) el hermano de mi prometido. Y eso era un problema, no sólo por lo obvio, si no porque en realidad amaba a Daniel. Pero seamos sinceros, Pierce podía ser encantador cuando se lo proponía; y tiene ese toque de misterio que atrae a toda mujer, sin olvidar lo apuesto que es.

—Sí, yo también. Uh, llámame si necesitas algo. Adiós.

—¡Espera!

—¿Si?— entrecerré los ojos.

—Olvidaste tu oso en Phoenix.

Ja, no lo olvidé. Quería deshacerme de el, era sólo un recordatorio de que no se puede confiar en Pierce por más que lo intente. Porque podía hacerse pasar por ángel, sin embargo era el maldito diablo.

—Oh...¿tienes alguna sobrina? No creo que tenga espacio para el.

—Creo que debes quedártelo. Nick te lo dio y a mi parecer es su bandera de rendición. Además, puedes dejarlo en tu cama, hasta te servirá de compañía en las noches.

—Sí...tienes razón— mascullé. No me emocionaba la idea—. Cuando volvamos a Phoenix lo traeré.

—No hace falta, Robert me lo envió. Puedes ir a casa por el, o te lo envío con alguien.

—De acuerdo.

—Bueno, hasta pronto, preciosa.

Di un mordisco a mi sándwich cuando terminé de prepararlo. Dios, era increíble la sensación de tener algo más en el estomago además de café y pretzels.

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