¡Aléjate de él!

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—¿Ya se casó, señor Pierce?

El ojiazul tardó en responder mientras miraba cada detalle en el traje, no muy convencido.

—Por suerte no— murmuró—. Considero que el matrimonio es la forma más fácil de destruir una vida.

Mordí mi labio y meneé la cabeza, sólo él podía pensar así. Me dispuse a cerrar, no era buena idea mirarlo demasiado tiempo, sobre todo con ese hermoso traje puesto. Pero no lo hice, me quedé embobada cuando la mujer volvió a a hablar.

—Su hermano parece muy feliz con aquella chica.

Pierce dejo de mirar su traje y ladeó la cabeza para mirarla:— No se guíe por las apariencias, señorita. Puedo decir con completa seguridad que después de casarse se darán cuenta de que fue un error— volvió a mirase al espejo—. Pero eso ya no me corresponde a mí, no me involucraré en ello.

La chica se levantó y se puso frente a él, tapando su vista del espejo. Acomodó el traje y pude ver en sus ojos la admiración por un hombre rico, educado y guapo. En pocas palabras, quería que se la cogiera y le diera vida de princesa.

—Bueno, usted es muy joven y guapo, tiene mucho tiempo para decidir si casarse o no— estaba demasiado cerca de su cara. Puso la mano en su cuello, fingiendo acomodarlo, pero yo sabía (porque lo estaba viendo por detrás) que le estaba haciendo pequeñas caricias.

—Señorita, traiga el otro traje, por favor— dijo como si no la hubiera escuchado.

La chica asintió mientras se alejaba y salió de inmediato.

Me quedé mirándolo sólo un poco más y después— ahora sí— me dispuse a cerrar.

—Señorita Elizabeth, ¿cuánto tiempo lleva ahí?— me detuve y lo miré con los ojos bien abiertos. Me miraba curioso y sorprendido, tratando de ver mas allá de mi rostro pero no podía porque yo estaba detrás de la puerta escondiendo el inmenso vestido.

—Yo...escuché voces.

—No debería decir eso cerca de un psiquiátrico— se burló.

Me hizo una seña para que saliera de mi escondite, y como un perrito obediente lo hice.

Aún sin girarse, a través del espejo me miró de arriba a abajo y luego una sonrisa se dibujo en su rostro.

—Se ve hermosa— bajé la cabeza y entonces se dio vuelta—. Le sienta bien el matrimonio después de todo.

—Gracias— murmuré mirando el suelo.

—Aunque si fuera usted, elegiría un vestido más lujoso, algo que vaya con su belleza. ¿Por qué no pide uno a su gusto con un diseñador? No creo que el dinero sea un problema— otro de sus comentarios mal intencionados, seguramente.

—Uh..., Robert insistió en que me probara uno.

Bajó de la pequeña tarima y se acercó a mí.

—No me respondió, ¿cuánto escuchó?

—No mucho, en realidad— di un paso hacia atrás tropezando con la cola del vestido.

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