—¡Elizabeth!—escuché como exclamaba Emily—. ¡Beth!
Traté de subir el cierre de mi vestido pero este no cedía.
—¡¿Si?!—escuché sus pasos agitados y la puerta se abrió bruscamente.
—Te ha llegado algo—su rostro mostraba molestia—. Más te vale que no sea de quien creo que es.
Lo decía porque hace una semana llegue con el oso que Pierce me había dado en Phoenix. Resultó que eso era lo que había olvidado darme todo este tiempo y ese mismo día (cuando sentí partes de su cuerpo que no estaba preparada para sentir) me lo dio. Ah y había mandado rosas desde ese día a casa y a mí lugar de trabajo. Y cómo olvidar el vestido que envió ayer.
Estaba de muy buen humor.
Salí con el cierre a la mitad. Los malditos vestidos que Caitlyn me había comprado para usar diario me parecían de lo más incómodo. Hoy era el primer día que lo usaría, y había unos lindos tacones que sí tenía ganas de usar aunque no estaba segura de si podría.
Vi un auto estacionado fuera de casa. Casi me infarto al pensar que era de Pierce, ¿cómo iba a explicarlo? Pero me sentí aliviada al ver una nota en el parabrisas con el nombre de mi prometido con letras grandes.
No era la mejor conduciendo, ¿por qué se le había ocurrido darme un auto?
Leí la nota, estaba escrita a mano.
<Creo que es momento de que tengas tu primer auto, mi amor. No sufras, si matas a alguien conduciendo yo me echaré la culpa. Nos vemos a la hora del almuerzo para darte tu primera clase de manejo.>
Rodé los ojos con una sonrisa. No necesitaba clases de manejo, no manejaba taan mal. Era un idiota pero como lo amaba. Sentí como Emily subía mi cierre y susurraba que se me hacía tarde.
Al llegar al trabajo en mi nuevo auto, casi caigo con mis también nuevos tacones. El vestido era demasiado ceñido para mi gusto pero Emily dijo que era perfecto, al igual que los hermosos estiletos que casi me tiran a cada paso que doy.
Por primera vez, recibí cumplidos tanto por hombres como por mujeres.
Pase el día de un lado para otro, sin señales de un alto ojiazul malhumorado y altanero. Mi cabello se había esponjado a pesar del tratamiento que el estilista (no homosexual pero muy amanerado) me había puesto para alisar el cabello y algo sobe restaurarlo, así que decidí hacerme un moño. Mis pies ya me dolían, debía acostumbrarme. Y del vestido no podía quejarme tanto, sólo me incomodaba el frío repentino y que a veces se subiera un poco al sentarme.
A la hora del almuerzo, bajé casi brincoteando cuando recibí el mensaje de Daniel diciendo que ya estaba abajo.
Dallas me miraba de pies a cabeza sin creer que mi repentino cambio haya sido por ordenes específicas de Cruela Devil. Creía que fue para impresionar a Pierce. Y ciertamente me emocionaba que viera que podía arreglarme tanto como Keith para el trabajo, lastima que no me lo tope. De acuerdo, creo que me estoy preocupando demasiado por ella pero no puedo evitarlo. De ahora en adelante, prometo no mencionarla.
Por cierto, Cruela Devil pagó una fortuna a los estilistas y todo eso por traer cinco tontos "proyectos" para cambiar mi imagen. Al final me quede con el estilo menos llamativo, y de hecho no era tan diferente a como soy realmente, tan sólo estaba pulido.
Mis clases de manejo—aún pienso que eran innecesarias. No soy tan mala manejando. De verdad—consistieron básicamente en risas, burlas de parte de Daniel, bromas y tacones incómodos y estorbosos para pisar adecuadamente.
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Guilty Pleasure
Roman pour AdolescentsEstoy desquiciada. De verdad, cada día me vuelvo más loca. ¿La razón? Nicholas Pierce, mi endemoniado jefe y de quien estoy profunda y tontamente enamorada. No tendría nada de malo, varias son las que caen a los pies de sus jefes. No, el problema es...