No podía dudar de mi amor por Daniel.

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Lo miré conteniéndome. No seas impulsiva, Elizabeth.

—¿Y así es como quiere recompensármelo?

—La invité esta mañana. Antes del incidente.

Miré hacia Daniel, trataba de acomodar una parrilla mientras Robert se burlaba. Ni siquiera había notado la llegada de la rubia.

—No se preocupe, ella estará conmigo, no con Daniel.

Vi como Margo la acompañaba hacia nosotros.

Dejé caer mi espalda en la silla. Genial.

—¿Usted trata de desquiciarme?

Pierce hizo una mueca, estoy segura de que no quería mostrar la diversión que sentía al hacer sus artimañas.

—No, jamás lo haría— arqueé una ceja—. ¿Está molesta?

—Eso le gustaría mucho, ¿verdad?—apreté los labios, mirándolo detenidamente cuando noté que estaba aguantando burlarse de mí—. ¡Pues sí, estoy molesta! Estoy muy molesta, Pierce— respiré hondo, soné como una desquiciada seguramente. Pasé una mano por mi cabello para desviar su atención, o quizás para tranquilizarme.

—Puedo irme, la llevaré a otro lugar.

No me preció buena idea. Era buena idea en realidad pero el sólo pensar en que se iba con ella, se me revolvía el estomago. Quién sabe que podrían tramar estás dos criaturas estando juntos. Y por supuesto que el blanco de sus maldades sería yo.

—No, yo no puedo decirle con quién tener amistad y con quién no.

Pierce se inclinó hacia mí con una media sonrisa.

—Mi hermano me ha devuelto lo que pagué en el centro comercial. Lo que significa que la apuesta aún no queda saldada.

Lo miré, sus hermosos ojos azules estaban llenos de una retorcida diversión. Antes parecía torturado, luego vagamente divertido y en el centro comercial, inquieto. ¿Perdía los estribos siempre, o era sólo conmigo?

—No me ha dicho qué quiere.

—¿Qué cree que debería pedirle?

Me sonrojé de tan sólo pensar una propuesta indecente por su parte. Algo que no era probable, me odiaba y despreciaba.

Su sonrisa se amplió:— ¿Por qué se avergüenza?

Dejé caer mi cabello sobre mi cara.

—No me avergüenzo— busqué con la mirada a la rubia, pero no la veía—. Quizás debería aceptar mi dinero.

—Le hará más falta a usted que a mí— me sonroje aún más, ¿ser grosero era su instinto natural?—. Se lo diré después. ¿Por qué no me habla sobre usted para conocerla mejor? Es decir, ya será parte de la familia y aún no sé nada acerca usted...

<Mala idea>, me dije a mí misma. Se hablaba del clima para romper el hielo, no sobre mi vida personal. Me removí, además ¿qué podría interesarle de mi vida?

—No hay nada interesante en mí. Se lo he dicho todo en la cena. Y lo que no sabe, probablemente ya lo averiguo.

—¿Usted es de Manhattan?

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